martes, 21 de enero de 2014

El LOBO de WALL STREET - de Martin Scorsese








Todo es una filfa
¡Dios mío qué ímpetu atesora el maestro Scorsese, y eso que tiene 71 años! Es capaz de recoger un personaje y toda la jodida época noventera y meterla en una vertiginosa coctelera de dinero, sexo, drogas y rock´roll.

La energía que despliega la película es enorme, el nivel de la depravación que retrata altísimo, a los excesos de un lenguaje soez se unen otros tan idiotas como legendarios (lanzar enanos a una diana, pasear un chimpancé por la oficina o practicar sexo con prostitutas de lujo en el ascensor de cristal). Y drogas, drogas, drogas hasta la inconsciencia. "¿Cómo aguantar sino este trabajo?", dice un personaje.

La película recrea una adicción y ella misma se conforma como una, excitada y provocativa. El dinero es la sangre de este torrente y sus leucocitos las drogas y el sexo. Para plasmarlo en imágenes el director utiliza todos los recursos expresivos a su alcance con un dinamismo enloquecedor. Unas veces es el protagonista que rompe la cuarta pared y habla directamente a cámara ("¿Era legal aquello?"), otras coloca una voz en off para subrayar un efecto ("¡Un millón de dólares! Apenas podía imaginarme cómo sería el tipo en cuestión."), otras montando verdaderos videoclips con la música a todo trapo y la cámara persiguiendo al protagonista. Toda una lección de cine excitado y excitante.
















Pero no por eso el director pierde el norte. Su aguja apunta claramente a la adicción y a la avaricia. La presentación es monumental. La cinta se abre con el anuncio televisivo de la agencia de brokers. Un león se pasea emanando poder y control por una oficina pulcra y hacendosa. "Para guiarles por la jungla financiera" dice la voz en off. "Estabalidad, integridad, orgullo" canta el slogan. Para, en furioso contraste, al plano siguiente mostrarnos esa misma oficina enloquecida, con todos sus brokers haciendo apuestas mientras lanzan a un enano contra una diana. En esos fabulosos 15 minutos iniciales asistimos primero al spot institucional, luego a su enloquecido reverso y para concluir seguiremos al mismísmo Jordan Belfort en plena acción (snifando en la oficina, felación en el Ferrari, exposición de yate y mansión) en un spot de sí mismo, destripando al personaje voraz y libertino. Leonardo DiCaprio pone en pie con verdadera pasión a un personaje que ya es icónico.
"Primero recibí el libro y luego este increíble guión que estaba lleno de referencias al Imperio Romano, porque, aunque la historia de Jordan ocurrió a finales de los ochenta o principios de los noventa, la novela me recordaba a Calígula, el emperador loco." 
Después de estos quince esclarecedores minutos ya puede comenzar la historia, un american way of life sembrado de mentiras y estafados. 
22 años y recién llegado a Wall Street, el joven Jordan Belfort es invitado a comer por su jefe, Mark Hannah (Matthew McConaughey). El diálogo entre colegas resulta tan brutal como conciso. Míster Hannah revelará a la bestia en apenas una docena de líneas y dará a Jordan la última lección que recibirá en su vida.
"-El juego consiste en pasar el dinero del bolsillo de tu cliente a TU bolsillo.
-Ya, pero si puedes hacer que tu cliente también gane un poco de dinero, mejor. Así todos salimos beneficiados ¿Correcto?
-¡No! Regla nº 1 en Wall Street: nadie, ni aunque seas Warren Buffet, o Jimy Buffet, NADIE sabe nunca si un valor va a subir o bajar, ir de lado o ir en putos círculos....y mucho menos los brokers. Es todo una filfla, ¿sabes lo que es una filfla?
-No, filfa, ¿farsa, artificio?
-Filfa, Filfa...una frasa, un artificio, pura fantasía. No existe, no se posa, no sale en la tabla periódica...es jodidamente irreal.
-Vale.
-Sígueme. No creamos nada. No construimos nada. Si tienes un cliente que compró acciones a 8 y ahora se venden a 16, el cabrón se pone contento, ¡quiere venderlas!, liquidar su puta pasta y volver a casa. No permitas que lo haga ¡ESO LO HARÍA REAL!
-Ya.
-No. ¿Qué haces? Se te ocurre otra brillante idea. Una idea especial. Otra situación, otras acciones para reinvertir sus ganancias y más, si puedes. Y lo hará una y otra vez porque son unos putos adictos. Y seguimos haciéndolo una y otra vez y otra vez. Mientras tanto él cree que se está forrando...y es cierto, sobre el papel . Pero tú y yo, los brokers, nos embolsamos dinero contante y sonante con las comisiones, hijo puta.
-¡VALE!
...
-Mantén a tus clientes en la noria."

"A los pocos segundos ya estaba enganchado. Era como meterte adrenalina en vena", reconoce Jordan. Y es verdad que no sólo de dinero y avaricia se trata. Cuando los federales ya lo enciman, el abogado de Jordan logra un acuerdo para que pague una multa simbólica por malas prácticas y se retire. El broker acude al púlpito que tiene en su oficina. Desde allí suele arengar a sus tropas, pero hoy toca despedirse. Hilvanando las frases una detrás de otra, la sangre de Jordan comienza a arder y acaba gritando "¡Que se jodan!". No se irá. No puede. Necesita esa droga. El irresistible chute de manipular y vencer, ¡salirte con la tuya!

"Mi primer día como puto amo del universo", dice con su licencia de agente de bolsa. Alguna pose, algún plano nos acerca el eco de Ciudadano Kane, el prohombre capaz de conformar el mundo según su voluntad. Pero seamos serios, siendo una gran película está un par de palmos por detrás. Menos en la propia concepción de la película (las dos tienden al virtuoso puzzle), que en el desarrollo dramático y los personajes. Supongo que conscientemente, cuando Scorsese fotografía al gran Jordan Belfort en un momento de gloria (organiza su despedida de soltero como una verdadera bacanal), nos lo presenta de pie y desnudo ante el ventanal de la planta 27 de un hotel, rodeado de cuerpos exhaustos. Lo hace con un plano picado que puede recordar al de Welles sobre un suelo inundado de periódicos. En uno se percibe la voluntad de poder. En el otro un gusano se escurre entre el lodo.
















Todo el elenco está genial. DiCaprio hace tiempo que subió a los altares y el maestro Scorsese ha sido capaz de sacar a un nuevo Joe Pesci aunque sea con sobrepeso y gafas de pasta. Se llama Jonah Hill e interpreta a Donnie Azoff, el vicepresidente de Stratton Oakmont Inc. Esas escenas típicas de un Pesci chiflado y enardecido que persevera en una equivocación hasta cagarla, las vemos reproducidas en la del parking, donde Donnie Azoff debe entregar un maletín de dinero: ahí están el absurdo, la tensión y la estupidez del que se cree inexpugnable.

Es verdad que cuando acaba la película me parece un poco estragada. Los discursos y las arengas se repiten más de la cuenta, así como las escenas de desenfreno. Aunque también es cierto que cuando la caída se avecina y la historia necesita echar la vista atrás, tu bolsa de recuerdos, insolencias y barbaridades ha de estar llena, para que la sensación de lo pasado sea plena.

La película está concebida escena a escena. Cada una con su propio ritmo y música. La de DiCaprio y McConaughey, la de Jordan en su primera venta de las acciones "de a centavo", las arengas a sus "lobos", la del Ferrari volviendo del club de campo totalmente pedo (por cierto hilarante), la del banco suizo, la del naufragio del yate... La forma de rodar de Scorsese y la de montar de su fiel Thelma Shoonmaker tienen un sello y una fuerza inconfundible.

Como en toda su filmografía, la pantalla destila adrenalina, te empuja al frenesí; pero siempre hay un momento en que la música se para y el plano se convierte en un espejo (Paul Newman sobre una bola de billar al final de El color del dinero) o en un precipicio. Te has vuelto a quedar sólo con tus pensamientos, estás a punto de estrellarte y toda la película vuelve a pasar por tu mente. El plano final  hace que te vuelvas sobre ti.

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