jueves, 1 de marzo de 2018

Yo, TONYA - de Craig Gillespie

EEUU, 2018
La historia estaba ahí. Los Juegos de Invierno de Lillihammer, en 1994, estaban esperando el enfrentamiento entre las estadounidenses Tonya Harding y Nancy Kerrigan que venían de protagonizar una historia de lo más chunga: alguien del entorno de Tonya había pagado a unos sicarios para que le rompiesen la rodilla a Nancy. Aunque nunca se llegó a aclarar el papel de Tonya en este embrollo, fue declarada la mayor villana del deporte norteamericano. Eso a pesar de ser la primera estadounidense en lograr un triple axel.
Pero no van por ahí los tiros. 

La historia de esta rivalidad deportiva conmocionó EEUU y ocupó portadas en televisiones y periódicos; pero en la película Nancy apenas aparece, no hay enfrentamiento directo entre ambas, ni un odio acumulado por las sucesivas competiciones. 

La película se centra en Tonya, en primera persona, como reza el título. Su vida y personalidad. Y en verdad que hay material de sobra. Una madre palurda y despiadada que fuerza desde niña a su hija para que triunfe en el patinaje. Un novio palurdo de Oregón, aquejado de sevicia, al que se suma un amigo seboso y palurdo aquejado de delirios de grandeza. Escuchar a este inadaptado que todavía vive con sus padres, decir que es el guardaespaldas de Tonya y un experto en contraespionaje; nos puede dejar primero pasmados para después provocarnos la más sonora carcajada.  

Majaderos son lo que más abunda en esta historia, tal y como declara uno de los periodistas que siguió los hechos. La madre, el marido y su amigo del "contraespionaje", además de la propia Tonya son el vivo retrato de la disfunción social y personal. Viéndolos no dejaba de recordar a los personajes de Fargo, el clásico de los Coen. Gente simplona tomando decisiones complejas para demostrarnos lo imbéciles que pueden llegar a ser. La diferencia entre las dos películas está en el montaje. Yo, Tonya se presenta con un montaje vibrante y enérgico como si de un Scorsese se tratase, más en concreto nos recuerda a Goodfellas. Se trata de un reportaje, un relato personal del ascenso y caída en tu gloriosa vida. Tan directo y desacomplejado que incluso alguno de los protagonistas rompe de vez en cuando la cuarta pared para dirigirse a nosotros. Esta soy yo. Sí, ya sé que la he cagado, pero también tengo mi corazoncito. 
¡Qué buena la película y qué brillante la interpretación de Margot Robbie!  Su mimetización con la explosiva y deslenguada Harding es total.

Las secuencias, el formato y la fotografía tienen la textura del reportaje televisivo. De hecho el hilo narrativo lo llevan Tonya y su marido que, sentados en una silla, frente a la cámara, nos van desgranando esta historia de sueños y violencia. Un reportaje vivo y palpitante que no se ahorra las situaciones netamente ridículas.  

El guionista Steven Rogers tenía ante sí un reto mayúsculo. La historia era demasiado conocida tras haber sido pasto de la prensa amarillista y de todo tipo. Además estaba el hecho de que nunca se pudo elucidar el verdadero papel que jugó Tony Harding. Ante esta dificultad el guionista entrevistó a los implicados y lo plasmó en la cinta: "solo muestro todos los puntos de vista y permito que la audiencia decida lo que quiera. Todos tratan de controlar la narrativa y todos se dicen a sí mismo lo que necesitan saber para justificarse", dijo el guionista en una entrevista. Así podemos salvar aquello que definía tan bien el Dr. House: Todos mienten.


La patinadora fue implicada tras comprobarse que su esposo, Jeff Gilloly, y quien se definía como su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, fueron los inspiradores del ataque a su rival. Tras su participación en las Olimpiadas, Harding se declaró culpable de haber obstruido la investigación de la justicia, tras reconocer que conocía las intenciones de su marido, pero no lo denunció a las autoridades. La Asociación de Patinaje Estadounidense la despojó del título ganado en los Campeonatos Naciones de Detroit y la suspendió de por vida. 

Pero es difícil no empatizar con esta zafia, noble y apasionada Tonya Harding. Sin estudios, sin familia, sin amor, se volcó en su sueño: ser la mejor patinadora. Y lo hizo a pesar de que su madre LaVona Golden (una Alllison Janney incomensurable) la empujaba y humillaba sin medida: "pagué para que practiques, así que te vas a quedar en la pista y vas a patinar", le espetaba a su pequeña incluso cuando quería salir de la pista para ir a orinar.

Luchó contra todo tipo de adversidades. Sufrió abusos por parte de su madre, maltrato por parte de su marido, fue despreciada por los jurados de la competición que criticaban su manera de vestir. Finalmente fue un juguete roto en manos de la prensa y la opinión pública: "vosotros me maltratasteis", nos llega a acusar mirando fijamente a cámara. Su reflexión final, cuando tiene que abandonar el patinaje, es bien amarga: "América siempre necesita alguien a quien amar....y también alguien a quien odiar". Tonya sirvió para ambas cosas.
El marido y el "guardaespaldas" de Tonya

No quiero concluir sin destacar dos aspectos más.
Uno son las interpretaciones. 
Los cuatro pilares de este drama; madre, marido, ¿guardaespaldas? y Tonya, están geniales. Allison Janney destila sarcasmo y desprecio. Sebastian Stan (como el marido) tiene ese punto patán y violento; mientras el orondo Paul Walker Hauser lo clava como "agente de contraespionaje". Además cuando al final de la película, nos ofrecen imágenes de las personas reales, nos quedamos asombrados por la extraordinaria caracterización llevada a cabo. 
Allison Janney caracterizada como la madre de Tonya



Otro aspecto es el rodaje de las escenas de patinaje. 
Hay cuatro largas escenas de patinaje en la película y están rodadas de forma magistral. El director aprovechó las habilidades de un camarógrafo para el patinaje y metió la cámara en la misma pista, persiguiendo a la patinadora (como hizo Scorsese en el ring de Raging Bull). El rodaje se hizo cámara en mano y el resultado son unas secuencias enérgicas y veraces.

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