martes, 27 de febrero de 2018

BRASAS de AGOSTO - de Luis Mateo Díez

Serie Narraciones Extraordinarias




Era don Severino. Tuve de golpe la certeza de que era él aunque algo raro desorientaba su rostro en la fugaz aparición medida en el instante que tardó en pasar ante el ventanal de la cafetería, a cuya vera estaba yo sentado con el periódico en la mano derecha y la copa en la izquierda. 
La súbita emoción del reconocimiento me dejó paralizado, pero reaccioné en seguida. De pronto se agolparon los recuerdos y aquella inmóvil y aletargada tarde de agosto comenzaba a remover sus estancadas aguas. 
Salí a la puerta de la cafetería y le observé caminar de espaldas, apenas unos segundos antes de llamarlo. En ese momento iba a dar la vuelta a la esquina y giró la cabeza con un sobresalto que llegó a paralizarlo. 
Entonces supe que era definitivamente él, y que lo que desorientaba su rostro no era otra cosa que la calva galopante que había barrido su frente hacia las alturas, dejando dos abultados mechones en los laterales. 
⎼¿Cervino? -comenzó a preguntar mientras se acercaba, tras un instante de desconcierto-. Eres Cervino -corroboró, contagiado por la sonrisa con que yo confirmaba su descubrimiento. 
⎼Soy Cervino, don Seve -le dije, tomando entre las mías su mano temblorosa, que parecía dudar en tenderme. Y algo de aquel escurrido sudor del confesionario reverdeció en su palma como una huella cuaresmal. 
Nos sentamos en la cafetería y hubo un largo momento en el que nos estuvimos requiriendo torpemente, con esas atropelladas informaciones de quienes todavía no superaron la sorpresa de un encuentro tan inesperado, incapacitados para retomar sin mayores dilaciones la antigua confianza que acaso el tiempo diluyó. 
⎼Diez años -confirmaba don Severino, como si de repente hubiese tomado conciencia exacta de su ausencia. Y yo lo observaba, respetando los silencios en que se quedaba momentáneamente abstraído, viendo tras el ventanal la fuente esquilmada de la plaza, la lluvia de fuego que barría las aceras esparciendo las pavesas de polvo. 
Había pedido un coñac con hielo, que era lo que yo tomaba, y me agradecía que le hubiese llamado: en realidad había sucumbido a la tentación de un regreso efímero, apenas unas horas entre un tren y otro tren, convencido de que nadie en la ciudad iba a reconocerlo, tal vez llevado por alguna de esas amargas nostalgias que son como espinas que hay que arrancar. 
⎼Y ya ves -decía-, una tarde como esta que no hay quien se mueva, tantos años después, y sólo hago que llegar y alguien me llama a la vuelta de la primera esquina. 
⎼Yo soy de los que la familia abandona todo el verano. Y aquí me quedo escoltando esta ciudad vacía. Pero no se crea que me quejo. El despacho me lo administro a mi aire. 
De aquellos diez años llevaba don Severino Caso siete en Puerto Rico, de profesor en la Universidad de San Juan. Regresaba ahora, por primera vez, para participar en un congreso y dispuesto a tentar alguna cosa para poder quedarse en España. Era una información que coincidía vagamente con lo que yo sabía, con lo que en la ciudad se había comentado en los meses que siguieron a la huida. 
⎼Llega un momento en que hay que decidirse: o te quedas o vuelves. No hay nada peor que ir dejando pasar el tiempo sin resolver. Se engaña uno a sí mismo. 
Repetimos las copas. Aquella inmediata imagen de don Severino, discreto en su atuendo veraniego, coronado por la calva, el vientre bastante pronunciado, tan sonriente y apacible como en tantas tardes de latín y filosofía en la Academia Regueral, se mezclaba en el asalto del recuerdo con su figura más espigada, juvenil, siempre con la dulleta impoluta, la teja en la mano como un engorroso objeto que hay que transportar por obligación, una escueta elegancia especialmente vertida en los largos y solitarios paseos dominicales. 
⎼Me apetece dar una vuelta por ahí -dijo al cabo de un rato y pude entender con facilidad que me estaba pidiendo que le acompañara. 
⎼Todo sigue lo mismo -comenté, invadido por cierta sensación de apuro, como si de pronto presintiese que la casualidad de aquel encuentro me conduciría en seguida a la complicidad de las confidencias. 
Don Severino vació la copa e hizo tintinear el hielo en el cristal antes de depositarla en la mesa. 
⎼Solo no voy a perderme, Cervino, confesó-, pero después de tantos años se agradece que alguien te eche una mano. No sabes lo que me alegra volver a verte. 
Me había palmeado el brazo cuando salimos al resplandor polvoriento de la hoguera, y yo sentí el gesto paralelo de su saludo en aquellos años enterrados, y hasta pude resucitar el aroma de alguna discreta lavanda en el tejido de la sotana. 
⎼¿Qué es de mi hermano? -inquirió, dejando resbalar la pregunta cuando comenzábamos a caminar por la acera abrasada. 
-Doro sigue con lo suyo. Apenas lo veo. 
⎼Vamos hasta la ferretería -decidió. 
Me detuve un instante, lo justo para que él percibiese la mezcla de indecisión y temor, lo justo también para que yo me reconociera, una vez más, como tantas en mi vida, en esta situación de indefectible embarcado que tan vanamente orienta mi destino. 
⎼No quiero verle, ni hablar con él -dijo don Severino, volviendo a palmearme en el brazo-. Sólo pretendo echarle una ojeada, aunque sea de lejos, a la ferretería. Y a ser posible darle un beso a Luisina. 
Avanzó unos pasos y metió las manos en los bolsillos del pantalón, al tiempo que alzaba el rostro para distinguir el perfil aéreo de las viejas casas de la plaza entre las llamas. Recordé la torcida indignación de Doro en tantas noches alteradas, por las cantinas donde maltrataba la úlcera. Aquellas maldiciones al hermano huido que había sembrado de ignominia a toda la familia. Aunque la últimas borracheras de Doro, que yo conocía, databan, por lo menos, de hacía seis años. 
⎼Don Seve -le llamé, sin salir de mi indecisión-, yo no sé de lo que usted está al tanto. Son diez años los que han pasado. 
Me miró con un gesto comprensivo y desolado, como dando a entender que la medida del tiempo, y las desgracias que podían envolverlo, estaban aceptadas con el mismo designio de la ausencia y la distancia irremediables. 
⎼Sé que mi madre murió al año siguiente de irme. Doro encontró el medio de comunicármelo. No iba a privarme de la amargura que me podía causar la sospecha de que yo la había matado de pena. 
⎼Luisina también falleció. Hace tres años -le informé resignado. 
La mirada de don Severino quedó suspensa en un tramo de recuerdo que hendía el dolor como un cuchillo frío en la sorpresa de la tarde calcinada. Presentí entonces la figura yerta de la niña anciana en los ojos fugazmente nublados que sorteaban una lágrima inútil, aquel ser arrumbado en el destartalado cochecito, con los brazos caídos, las manos diminutas arrastradas por la tarima, la enorme cabeza vencida hacia atrás, la saliva reseca en la comisura de los labios. Un latido violento minaba el corazón de don Severino. 
⎼Vamos a tomar otra copa -propuso. 
⎼El Arias está cerrado -señalé con cierta inconsecuencia-. Habrá que subir hasta el Cadenas. 


Apostados en la barra del Cadenas, que preservaba una rala penumbra aprovechada por algunos soñolientos jugadores, bebimos despacio el coñac con hielo, y yo respeté aquel silencio apesadumbrado de don Severino, que parecía recorrer los últimos trechos de una memoria urgente, en la que palpitaba la inocencia y el dolor de la hermana enferma, el margen ya estéril de la ternura aplacada amargamente por la muerte. 
Dio unos pasos hasta la puerta del Cadenas con la copa en la mano y asomó al reducto de los soportales. Sólo el empedrado se salvaba de la mano afiebrada que transmitía su calentura hasta el pergamino de la caliza gótica. La catedral brillaba como una patena arrojada a la lumbre. 
⎼¿Todavía sigue Longinos de sacristán? -me preguntó. 
Le dije que sí, que Longinos estaba contagiado del mal de la piedra que era, como él decía, una especie de lepra que al tiempo que lo destruía lo iba convirtiendo en estatua, una imagen fósil que serviría para sustituir a cualquiera de los santos carcomidos del pórtico. 
⎼Hazme un favor, Cervino -me pidió-. Dile que nos abra la catedral y que nos deje la llave del coro. Sabiendo que es para mí, no va a negarse. 
Rescatar a Longinos de la siesta fue una tarea bastante complicada. Explicarle que don Seve había vuelto y quería entrar en la catedral resultó casi imposible. La pétrea sordera de Longinos era, por el momento, el dato más elocuente de su transformación en estatua. Pero cuando, rezongando y arrastrando las zapatillas y haciendo sonar el manojo de llaves, llegó conmigo donde don Severino nos esperaba, se detuvo un momento, inquieto, y luego, medio lloroso, avanzó hacia él, sin que don Severino pudiese evitarlo, buscó su mano y la besó repitiendo alguna ininteligible jaculatoria. 
Seguí a don Severino, que había cogido la llave del coro, por la nave lateral, después de dejar a Longinos entretenido en los armarios de la sacristía, mentando el peligro de que don Sesma, el deán, pudiera enterarse. 
Un frescor luminoso inundaba el abismo. El silencio se agarraba en el vacío sagrado. Tuve la sensación de que de pronto me encontraba perdido en un bosque submarino de arcos vegetales, de frondas cristalinas, y me percaté de que el coñac comenzaba a hacer efecto, acaso porque el ritmo de mis copas cotidianas se había acrecentado y anticipaba algún grado de mayor irrealidad. 
Entonces me di cuenta de que don Severino había desaparecido. Fui a la nave central y miré hacia el coro. El silencio se rompió con un estrépito de música ronca, como si desde los desfiladeros manase de repente un arroyo desprendido como una cascada. 
El órgano alzó en seguida la suavidad casi hiriente de las tubas, un sostenido clarinazo que parecía jugar con sus propios ecos en el interior de la caverna. Y rápidamente la melodía apasionada me hizo localizar la figura de don Severino, tendida sobre los teclados, como la de un pájaro que de nuevo encontrase el amparo en el nido que abandonó. 
Entré en el coro y me acerqué despacio. La música crecía como un vendaval, se abría en salvas por los arcos enhiestos, invadía la sombra votiva de las capillas. Me senté cerca de don Severino, que parecía concentrarse cada vez con mayor intensidad en el arrebatado concierto. Le observé alzar el rostro con los ojos cerrados, permanecer quieto, como perdido en la inspiración o en el recuerdo, mientras sus manos se movían tensas sobre las teclas. Y en un instante, cuando la música recobraba una huidiza suavidad de delicados murmullos, vi cómo su barbilla se hundía y de los ojos entrecerrados brotaba una lágrima apenas perceptible. 
En los aéreos vitrales, teñidos por el dibujo de las florestas, reverberaron las brasas de agosto, y yo sentí cómo la cabeza me daba vueltas, acompasada a un vértigo fugaz de lluvia sonora. 
⎼No había vuelto a tocar desde entonces -me dijo don Severino al cabo de un rato-. Las manos ya no responden lo mismo. 
Regresamos al Cadenas. Pedimos otra copa. Don Severino bebió un largo trago, como si necesitara ahogar algo con urgencia. Yo miraba el hielo flotando en el coñac, convencido de que la tarde iría desapareciendo, tras el rastro del alcohol, hasta algún punto perdido del oscurecer y el sueño, porque todo estaba cada vez más desvanecido a mi alrededor. Bebí a su lado y repetimos las copas y lo seguí a la mesa más cercana de la puerta, donde llegaba el aliento quemado de la calle. 
⎼Tengo que ver a Elvira -musitó de pronto, como si hablara exclusivamente para sí mismo. 
La copa me tembló en la mano. 
⎼¿Está bien? -quiso saber, y yo fui incapaz de alzar los ojos, de atender lo que enseguida se convertiría en una súplica. 
⎼Tienes que ayudarme, Cervino. 
El recuerdo minaba ahora mi corazón, porque yo había vivido muy intensamente aquella historia, como todos los que estábamos socorridos por el amparo de su figura, la amistad y la inteligencia que don Severino compaginaba para nosotros y ofrecía generoso, más allá de las clases de latín y filosofía en la Academia Regueral, más allá de las benévolas bendiciones del confesonario. 
⎼Se casó con Evencio -dije-. Lleva la farmacia de su padre. 
⎼A ella también le apetecerá verme -aseguró don Severino-. Nunca pude olvidarla –confesó después apurando la copa. 
Elvira Solve tenía mi edad. Había frecuentado nuestra pandilla, aunque nuestras verdaderas amigas eran sus primas Cari y Mavela. El amor secreto del padre espiritual y de su dirigida había estallado entre la indignación y la vergüenza, complicado por la huida y el largo tiempo en que nada se supo del paradero de la pareja. Elvira regresó y los años fueron echando tierra sobre aquella desventura juvenil. 
-Me dijiste que estabas solo, que tu familia te abandona por el verano -comentó don Severino. 
⎼Así es. 
⎼Tienes que ir a avisar a Elvira, tienes que dejar que nos veamos en tu casa. Por nada del mundo querría comprometerla. 
Su voz contagiaba la súplica y la desesperación, como guiada por una necesidad acuciante que nadie podía desatender. Su mano me palmeaba el brazo, y yo seguía mirando el fondo, de nuevo vacío, de la copa, todavía lejos de comprender lo que estaba proponiendo. 
Conduje a don Severino a mi casa. La tarde iba cediendo hundida en el polvo, y la atmósfera de las calles parecía enrarecerse, como dominada por un humo de gases y hervores. Flotaba en el camino incierto de las aceras, persuadido ahora de la inaplazable necesidad de tomar otra copa, porque la encomienda de don Severino me llenaba de recelo, y la dirección de la farmacia, donde iba a encontrar a Elvira Solve, orientaba mis pasos con mayor seguridad y rapidez de lo que me hubiese gustado. 
⎼Esto jamás podré pagártelo, Cervino -me había dicho don Severino, y yo había recordado las vigilias cuaresmales, el aroma de un cirio cuya cera derretida me abrasaba la yema de los dedos. 
Cuando pude hablar con Elvira Solve tuve la sensación de que las palabras iban a fallarme, pero ese esfuerzo envarado de quien necesita disimular el alcohol, componer dignamente el gesto propicio, me fue suficiente, y hasta me sentí dotado de una escueta elocuencia. 
⎼¿Está allí? -recuerdo que me preguntó incrédula. Y vi en sus ojos el reguero sentimental de los años por donde nuestra juventud había discurrido, y percibí una amarga melancolía, casi capaz de desterrar por un momento la nube de alcohol, de rescatarme en la emoción viva y espesa de la derrota del tiempo y de la vida, del dolor de todo lo que no pudo ser. 
Fui a cobijarme en la cantina más cercana, casi enfrente de mi casa. Elvira me había acompañado sin hablar apenas. 
⎼Gracias, Cervino -me dijo cuando la dejé en el portal. 
En aquella larga espera, más de dos horas estiradas sobre el borde la tarde y el oscurecer inmóvil, la memoria y el sueño me fueron envolviendo y logré demorar las copas lo más posible, aunque nada quedaba de real en aquel estrecho refugio de ventanas mugrientas, cascos apolillados y barriles de escabeche. 
Tuve la aletargada conciencia del centinela perdido en la guardia como un objeto oculto, pero luego comencé a preocuparme, a considerar mi absurda situación en aquel asunto, el repetido trance de verme embarcado siempre en algo ajeno que me acabe involucrando más allá de lo debido. 
Entonces volví a acelerar las copas y cuando el tiempo se me hacía ya insufrible decidí subir a buscarlos. 
En el fondo oscuro del portal, Elvira y don Severino estaban abrazados. A pesar del ritmo vacilante, de la difusa percepción, del sentido desorientado que me haría navegar, ya sin remedio, como gabarra a la deriva, pude esconderme discretamente, porque entendí que aquellas sombras estrechadas, a las que escuchaba sollozar, alargaban la despedida. 
Fui a la zaga de don Severino, incapaz siquiera de mantener el gesto envarado que disimulara mi situación. Tropecé en algún bordillo, sorteé con dificultad una motocicleta. La noche se aposentaba como una ruina lenta. El hombre parecía un huido de esos que se consumen extraviados, que no saben reposar más allá de su obsesión. 
⎼Tú me entiendes, Cervino -me decía, temblándole la copa en la mano derecha y golpeando con la izquierda la barra del bar-. Sabes lo que fue mi vida. 
Y yo asentía, casi a punto de derrumbarme. 
⎼Sabes de sobra que de mi vida no queda nada -confesaba, vaciando la copa y pidiendo otra-. Sólo ella, Elvira. 
No sé lo que duró aquel recorrido que nos metía en la noche con el azogue de las sombras caldeadas. De algún bar nos echaron porque don Severino comenzó a romper copas. Yo iba por un túnel del que únicamente tenía certeza de que no se podía regresar, y escuchaba la reiterada confesión de un amor desgraciado, de un amor en el que se comparte el perdón y la culpa, el prohibido sentimiento del espíritu y la carne que aquel hombre evocaba golpeándome la espalda, haciéndome tambalear penosamente. 
⎼Tantas miserias como yo absolví, Cervino -me decía, con ese gesto de quien recuerda un pasado inadvertido del que sólo él tiene el secreto, e intentaba guiñarme un ojo como para ampliar la complicidad y la suspicacia. 
Arribamos a la estación y todavía con cierto equilibrio don Severino recuperó su maleta en consigna. Yo no distinguía la esfera luminosa del reloj, que campeaba sobre el andén vacío, sólo un borroso y movedizo fogonazo blanco y redondo. 
⎼Quedan cinco minutos, Cervino –me indicó–. Lo justo para tomar la última en la cantina -pero la cantina estaba cerrada y los esfuerzos de don Severino por abrir la puerta resultaron inútiles. 
⎼Nos conformaremos con lo que llevamos puesto –afirmó resignado–. ¿O crees que todavía no tenemos bastante? 
⎼Yo sí, don Seve -dije convencido. 
⎼Te veo borracho, Cervino. Del alcohol hay que cuidarse casi tanto como de las mujeres. 
Llegó el tren. Don Severino cogió la maleta, me miró, volvió a dejarla en el suelo y se abalanzó sobre mí para darme un abrazo. Nos sujetamos con dificultad, a punto de caer desplomados. 
⎼La quiero, Cervino, la quiero -me dijo entonces al oído con la voz tomada por la emoción. 
Le ayudé a subir la maleta después de dos o tres intentos fallidos. Le vi caminar por el pasillo. El tren iba a arrancar. En seguida volvió a la ventanilla. Di unos pasos para acercarme. Don Severino intentaba abrirla pero no lo conseguía. El tren se puso en marcha. Entonces logró bajar el cristal y se asomó sacando las manos. No pude distinguir ya el gesto de su rostro, acaso el resplandor de una lágrima desgajada de la emoción alcohólica. 
Alzó la mano derecha mientras el tren se iba, y me bendijo haciendo la señal de la cruz. Yo acababa de caer de rodillas en el suelo y me santigüé con el mayor recogimiento.









(1989)
El árbol de los cuentos, 
Madrid, Alfaguara, 2006, 
págs. 176-186










Brasas del tiempo, podría haberse titulado el relato. Rescoldos de un amor perdido. La pausa, la emoción, el genuino dolor que destila el texto es inmenso. Me llama la atención el papel de mensajero que adopta el narrador y que me recuerda irremisiblemente a la película de Joseph Losey, El Mensajero, basada en la obra homónima de L. P. Hartley. Como ésta, el relato se convierte en un punzante ejercicio de la memoria.

domingo, 25 de febrero de 2018

SAGA CLOVERFIELD - de Goddard, Reeves y Abrahams


Drew Goddard se estrenó como guionista con la película Cloverfield (aquí Monstruoso, 2008), luego dirigió La cabaña en el bosque (2.012) y posteriormente escribió los guiones de War World Z y The Martian, hasta hacerse cargo como creador de esa maravilla que es la serie Daredevil.
Matt Reeves fue el director de Monstruoso y del perfecto remake Déjame entrar (Let me in), antes de entregarnos las dos estupendas continuaciones de El Planeta de los Simios (El amanecer del Planeta de los Simios y La Guerra del Planeta de los Simios)
J. J. Abrahams, es él, quien todo el mundo sabe, el perejil de todas las salsas de Hollywood. Creador de la serie de culto Lost, director de Super 8 y los reboot de Star Trek y Star Wars (me parece antinatural estar en las dos sagas), etc, etc, etc.


Estos tres tipos se conocieron en sus comienzos y nunca han dejado de reunirse alrededor de la marmita mágica donde mezclar pócimas y crear nuevos proyectos. En la original Cloverfield  encontramos a uno en el guión, a otro en la dirección y a otro como productor ejecutivo lanzando una campaña viral cuando esto ni se sabía qué era. Antes del título oficial, la película se comercializó como 18/01/08, tipografía de fechas que hacía pensar en un material de archivo encontrado.

Desde entonces los tres mantienen el ecosistema Cloverfield como un jardín particular (terror, monstruos, ciencia ficción y cruce de dimensiones paralelas) en el que explorar ideas y divertimentos. Se podría decir que la trilogía secreta Cloverfield es una trilogía de colegas, como Indiana Jones lo fue de dos niños grandes llamados Georges Lucas y Steven Spielberg.

En la red se suele hablar de trilogía secreta (otros la tildan de improvisada), pero lo cierto es que tenemos en ciernes una saga que a estas alturas acaba de estrenar en Netflix su tercera propuesta (Cloverfield Paradox), mientras se anuncia que ya está rodada la cuarta, Overlord (con nazis traspasando las líneas del espacio-tiempo).

Cuando se estrenó la segunda película de la serie, 10 Cloverfield Lane, fuimos muchos los que nos quedamos sorprendidos. Una película de terror psicológico, con un John Goodman perturbador, que mantiene encerrados a un chico y una chica en un refugio antinuclear, con la excusa de una devastación. La película juega con la obsesión enfermiza del hospedero y la ignorancia de lo que de verdad está pasando fuera. Pero cuando por fin la chica escapa, nos encontramos con un desenlace en el que intervienen unos alienígenas.... Oops. Desconcierto total.
Sin embargo, el trío de colegas parecía gritarnos: ¡¡es el universo Cloverfield, tío!!.

Fue después del éxito de la primera cuando empezaron a pensar en realizar películas que, aunque desarrollasen un estilo y una ambientación muy distintos, mantuviesen un punto de anclaje entre ellas: ese momento apocalíptico en que el tejido del espacio-tiempo es rasgado... y ya se sabe que cuando las dimensiones se cruzan, producen monstruos.
Este planteamiento tiene la virtud de que es tan abierto que puede producir secuelas infinitas, ya que sus conexiones pueden ser tan sutiles o secundarias que sólo en el último momento descubriremos el enlace con la saga. Un verdadero juego para el aficionado.

Sin imponerse cortapisas temáticas ni de estilo; las tres películas estrenadas hasta ahora son totalmente distintas y autónomas. Cloverfield (Monstruoso) es una mezcla de terror y ciencia ficción, con el estilo de metraje encontrado (found footage), que gira alrededor de una misteriosa criatura que está destruyendo Nueva York. 10 Cloverfield Lane, en cambio, es una película intimista de puro terror psicológico; mientras que la recién estrenada Cloverfield Paradox es ciencia ficción estrictamente espacial. 

Cada uno tendrá su preferida. 
Monstruoso me aburrió a partir del minuto 20, mientras 10 Cloverfield Lane me mantuvo intrigado hasta el final. Cloverfield Paradox, por su parte, tiene la virtud de hacer mejores retroactivamente a sus dos predecesoras. La serie tiene ese punto bizarro de genuina serie B: cine hecho entre colegas con el único objetivo del divertimento. Yo me apunto. 

La trama de Monstruoso comienza con un grupo de jóvenes en plena fiesta mientras uno lo graba en vídeo. Esta cámara de vídeo irá saltando de mano en mano durante toda la película y constituirá el punto de vista subjetivo del espectador: devastación apocalíptica, fuego cruzado entre el ejército y unas misteriosas criaturas, los edificios y hasta la propia cabeza de la Estatua de la Libertad rodando por las calles… A través de la cámara seremos testigos del caos y los escombros que se enseñorean de Nueva York.


Tras esta película de catástrofes y efectos especiales, la serie se recata y encierra en un refugio subterráneo. 
10 Cloverfiel Lane es una película claustrofóbica que transcurre en un pequeño espacio cerrado, mientras hurga en las entrañas del suspense y el terror. El trío protagonista ignora lo que está sucediendo fuera. La duda va germinando en los dos jóvenes ¿prisioneros?, que no saben si en el exterior se ha desatado el apocalipsis o realmente son rehenes del típico fanático. Hay que decir que en el guión de esta cinta encontramos a Damien Chazelle, escritor y director de las fantásticas Whiplash y La La Land. Su director es Dan Trachtenberg, cuyo delirante corto Portal: No Escape puedes ver más abajo.

La franquicia se caracteriza por sus innovadoras estrategias de marketing. La primera se estrenó tras una campaña viral que hizo pasar algunas de sus imágenes por reales; mientras que la segunda fue una sorpresa total, apareciendo de golpe y sin más noticias, después de ocho años. Esta tercera volvió al secreto. Durante meses sólo había rumores de un título evocador, La partícula de Dios (The God particle), y de un accidente con un acelerador de partículas que provocaría un cataclismo interdimensional. Finalmente la película hizo su aparición estelar en plena Super Bowl, anunciando su cobijo en Netflix; lo que obligó a muchos a irse corriendo a casa para poder descubrirla.

Sobre Cloverfield Paradox he leído bastantes críticas negativas. Unas dicen que nada tiene que ver con la original. Otras que es una colección de lugares comunes. Y aún otras señalan errores monstruosos en el timeline de la trilogía. Esta paradoja espacial transcurre antes, durante y después de los hechos mostrados en la original Cloverfield. La paradoja es que no hay que verla como una trilogía coherente, sino como facetas distintas de un mismo cristal. La otra paradoja es que siendo la menos original de las tres, hace mejores a las otras dos; porque las redimensiona. Pura Gestalt.

Cloverfield Paradox trancurre en 2028 y nos cuenta el proyecto desesperado de llevar un acelerador de partículas al espacio, para conseguir ponerlo en marcha y solucionar la desesperada situación energética de la Tierra. 
En un momento dado los astronautas ven las noticias en la tv donde aparece un científico que avisa de los peligros:

“Ese acelerador es mil veces más potente que cualquiera que se haya construido antes. Cada vez que lo prueban, corren el riesgo de abrir la membrana del espacio-tiempo; rompiendo múltiples dimensiones y destrozando la realidad. Y no solo en esa estación, sino en todas partes.
Este experimento podría desatar un caos como nunca antes hemos visto. Con monstruos, demonios, bestias del mar … Y no solo aquí y ahora. En el pasado, en el futuro, en otras dimensiones.”
Pues eso.





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P.D.
Para abundar en los rumores que tan bien ha sabido instrumentalizar esta saga, hay que anotar que según todas las noticias, la cuarta entrega ya se ha filmado. El nombre de producción es Overlord y tratará sobre un grupo de paracaidistas estadounidenses que en el Día D en Normandía, cruzan las líneas enemigas nazis para descubrir que tienen que enfrentarse a una fuerza sobrenatural, producto de un experimento alemán.

PORTAL: No ESCAPE - de Dan Trachtenberg


Este corto está basado en la serie Portal creada por Valve Software en 1998. La protagonista se despierta sin saber nada, ni donde está, ni porqué está ahí. Su presentación nos remite a la situación de un jugador cuando inicia el videojuego. De hecho es tan fiel al original que delata al director como un verdadero fan del videojuego. Todo está muy bien recreado: el sujeto de pruebas, su celda, el arma de portales... Pero el corto no sólo recoge muy fielmente la ambientación, fotografía y efectos especiales; sino también y sobretodo su espíritu. 


El corto recrea, con un ritmo trepidante, siete minutos inmersivos que reproducen todo el misterio y rompecabezas que supone el juego. La protagonista, igual que el jugador, tiene que afrontar cada obstáculo de un modo distinto y creativo. Si lo hace de forma rutinaria no lo superará.

En el juego, por difícil que parezca al principio, una vez que se pilla la práctica con el arma de abrir portales, todo resulta ingenioso y brillante. La sensación de controlar el espacio, sin normas ni leyes, desafiando los principios de la física... Es una sensación única. Como su potente desenlace.




Portal: No Escape from Jon Chesson on Vimeo.



Cuando Ben Fritz, del Hero Complex, le preguntó al director por qué se decidió a producir un corto sobre el mundo de Portal, éste respondió:
"Bueno, obviamente, adoro Portal y una de las razones es porque es una forma única de experimentar una historia ya que se trata de un juego de rompecabezas. Muchos videojuegos son inherentemente cinemáticos, como Halo y Killzone, pero Portal no lo es. Fue un desafío enrome para mí. 
También hay cosas que nunca puedes ver en el juego, como cuando la protagonista pone su mano en un portal y sale por el otro lado; porque en el juego siempre se está en primera persona. Me encantan las cosas revueltas, como a Michel Gondry y Spike Jonze; y sabía que esto sería algo así. También quería usar muchos efectos visuales, pero me gustaba la idea de no hacer nada con robots y extraterrestres. Es raro que un efecto especial pueda ser intelectual y visceral.  Portal lo es".

miércoles, 21 de febrero de 2018

El CUADERNO de SARA - de Norberto López Amado

España, 2018

Acabo de ver la película  y me ha dejado frío.  Ahí había un historia sí, una cooperante perdida o secuestrada y una hermana que se lanza a rescatarla en medio del África más salvaje, la de los niños asesinos y las minas de coltán. Como reza el slogan de la película, aquí había un viaje que iba a cambiar muchas cosas: nuestra manera de percibir África, su desangramiento en guerrillas, la esquilmación de sus recursos y el viaje interior de Laura ("quizás más que a buscar a mi hermana, he venido para saber quién soy yo"). Pero todo se queda en poses y frases hechas. Ahí está el paisaje selvático, tremendo y estremecedor; pero la cámara apenas lo roza. Ahí está una guerrilla sangrienta e indiferente por la vida; pero apenas se nos transmite. En el guión están todos estos elementos dramáticos e interesantes; pero la narración no tiene garra y nos traslada unas pobres imágenes sin sentimientos.

Hay un grave divorcio entre la historia que intuyes y lo que relata la pantalla. Intuyes que la historia tiene pasión, drama, y que hasta podría acojonar ver a una europea rubia y guapa pasearse por en medio de un conflicto armado que hace tiempo perdió todo viso de humanidad. 
Pero no. 
El relato me resulta absolutamente plano. Es como si estuviésemos viendo la película desde fuera. Las espectaculares imágenes de la selva africana actúan sólo como mera ilustración. No hay una relación emocional entre las imágenes y lo narrado.

En el guión de Jorge Gerricaechevarría no cesan de aparecen temas interesantes (el papel de los cooperantes y las ONGs, la reinserción de los niños soldado, la esquilmación de la materia prima  en el tercer mundo para que el primero lo goce con sus aparatitos); pero ninguno tiene un potente desarrollo dramático.

El divorcio entre lo que la película quiere ser y lo que es resulta estrepitoso.
Más todavía.
Cuando concluye, la voz en off de Sara nos quiere revelar que el diario que logró rescatar de su hermana Sara antes de perderla definitivamente, ayudó a denunciar (¡?) la situación de África. ¿A qué situación se refiere si la misma Sara está tan confusa que no sabemos si está secuestrada o colaborando con los rebeldes asesinos?.

Quizás lo más interesante es el papel del debutante Iván Mendes, un ex niño soldado que acompañará a Laura a través de las hostiles selvas africanas.

La interpretación de Belén Rueda es excepcional, como casi siempre; lo que ocurre es que no tiene un contexto al que pegarse. El director le ha dicho, tú sufre. Y ella sufre y llora, pero su personaje está tan disuelto en un pobre reportaje que todo el esfuerzo parece en vano. 

sábado, 17 de febrero de 2018

CANTO I de UN VIAJE A LA INDIA - de Gonçalo M. Tavares

Montaje realizado con el Ónfalo y Cielo Azul de Kandinsky






Estoy acabando de leer este homérico poema y tardaré semanas en confeccionar su reseña. Cómo referir un libro que narra el mundo a través de la mirada de un poeta. Un viaje a la India, de Gonçalo M. Tavares, es un poema narrativo y novela tan lúcido como audaz. Nos cuenta el viaje de Bloom, un Ulises contemporáneo que huye de su Lisboa natal después de cometer un terrible crimen. Su destino es la India, donde espera encontrar la sabiduría y reconciliarse consigo mismo. El viaje se convertirá en una odisea que lo llevará por Londres, París, Viena o Praga. 
Estas estrofas iniciales tiene la capacidad de compendiar el libro. En ellas ya está -pletórico- el estilo y el universo que es capaz de convocar este autor total. Un autor que sabe que lo importante es el camino: "sabe que debe correr siempre, sin parar, pero no hasta el punto de alcanzar su objetivo. Aquí acaba la historia". Y que a la vez que canta sus aventuras, interpela a su personaje, "esperamos que crezcas" le dice, y "lo que hemos pensado para ti es mucho más profundo, no bastará que conozcas siete teorías, tendrás que subir a siete altas montañas". Esta es la invitación: "deja que todo suceda hasta el final."





1

No vamos a hablar de la roca sagrada
donde se construyó la ciudad de Jerusalén,
ni de la piedra más respetada de la Antigua Grecia,
que está en Delfos, en el monte Parnaso,
ese Ónfalo —el ombligo del mundo—
hacia el que debes dirigir la mirada,
a veces los pasos, siempre el pensamiento. 

2

 No vamos a hablar de Hermes, el Tres Veces Grande,
ni del modo en que se transforma en oro
lo que no tiene valor,
recurriendo sólo a la paciencia,
las creencias y los relatos falsos.
Vamos a hablar de Bloom
y de su viaje a la India.
Un hombre que partió de Lisboa.
3
No vamos a hablar de los héroes que se perdieron
en laberintos
ni de la búsqueda del Santo Grial.
(No se trata aquí de alcanzar la inmortalidad, 
sino de dar cierto valor a lo que es mortal.) 
No vamos a excavar una fosa para encontrar el centro del mundo,
ni vamos a buscar en grutas 
ni en senderos de la selva 
las visiones que los indios idolatraban. 
4

No se trata aquí de ayunar
en la cima de la montaña sagrada
para que la debilidad y las alturas
provoquen temblores y enfermedades benignas.
Se trata simplemente de constatar
cómo la razón permite todavía
algunos viajes largos.
Vamos a hablar de Bloom.
Bath, ciudad balneario de origen romano en U. K.  (fotografía de Patricia Martín)


5
No nos acercaremos a admirar el Vesubio
ni lanzaremos animales
al cráter para calmar los elementos.
No vamos a matar por el elixir de la juventud eterna,
ni vamos a condenar a nadie
lanzando tablillas con inscripciones malditas
a las aguas de Bath, en Inglaterra.
No vamos a hablar de las grandes pirámides de Guiza,
ni de sus muchos pasadizos secretos
que permiten un refugio o la huida a los hombres.
6

No vamos a hablar de las ruinas de Stonehenge
o de Avebury,
ni de los alineamientos tan exactos de los menhires
de la isla de Lewis.
No vamos a hablar de esos milagros diseminados
un poco por todo el mundo,
de esas cartas de piedra que nos enviaron los antiguos.
Vamos a hablar de un hombre, Bloom,
y de su viaje a principios del siglo XXI. 
7

No vamos a hablar de las terribles catástrofes naturales
de la historia del mundo.
Terremotos y maremotos, ciclones en Bangladés
huracanes en el Caribe:
el mundo se tambalea y sufre incendios e inundaciones,
al menos, desde Noé.
No vamos a hablar de la Piedra Negra de La Meca
ni de las siete vueltas que esa piedra exige
que dé un creyente alrededor de la plaza.
Vamos a hablar de Bloom y de su viaje
de Lisboa a la India.

8

No vamos a hablar de la ciudad inca de Machu Picchu,
no vamos a hablar de las cuevas de Lascaux,
ni de sus dibujos infantiles,
amenazadores y serios.
No vamos a hablar de los caballos chinos
ni de los seres mitológicos de las rocas
de Ontario.
Vamos a hablar de Bloom. Y de su viaje a la India. 
9

No vamos a hablar de la aparición repentina
de enanos en algunas grutas de México,
ni de los peñascos de Colorado
donde en el interior de la roca se construyeron casas.
No vamos a hablar de las mesas velador
ni de las visitas periódicas del Más Allá a las casas
de ciudadanos racionales.
Vamos a hablar de un viaje a la India.
Y de su héroe, Bloom. 
10

Vamos a hablar de la hostilidad que Bloom,
nuestro héroe, mostró con relación al pasado,
rebelándose y partiendo de Lisboa
para llegar a la India, donde buscó sabiduría
y olvido.
Y vamos a hablar de cómo al viaje
se llevó un secreto y lo trajo, después, casi intacto. 
11

Es imprescindible dar a conocer las acciones terrestres
con la longitud del mundo y la altura del cielo,
pero también es importante hablar de lo que no es
ni tan ancho ni tan alto.
Es verdad que los griegos intentaron perfeccionar
tanto la Verdad como el gesto;
sin embargo, fueron las ideas, de lejos, lo que más se transformó.
Así que ha llegado el momento de poner Grecia
boca abajo
y vaciarle los bolsillos, querido Bloom. 
12

Cuidado con los hombres que parten con ganas
y felices: en la primera acción, si se tercia,
serán capaces de matar.
Así que, cuidado, Bloom, con tus ganas.
(Pero preocúpate también, en este viaje,
de cómo haces las cosas.)
Con todo, Bloom no sale de Lisboa feliz, lo que no es malo. 
13

Pero prestemos atención a esta otra historia (¿una parábola?).
De la muchedumbre sale un hombre
que corre hacia
una línea imaginaria.
Ese hombre no está loco;
la muchedumbre sí lo está.
El hombre corre hasta encontrar un esgrimidor, 
14

le ofrecen una espada, lucha y gana.
Ahora tiene prisa, deja un muerto tras de sí
y en su cabeza una línea imaginaria
hacia la que debe dirigirse.
Sabe que debe correr siempre, sin parar,
pero no hasta el punto de alcanzar su objetivo.
Aquí acaba la historia. 

15
Por otro lado, la naturaleza también está muy presente
en este viaje.
El viento, por ejemplo, que podría parecer
un elemento neutro
que reparte fastidios menores entre ricos
y pobres,
en realidad no es más que un elemento hábil:
en los débiles provoca frío y en los poderosos levanta una ligera brisa que
alivia del calor excesivo. 
16

A los palacios llega por ventiladores domesticados,
mientras que sobre las casas frágiles
se abate robusto cual tempestad.
El viento (de ciertos países)
azota la cabeza de quien se acaba de caer y
masajea los pies de quien se halla en la cima.
El viento, querido Bloom, no es un elemento de la naturaleza
en el que puedas confiar. 
17

Además, si un rostro tiene dos caras
—una bella y otra asustada—,
los enemigos tan sólo ven el miedo
y los amantes, la belleza.
Son, en el fondo, dos cegueras
particulares,
especializaciones que surgen (espontáneas)
en algunos momentos. 
18

Es verdad que tus antepasados
(hablamos contigo, Bloom)
no levantaron montañas,
sin embargo, mataron mucho, y algunos contaron historias
que aún hoy perduran. Porque, por lo demás, es bien sabido
que mientras se tiene miedo o valor suficiente,
no hay fines de semana ni banquetes
prolongados. Para algunos antepasados valerosos
ni siquiera hubo un solo fin de semana. 
19

Así que, Bloom, esperamos que crezcas y que creciendo
vayas directo a la realidad
y que no te detengas. Porque no basta con que
te apoyes en los acontecimientos,
lo que hemos pensado para ti es mucho más profundo,
no bastará con que conozcas siete teorías,
tendrás que subir a siete altas montañas.
Y atravesar también los continentes,
como si la tierra fuese una extensión temporal
capaz de medir tus días. 
20

Surca las aguas también, querido amigo Bloom,
parte el mar en dos.
El mar es un mamífero,
el barco, el puñal del sacrificio.
Porque, como ocurre con todos los animales,
el mar sólo se muestra arrogante
hasta que encuentra a su dueño.
Hablamos del mar, pero quizá
sería la tierra o el cielo lo que deberíamos describir.
Bloom, Bloom, Bloom. 
Puerta del cielo, Tianmen, China
                   
21

Podrás acusar a los dioses de poseer
una técnica de gobierno muy particular,
que, en el fondo, se podría resumir diciendo:
deja que todo suceda hasta el final.
En efecto, Bloom, no podrás
atribuir demasiada complejidad a esa manera altiva
de cerrar los ojos, bajar los brazos
y descansar las piernas. Son los dioses, Bloom,
no es asunto tuyo. 
22

Los dioses actúan
como si no existiesen, de manera que
no existen, de hecho, con excesiva eficacia.
Es verdad que entre los dioses
hay una jerarquía,
exactamente igual que entre los operarios
de una carpintería
o entre los estibadores
de algunos puertos de Europa, 
23

y el más fuerte de entre los dioses,
al ser diestro, necesita, al menos,
tener esa mano libre para actuar.
Hay jerarquías, por tanto, en las flores,
las malas hierbas y lo divino.
A partir de la bondad o de la maldad podrás trazar
gráficos de competencia, otorgar medallas;
disparar más balas a uno que a otro. 
24

En el fondo, la organización del universo
es un asunto de galones militares,
y lo informe asusta (precisamente)
porque no sabemos si tenemos que darle órdenes
u obedecerle.
Pero, Bloom, hablemos también de la ironía que tanto
vamos a aplicar.
¿De qué manera la catástrofe
puede llegar a perturbar el viejo método
que consiste en mantener el mundo a distancia? 
25

Por encima de la catástrofe, desde un punto de vista aéreo,
el hombre es capaz de ironizar,
mientras que, bajo la catástrofe,
bajo sus escombros,
la ironía será la última en aparecer
después de la acción instintiva de defensa,
después de la desesperación que sigue emitiendo órdenes y haciendo intentos,
y del último grito que señala el fracaso. 
26

Sólo después de ese grito la ironía regresa,
diciendo, como mucho:
es verdad que me muero, pero aun así,
mantengo una elegante distancia
con mi muerte.
He aquí, Bloom, presentada a grandes rasgos
la vieja ironía
a la que a veces vamos a recurrir para evitar
reír a carcajadas, o llorar. 
27

El corazón: víscera que olvida menos que la cabeza.
Si quieres saber sobre el pasado, Bloom,
habla con los hombres de una ciudad,
pero si deseas descubrir para siempre la
sabiduría primaria,
pasa una tarde junto a un animal
sin lenguaje.
No todo lo que sucede
puede escribirse, he aquí lo que ya sabíamos.