martes, 27 de marzo de 2018

LONDON SPY - de Tom Rob Smith

Magnífica serie de espías que en sólo 5 episodios bucea inmisericorde en una trama de secretos pero con un enfoque netamente emocional. Tom Rob Smith, escritor del estupendo thriller El niño 44, es el creador de esta serie minuciosa y cautivadora que sigue los entresijos de una conspiración en el MI6 británico; pero cuyo sustento es netamente dramático, con un juego de relaciones personales realmente potente y muy bien trazado.

London Spy arranca con el encuentro casual entre Danny y Alex, que les conducirá a una relación amorosa. Ambos llevan vidas muy dispares, Danny (Ben Whishaw) es un joven disoluto que trabaja en un almacén y vive con intensidad la noche londinense. Alex (Edward Holcroft) es todo un gentleman enigmático y muy brillante. Es un genio científico, que fue a la Universidad a los quince años pero nunca ha dado rienda suelta a sus emociones ni a su sexualidad. De pronto Danny le descubre todo un universo que le rescata de su profunda soledad. Entregado a Danny le descubre que trabaja para el Servicio de Inteligencia Británico, pero cuando su relación está en lo más álgido, Alex desaparece.  Danny no se conforma y con la ayuda de su amigo Scottie, un alto funcionario muy bien relacionado, empieza a investigar su paradero, sin saber exactamente dónde se está metiendo. 




Scottie (Jim Broadbent) es un viejo amigo de Danny a quien rescató de una vida autodestructiva, aconsejándolo con la dedicación de un padre. Él mismo es homosexual y está acostumbrado a la doble vida. En su época, en la Universidad, su orientación sexual estaba penada con cárcel.

La realización es morosa, sin embargo siempre avanza y resulta seductora. La ambigüedad se instala en todos los ámbitos. Numerosos planos recogen meras conversaciones; pero la intriga y la intensidad emocional son de tal calibre que permaneces cautivado. Es imposible abstraerse tanto de lo que se dice como de lo que no se dice. Así avanza la acción, lenta y desconcertante, pero siempre comprometedora. Alex es un genio de los códigos y el big data, la persona clave en un proyecto muy secreto y su relación con Danny, sin saberlo, ha agitado un avispero. 


En el capítulo uno los dos se conocen y entrevemos el carácter reservado de Alex. En el dos se acuestan, viven con intensidad su hermosa aventura y a continuación Alex desaparece. Cuando Danny lo encuentra en su apartamento, está metido en un baúl, asfixiado. En el tres Danny es sospechoso. Todo a su alrededor se lo va tragando. Conoce a la madre de Alex, una enigmática Charlotte Rampling que le dice: "Era muy inteligente, pero incapaz de sentir. Todo, incluidas las personas, eran puzzles para Alex y él quería desentrañarlos."




En el capítulo cuatro nos zambullimos en el pasado de Alex. Más secretos. Aparece un gigoló que ha estado pasando información sobre él. Scottie le advierte a Danny: "El sexo siempre ha sido una herramienta de control y tu relación con Alex era peligrosa para ellos".
"Hay rumores de que el Kremlin garantiza la lealtad de sus ciudadanos más importantes....con el pretexto de celebrar la elección a la cámara baja, al individuo lo invitan a la cena más fastuosa que Moscú pueda ofrecer. En un momento, durante la noche, este preciado individuo se desmaya y se despierta en la suite de un hotel, en una cama, junto a un aterrorizado niño desnudo. Antes de que pueda decir nada el FSB aparece, registra la habitación, le detiene y lo lleva a una sala de interrogatorio en la prisión moscovita de Butirka, donde el individuo jura que no es un pedófilo. ¡Han debido ponerme algo en la bebida! Mis enemigos me han engañado. Él no lo sabe, no puede explicarlo pero es un error y para su sorpresa el oficial del FSB está de acuerdo con que es un error. Pero es un error que queda registrado para siempre. Algo que nadie verá a menos que el individuo cometa un error de índole política, y con eso la opción está clara: privilegio o desgracia, destrucción o supervivencia. El oficial del FSB cree que ha ganado, el individuo cree que está perdido; pero esos sistemas de opresión, tan implacables como se presenten, tan invencibles como parezcan, nunca se mantienen, ni duran, ni sobreviven porque  ¡no viviremos con miedo!"
Este es el juego de la serie. Secretos, mentiras y lealtades.
Por en medio el factor humano, con sus anhelos y contradicciones, que esté magníficamente desarrollado.
El capítulo cuatro es tan intenso que parece el desenlace; pero el quinto dará a todo una vuelta de tuerca más tortuosa y mortificante.  Una última y definitiva mentira a la que se une la irónica traición que su propia obra le hace a Alex. 

A estas alturas ya sabemos que el quid de la cuestión está en las mentiras y que, este es uno de los grandes aciertos de la serie, éstas permanecen arraigadas tanto en el espionaje y la política como en las relaciones personales. La lucha de Danny en ambos campos de batalla será encarnizada. Aunque Alex se batió en los dos y acabó muerto.
"Estás confundido Danny, entre intentar probar cuánto le querías y probar una conspiración. Estás hecho un lío." dice la amiga de Scottie.

Sinuosa, elíptica y compacta, la serie  dirigida por Jakob Verbruggen (The Fall, The Bridge) va rolando entre capítulos netamente de espionaje, a capítulos que persiguen secretos familiares y, más frecuentemente, a hurgar en las emociones de los protagonistas. La galería de personajes es extraordinaria. Su dibujo es complejo y profundo. Cada historia que aflora (la de Alex, un niño inteligentísimo en una familia muy pobre; la de Scottie, la de la madre de Alex, que siendo mucho más brillante que su marido fue ninguneada por el MI6, lo que acabó produciendo una fuga de seguridad) hubiera merecido un capítulo aparte. Tanto Jim Broadbent como Charlotte Rampling, siendo secundarios, fulguran en apariciones cortas pero fascinantes.

El cebo de esta potente intriga es un secreto que más vale no desvelar..... pero que está relacionado con el big data: el nuevo grial de nuestros tiempos. 

Anoche acababa de ver el último capítulo y esta mañana me desayuno en ElPaís.com con Christopher Wylie, el diseñador de una poderosa ciberguerra al servicio de la derecha populista, cuyas revelaciones han puesto en jaque al propio gigante Facebook. En esa entrevista Wylie reflexiona con rotundidad: 
"Los datos son nuestra nueva electricidad. Son una herramienta. Si hay un cuchillo en la mesa, puedes hacer una comida de estrella Michelín o usarlo como arma para un asesinato. Pero es el mismo objeto. Los datos en sí no son un problema, hay un increíble potencial y cosas asombrosas que podemos hacer con ellos"
"London Spy" está basada en una morbosa noticia que saltó a la prensa británica en 2010: en un apartamento relacionado con los servicios secretos del Reino Unido, apareció un hombre muerto, encerrado dentro de una bolsa de gimnasio. La homosexualidad presente en la reciente historia de la Inteligencia británica invitaba al morbo y al escándalo. Rob Smith ha querido ir más allá, dejando el sexo en el fondo del escenario para centrarse en un puzzle de personas, intereses y lealtades.

sábado, 24 de marzo de 2018

El ORIGEN del CINE FANTÁSTICO

En la web de cine LoQueYoTeDiga.net he encontrado este cabal artículo/vídeo sobre el origen del Cine Fantástico. En él encontramos el espíritu indomable de Méliès que después de hacerse con la cámara de los hermanos Lumiére y la patente del bioscopio rodó la inaugural "La pesadilla (Le cauchemar)" allá por  1896. 

El video, que incrusto a continuación, no sólo es valioso por esas inaugurales imágenes que nos muestran tanto los anhelos como las pesadillas más usuales del género humano; sino por el tan somero como acertado análisis de las primeras y geniales piezas del género: Metrópolis, de Fritz Lang, que prefigura la maldición del nazismo; El Gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiene, que nos advierte del autoritarismo y Nosferatu, de Friedrich Wilhelm Murnau, tenebroso poema visual que mezcla existencialismo y terror. 



Capítulo 3º: Cine Fantástico I from Alejandro Mucientes Sandoval on Vimeo.



miércoles, 21 de marzo de 2018

POESÍA y REALIDAD - de Charles Simic





Lo que sigue es el capítulo 23 del libro Una mosca en la sopa [A fly in the soup] que recoge las memorias del poeta Charles Simic, editado por Vaso Roto Ediciones.
Un texto que comienza con una historia terrible y evocadora para ir acotando su idea de la poesía, sea norteamericana: "Whitman y Emerson lo convirtieron en la premisa fundamental de la poesía americana: Todo lo que hay en el mundo, sea profano o sagrado, debe ser examinado de nuevo a la luz de la experiencia personal"; o universal: "Quizá la tarea de la poesía sea rescatar los vestigios de autenticidad que todavía se pueden encontrar en las ruinas de los sistemas religiosos, filosóficos y políticos." Aunque sin olvidar la propia experiencia que el poeta de origen serbio ve ineludible: "Uno quiere decir algo sobre los tiempos en que vive".



"Hace treinta años, cuando vivía en Nueva York, me quedaba casi todas las noches despierto escuchando los farragosos soliloquios de Jean Shepherd en la radio. Era un programa en el que se decían muchas cosas interesantes y se podía escuchar un poco de música. Una noche contó una larga historia que todavía recuerdo sobre cierto ritual sagrado que practicaba una tribu amazónica. A grandes rasgos, era algo así.

Una vez cada siete años los miembros de esta remota tribu cavan un profundo agujero en la espesura de la selva y dejan allí a su mejor flautista. Después, los miembros de la tribu se despiden de él para no regresar jamás. A los siete días, el flautista, con las piernas cruzadas en lo hondo del agujero, empieza a tocar. Los miembros de su tribu no pueden escucharle, por supuesto, sólo los dioses pueden hacerlo, y de hecho esa es la finalidad del rito.

Según Shepherd, que no tenía ningún reparo en engañar a sus insomnes oyentes, un antropólogo había permanecido escondido durante el ritual y había conseguido grabar al flautista. Esa noche, Shepherd iba a emitir aquella grabación.

Me pareció espeluznante. Un hombre a punto de morir, aturdido por el hambre y la desesperación, reunía las pocas fuerzas y la fe en los dioses que le quedaban. Un Orfeo del Nuevo Mundo, pensé.

Shepherd siguió hablando y hablando hasta que por fin, en el silencio de la madrugada, en mi cuchitril de la calle Trece Este, se escuchó el sonido débil y sobrenatural de la flauta: un lamento solitario e infinitamente triste mezclado, de vez en cuando, con la respiración todavía audible de aquel ser vivo resignado a aceptar la terrible situación en la que se hallaba. En aquel entonces me dio igual que la historia fuera real o una invención de Shepherd, y sigo pensando lo mismo. En realidad, todos vivimos en el fondo de nuestro agujero particular, incluso aquí en Nueva York.

Todas las artes tienen que ver con el callejón sin salida en el que nos encontramos. Es su atracción fatal. «Las palabras me fallan», suelen decir los poetas. Todo poema es un acto de desesperación o, si lo prefieren, una tirada de dados. Dios es el público ideal, sobre todo si no puedes dormir o si te encuentras en un agujero en el Amazonas. Si falta, peor todavía.

El poeta se sienta ante el papel en blanco con la necesidad de decir muchas cosas en el espacio limitado del poema. El mundo es enorme, el poeta está solo y el poema no es más que un fragmento de lengua, una pluma que rasga el silencio de la noche.

Puede darse el caso de que el poeta quiera hablarte de su vida. Un puñado de imágenes resultantes de un fugaz momento de felicidad o lucidez extremas. El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. El poeta desea rescatar un rostro, un estado de ánimo, una nube en el cielo, un árbol en el viento y tomar una especie de fotografía mental de ese momento en que el lector se reconoce a sí mismo. Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos.

Por otra parte, el poeta se ve empujado a decir la verdad. «¿Cómo debe expresarse la verdad?», se pregunta Gwendolyn Brooks. La verdad importa. Acertar importa. El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle.

Además, uno querría decir algo sobre los tiempos en los que vive. Toda época tiene sus injusticias y sus sufrimientos desmedidos, y la nuestra no es ni mucho menos una excepción. Hay que enfrentarse a la historia de la maldad humana, y todos los días encontramos nuevos ejemplos sobre los que reflexionar. Se puede pensar en ello todo lo que se quiera, pero comprenderlo ya es otra historia. Vivimos en una época en que hay cientos de formas de explicar el mundo. Se puede creer en cualquier cosa, en todas las religiones y en todas las variedades de cientificismo. Quizá la tarea de la poesía sea rescatar los vestigios de autenticidad que todavía se pueden encontrar en las ruinas de los sistemas religiosos, filosóficos y políticos. 

Además, uno querría escribir un poema tan bien acabado que hiciera honor a la tradición representada por Emily Dickinson, Ezra Pound y Wallace Stevens, por nombrar tan sólo a algunos maestros.

Por otra parte, uno espera superar esa tradición, revolucionarla y ponerla del revés, y encontrar un espacio vital propio. 

Por otra parte, uno querría entretener al lector con ayuda de deslumbrantes metáforas, arrebatos de imaginación y declaraciones desgarradoras.

Por otra parte, la mayor parte del tiempo uno no tiene ni idea de lo que hace. Las palabras hacen el amor en la página como moscas en el calor del verano, y el poema le debe tanto a la casualidad como a la intención. Probablemente incluso más.
Hunter, de Daido Moriyama

Esto no es más que una pequeña comanda de un enorme menú que sólo podría servir una de esas divinidades hindúes con muchos brazos.

Un gran defecto de la poesía, o uno de sus mayores atractivos –depende de cómo se mire– es que pretende abarcarlo todo. A la fría luz de la razón, escribir poesía es imposible.




Las predicciones que leemos tan a menudo que afirman que la poesía está a punto de desaparecer son completamente erróneas, tan equivocadas como la mayoría de las profecías intelectuales del siglo XX. La poesía demuestra una y otra vez que las teorías generales no funcionan por sí solas. La poesía es la serenata del gato bajo la ventana de la habitación donde se escribe la versión oficial de la realidad. Los críticos académicos escriben, por ejemplo, que la poesía es un instrumento de la ideología de las clases dominantes y que todo es política. Resulta que los que atormentaban a Anna Ajmátova eran en realidad sus ángeles de la guarda. Pero ¿y si los poetas no estuvieran locos? ¿Y si fueran capaces de transmitir el sentimiento de un periodo histórico mejor que nadie? Obviamente, la poesía capta algo esencial de los seres humanos, algo que suele pasar desapercibido, y es esta cualidad inefable la que ha garantizado su longevidad desde siempre. «Para vislumbrar lo esencial… quédate todo el día tumbado y quéjate», dice E. M. Cioran. La poesía es mucho más que eso, por supuesto, pero como comienzo no está mal.

Los poetas líricos perpetúan los valores más antiguos de la Tierra. Afirman la experiencia del individuo frente a la de la tribu. Emerson decía que ser un genio equivalía a «creer en lo que piensas, creer que lo que consideras bueno para ti en lo más profundo de tu corazón lo es para el resto de los hombres». Desde los griegos, la poesía lírica siempre se ha basado en ese presupuesto, pero Whitman y Emerson lo convirtieron en la premisa fundamental de la poesía americana. Todo lo que hay en el mundo, sea profano o sagrado, debe ser examinado de nuevo a la luz de la experiencia personal.

En este lugar y en este momento, me asombro de estar viviendo mi vida… El poeta americano es el ciudadano moderno de una democracia que carece de una base histórica, religiosa o filosófica definida. Los marxistas solían burlarse de este tipo de afirmaciones y decían que eran «típicas del individualismo burgués». «Les encanta oler su propia mierda», decía un conocido mío aludiendo a los poetas. Era maoísta y la idea de que cada ser humano pudiera encontrar su propia verdad le resultaba incomprensible. Con todo, esto es lo que pensaban Robert Frost, Charles Olson e incluso Elizabeth Bishop. Eran realistas que todavía no habían decidido qué es la realidad. Su poesía defiende la santidad de esa búsqueda en la que la realidad y la identidad se redescubren eternamente.
Obra de Jean Denant

No es en la imaginación ni en la identidad en lo que confían nuestros poetas ante todo, sino en los ejemplos, las narraciones o las experiencias concretas. Los poetas todavía tienen mucho de diarista puritano. Como sus antepasados, introducen observaciones sobre el estado de su vida interior en entradas de su diario que hablan del clima. El problema de la identidad siempre está presente, al igual que la persistente sospecha de que la existencia carece de sentido. La premisa de trabajo, sin embargo, es que cada individuo es representativo hasta en sus preocupaciones más íntimas, que el «problema estético», como ha dicho John Ashbery, es un «microcosmos de todos los problemas humanos», que el poema es el lugar donde el «Yo» del poeta, por cortesía de una alquimia visionaria, se convierte en el espejo de todos nosotros.

«América no está acabada, quizá nunca llegue a estarlo», dijo Whitman. Nuestra poesía es la conciencia dramática de ese estado. Su herejía consiste en considerar que una parte de la verdad es la verdad absoluta y en convertirla en «un lugar donde refugiarse temporalmente de la confusión», según la famosa formulación de Robert Frost. En física, lo infinitamente pequeño contradice la ley general, y lo mismo se puede decir de la buena poesía. Lo que nos gusta de ella es la naturaleza democrática de sus valores, su actitud temeraria, su individualismo y su libertad. No hay nada más americano y más esperanzador que la poesía americana.




Un perro negro encadenado menea la cola cuando paso a su lado. La casa y el granero de su amo se comban como si fueran a hundirse aplastados por el cielo. En el porche y en el patio mi vecino almacena coches viejos, cocinas, neveras, lavadoras y secadoras que trae del vertedero municipal para, en un futuro, darles un uso que no está claro, todavía por decidir. Todo está roto, oxidado, desmontado y disperso, excepto una incongruente estatua de escayola de la Virgen que parece nueva y que mira hacia abajo, como si se avergonzara de estar allí. Detrás de su casa, sobre el lago, se puede ver una espectacular puesta de sol invernal, como las de los cuadros que venden en la sección de ofertas de los grandes almacenes. Por lo que respecta al flautista, recuerdo haber leído que en los lejanos desiertos del sudoeste se pueden encontrar figurillas hechas con cerillas en las paredes de algunas cuevas y que algunas de ellas tocan la flauta. En New Hampshire, donde escribo esto, tan sólo se encuentra esta casa oscura, la estatua fantasmal, el silencio de los bosques y la fría noche invernal que cae a toda prisa.






Charles Simic nació el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, Yugoslavia. Su infancia estuvo marcada por los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. En 1954 emigró a EEUU junto a su madre y hermano para reunirse con su padre. Vivieron en Chicago y los alrededores hasta 1958. Publicó sus primeros poemas en 1959, a los 21 años.

Luis Muñoz en Babelia analizó su escritura del siguiente modo: "Su poesía establece relaciones directas entre las cosas y lo que podríamos llamar su representación imaginativa. Los poemas son recuerdos construidos con materiales de la imaginación, ideas confeccionadas con retales de recuerdos o estados de conciencia ilustrados con imágenes. Pero son, sobre todo, el laboratorio en el que cristalizan algunas certezas y en el que las sensaciones y las experiencias de la fantasía se convierten en formas primordiales de conocimiento. Su acercamiento a la realidad es abierto, expectante, poroso, el de alguien que, como Simic escribe a propósito de una serie de poetas de su preferencia, no ha decidido aún qué es la realidad."

Ha recibido numerosísimos galardones, como el de Poeta Laureado de la Biblioteca del Congreso en el curso 2007-2008, o el Premio Pulitzer en 1990 por su obra The World Doesn’t End. En España se han publicado tres amplias recopilaciones de su obra: El mundo no se acaba y otros poemas, trad. Mario Lucarda, Barcelona, DVD Ediciones, 1999; Desmontando el silencio, trad. Jordi Doce, Lucena, 4 Estaciones, 2004; y La voz a las tres de la madrugada, trad. Martín López-Vega, Barcelona, DVD Ediciones, 2009.



Nuevo corte de pelo


En una cabeza tan vieja y tan gruesa caben toda clase de ideas,
algunas absurdas, por supuesto.
Ellos sierran madera para un dosel de cama bajo una soga
en forma de nudo corredizo que cuelga del techo.
En una cabeza tan vieja hay una mujer que se desnuda,
una radio que canturrea para sus adentros,
un perrito que no para de dar vueltas.
Hay un guardia de seguridad haciendo la ronda
con un gorro de fiesta como si fuera Nochevieja.
¡Oh misterios! Nina Delgado, el más grande de todos,
cuyo nombre vi pintado con espray en el muro de una fábrica
y quien, como una hoja que ha volado lejos de un árbol,
flota serenamente hacia el mar, o vuelve a mi lado.
Que falten tantas tuercas en la cabeza de uno…
¿es eso lo que Dios y el Diablo deseaban?
En una cabeza tan vieja también hay alguien
que se asoma de vez en cuando a un espejo
y se estremece porque ahí no hay nadie.

                                                                            Charles Simic

martes, 20 de marzo de 2018

UNA CHICA VUELVE a CASA SOLA de NOCHE - de Ana Lily Amirpour

EEUU, 2014
A girl walks home alone at night



Un cadillac, un joven james dean (camiseta blanca y vaqueros) y una vampiresa con chador en una ciudad musulmana.
Wow.
¿Alguién da más?
Pues sí. Rodada en un inmaculado Blanco/Negro, la película es toda ella una pose autoral que igual te cita a Lynch que a Tarantino o a Sergio Leone (su directora la describe como "el primer spaghetti western de vampiros iraní"); pero donde gana la partida es en la atmósfera lenta y pastosa de una pesadilla donde abundan las drogas y el rock´and roll.

Parece una película de la nouvelle vague, con múltiples planos del chico y la chica caminando por las calles desnudas mientras buscan poner rumbo a sus vidas; para acabar compartiendo sus soledades.
Hay humor. El primer encuentro entre el chico y la vampira se produce cuando él vuelve de una fiesta disfrazado de Drácula. Solos en la noche y en la calle, él bajo los efectos del éxtasis la pregunta: 
     "- Me he perdido, ¿Dónde estoy?.
       -En Bad City -le responde ella."

Hay turbación. La vampiresa se cruza con un niño jugando con su patinete. Se acerca a él. Le roza la cara y el cuello mientras le pregunta con los colmillos aflorando, "¿Eres un niño bueno?".

Hay actualización del mito vampírico. En Déjame entrar se afrontaba el mito mostrando al monstruo como un niño. Aquí lo encarna una mujer; pero, la novedad está sobre todo en el hábitat social de cultura árabe. Parece una simple excusa argumental. A lo largo de la película no hay mayor trascendencia de lo árabe a no ser que se haga una lectura respecto a la invasión de lo occidental y sus pecados: visten vaqueros, chupa de cuero, conducen un buga clásico, escuchan rock´and roll, comen hamburguesas, trafican con drogas en discotecas.... ¿el vampirismo es perverso y viene en el paquete de la corrupta cultura occidental? No creo. 

Parece decir somos árabes no extraterrestres: caemos en las drogas, nos gusta la música, nos enamoramos... hasta podríamos tener vampiros. Si nos atenemos al plano final, lo que en definitiva parece es una liberación, huyendo finalmente de la Ciudad Malvada. Más que el final, el inicio de una escapada.

Estando compuesta por elementos mínimos (una calle, un descampando, una hondonada llena de cadáveres, un par de habitaciones), la directora y guionista sabe colocar muy bien pequeños elementos dramáticos que van definiendo la historia: el niño que recorre las calles convertido en testigo, la prostituta o el gato. Todo es suburbano, arrabalero. La desnudez de los planos resulta hipnótica. La atmósfera fantasmagórica. Los personajes viven atormentados en un mundo marginal y perverso, como a la espera de ser juzgados: de la vampiresa poco sabemos, quizás que quiere al chico, el chico quiere una vida, el padre desespera, la prostituta está triste y azul...


La película rompe barreras presentando varios extraños mestizajes: entre lo árabe y lo occidental, entre el vampiro clásico que arrastra el mal y la vampiresa justiciera (aniquila al macarra y al maltratador) que es rescatada. Entre la mujer relegada en el mundo árabe y una mujer empoderada. 

Hay una firme voluntad de estilo. Rodar en Blanco/Negro, colocar a una vampiresa en una comunidad árabe, hablar en farsi (por mucho que esté rodada en California), ilustrar cada escena con una canción (a veces rock, a veces árabe). La imagen totémica que perdurará en nuestra retina es esa joven de grandes ojos que se desplaza en monopatín mientras las puntas de su chador negro se abren como si fuesen las alas de un murciélago. Presencia hipnótica que debemos a la joven Sheila Vandposeedora de una mirada tan profunda como misteriosa. 
Película apoyada por el Sundance Institute, estrenada en Sitges en 2014 y participada en la producción por el mismísimo Elijah Wood.

miércoles, 14 de marzo de 2018

MÚSICA MUERTA y otros RELATOS - de José María LaTorre










Latorre es uno de los más conspicuos creadores del género fantástico que ha dado España, lo cual, como buen aficionado, no puedo más que agradecer. Lo que ocurre es que esta segunda antología de sus relatos, que también publica Valdemar, es mucho más irregular que la primera; aquella estupenda colección titulada La noche de Cagliostro y otros relatos de terror. Quizás el repentino fallecimiento del autor impidiese la revisión de buena parte de las narraciones incluidas aquí; o quizás el autor lo fió demasiado a su fértil imaginación y a un estilo ya consolidado. Latorre fue muy prolífico (cosa que yo deploro; pero de algo hay que vivir) y escribió una buena cantidad de novelas juveniles: la ligereza de éstas se nota en algunas narraciones, también las reiteraciones, circunloquios y subrayados típicos de un texto que espera limpieza. En varios relatos no encontramos más que el atisbo de una brillante idea.

Pero no echemos el volumen a derribo. Se compone de veinte relatos y media docena de ellos tienen un nivel extraordinario. Precisamente comienza por todo lo alto con dos narraciones muy potentes y singulares, más cerca del "materialista" Ambrose Bierce que de fulgores sobrenaturales. 
Ilustración de Carlos Lamani
En El Cuervo nos traslada con gran viveza al Far West para que presenciemos una historia salvaje y cruel. No faltan los bandidos, ni los pioneros exhaustos por la dureza de su soledad, ni los indios o el botín escondido tras el pillaje. La llegada de un desgarbado pistolero a un miserable rancho, con una herida de bala, provocará una serie de acontecimientos feroces y brutales. Un brillante relato.

Desde el siglo XIX el autor no tiene empacho en saltar hasta el siglo XXI, y en el segundo relato nos acerca hasta una urbanización en las afueras de una ciudad. El depósito de agua, que asegura el suministro a las casas, se convertirá en una trampa cuyo desarrollo es una perfecta gradación de angustia y terror, muy al estilo de un J. G. Ballard.

Resurgam es una novela corta y junto a El sacerdote suicida reproducen, de forma excelente, el tema del vampirismo. La primera es una historia con vampiresa, en la que una intensa nevada logra transmitir una profunda sensación de desamparo y soledad. Sally en el pasado narra con gran eficacia, un solapamiento de tiempos y épocas después de que Sally visitase un club espiritista donde se ve inmersa en una suerte de condena. Por su parte Música muerta tiene un desarrollo ya clásico que me recuerda los temas y el estilo del insigne reverendo Montague Rhodes James, el genial autor de relatos como ¡Silba y acudiré! o El album del Canónigo Alberico. En Música muerta el sacerdote de una pequeña iglesia de Florencia comprueba que, cada vez que toca ciertas piezas al piano, aparece un ser escondido tras las cortinas.

-¿Nunca se ha preguntado usted a dónde va la música cuando deja de sonar?

Licántropos, vampiros, fantasmas, cementerios y hasta unas brillantes réplicas de Drácula o de Simbad el marino, pueblan estas páginas. Cómo no leerlas con fruición. Resulta admirable el manejo que hace Latorre de toda la materia fantástica. Con igual soltura se mueve por Rumanía, Florencia, Bagdad o Praga. Del mismo modo el autor triunfa emulando a los clásicos, se trate de Mary Shelley en Shelleyana, un relato sobre el monstruo desde su punto de vista. O a Bram Stoker en El sacerdote suicida, con el viaje de un joven occidental hasta Rumanía y el juego epistolar del condenado. O a las mismísimas Mil y una noches, cuando el muy inquieto Simbad, el marino, afronta su postrer viaje en Simbad y la isla de la muerte. En El experimento de Armando Lombarte, un relato de puro terror psicológico, rastreamos al Poe de El extraño caso del señor Valdemar.

Este juego de espejos que el autor hace con los clásicos se encuentra extrañamente propagado: el libro reproduce en su frontis una cita atribuida a Arthur Machen, "Lo que vemos y lo que oímos es sólo una mínima parte de lo que existe". Pero insólitamente la volvemos a encontrar -idéntica- encabezando el relato El sacerdote suicida, imputada en este caso a Walter de la Mare. ¿Errata o duplicidad inquietante?. Abunda el autor en la duplicación al recoger en el volumen dos relatos con el mismo tema y desarrollo pero cambiando personajes: Los ojos muertos y Los ojos muertos: una variación. Ambos versan sobre un asesino al que su crimen persigue posteriormente. Hay que decir que ambos poseen una ejecución impecable.





   ▂▂◐🔶🔶◑▂▂▂ ▃  ▄
Jose María Latorre trabajó durante décadas la crítica de cine. Coordinó la revista Dirigido por entre 1982 y 2011. Publicó monográficos sobre el cine de aventuras -"La vuelta al mundo en 80 aventuras"-, sobre el cine de terror y ciencia-ficción -"El cine fantástico"- y sobre el cine negro -"Luces y sombras del cine negro" en colaboración con Javier Coma-.

En sus relatos aflora el hombre culto y experto en lo siniestro que siempre tiene un apunte para fijar la verosimilitud de lo narrado: "En los bloques de nichos" podemos leer: "En sus viajes (...) no olvidaba visitar cementerios, y le agradaba en especial el de Génova, Stagliero, con los severos mausoleos que reproducían las fachadas de las viviendas de los antiguos comerciantes ligures, como si éstos pretendieran seguir ufanándose en la muerte del lujo y el poder que habían disfrutado en vida."pág. 186

Es famosa su defensa de la literatura de género: “La literatura fantástica posee el atractivo de ofrecer alternativas imaginativas a la mediocridad y la grisura de la sociedad. Poder trabajar situaciones extraordinarias con personajes extremos, internarte por mundos maravillosos, ir más allá de los límites del conocimiento y de la ciencia, tratar temores que están presentes en el fondo de todos los seres humanos, sacar a la luz por medio del arte los miedos ancestrales, tratar lo monstruoso como parte de la condición humana, moverte por ambientes fascinantes; parte de su atractivo reside también en que carece de límites”.

jueves, 1 de marzo de 2018

Yo, TONYA - de Craig Gillespie

EEUU, 2018
La historia estaba ahí. Los Juegos de Invierno de Lillihammer, en 1994, estaban esperando el enfrentamiento entre las estadounidenses Tonya Harding y Nancy Kerrigan que venían de protagonizar una historia de lo más chunga: alguien del entorno de Tonya había pagado a unos sicarios para que le rompiesen la rodilla a Nancy. Aunque nunca se llegó a aclarar el papel de Tonya en este embrollo, fue declarada la mayor villana del deporte norteamericano. Eso a pesar de ser la primera estadounidense en lograr un triple axel.
Pero no van por ahí los tiros. 

La historia de esta rivalidad deportiva conmocionó EEUU y ocupó portadas en televisiones y periódicos; pero en la película Nancy apenas aparece, no hay enfrentamiento directo entre ambas, ni un odio acumulado por las sucesivas competiciones. 

La película se centra en Tonya, en primera persona, como reza el título. Su vida y personalidad. Y en verdad que hay material de sobra. Una madre palurda y despiadada que fuerza desde niña a su hija para que triunfe en el patinaje. Un novio palurdo de Oregón, aquejado de sevicia, al que se suma un amigo seboso y palurdo aquejado de delirios de grandeza. Escuchar a este inadaptado que todavía vive con sus padres, decir que es el guardaespaldas de Tonya y un experto en contraespionaje; nos puede dejar primero pasmados para después provocarnos la más sonora carcajada.  

Majaderos son lo que más abunda en esta historia, tal y como declara uno de los periodistas que siguió los hechos. La madre, el marido y su amigo del "contraespionaje", además de la propia Tonya son el vivo retrato de la disfunción social y personal. Viéndolos no dejaba de recordar a los personajes de Fargo, el clásico de los Coen. Gente simplona tomando decisiones complejas para demostrarnos lo imbéciles que pueden llegar a ser. La diferencia entre las dos películas está en el montaje. Yo, Tonya se presenta con un montaje vibrante y enérgico como si de un Scorsese se tratase, más en concreto nos recuerda a Goodfellas. Se trata de un reportaje, un relato personal del ascenso y caída en tu gloriosa vida. Tan directo y desacomplejado que incluso alguno de los protagonistas rompe de vez en cuando la cuarta pared para dirigirse a nosotros. Esta soy yo. Sí, ya sé que la he cagado, pero también tengo mi corazoncito. 
¡Qué buena la película y qué brillante la interpretación de Margot Robbie!  Su mimetización con la explosiva y deslenguada Harding es total.

Las secuencias, el formato y la fotografía tienen la textura del reportaje televisivo. De hecho el hilo narrativo lo llevan Tonya y su marido que, sentados en una silla, frente a la cámara, nos van desgranando esta historia de sueños y violencia. Un reportaje vivo y palpitante que no se ahorra las situaciones netamente ridículas.  

El guionista Steven Rogers tenía ante sí un reto mayúsculo. La historia era demasiado conocida tras haber sido pasto de la prensa amarillista y de todo tipo. Además estaba el hecho de que nunca se pudo elucidar el verdadero papel que jugó Tony Harding. Ante esta dificultad el guionista entrevistó a los implicados y lo plasmó en la cinta: "solo muestro todos los puntos de vista y permito que la audiencia decida lo que quiera. Todos tratan de controlar la narrativa y todos se dicen a sí mismo lo que necesitan saber para justificarse", dijo el guionista en una entrevista. Así podemos salvar aquello que definía tan bien el Dr. House: Todos mienten.


La patinadora fue implicada tras comprobarse que su esposo, Jeff Gilloly, y quien se definía como su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, fueron los inspiradores del ataque a su rival. Tras su participación en las Olimpiadas, Harding se declaró culpable de haber obstruido la investigación de la justicia, tras reconocer que conocía las intenciones de su marido, pero no lo denunció a las autoridades. La Asociación de Patinaje Estadounidense la despojó del título ganado en los Campeonatos Naciones de Detroit y la suspendió de por vida. 

Pero es difícil no empatizar con esta zafia, noble y apasionada Tonya Harding. Sin estudios, sin familia, sin amor, se volcó en su sueño: ser la mejor patinadora. Y lo hizo a pesar de que su madre LaVona Golden (una Alllison Janney incomensurable) la empujaba y humillaba sin medida: "pagué para que practiques, así que te vas a quedar en la pista y vas a patinar", le espetaba a su pequeña incluso cuando quería salir de la pista para ir a orinar.

Luchó contra todo tipo de adversidades. Sufrió abusos por parte de su madre, maltrato por parte de su marido, fue despreciada por los jurados de la competición que criticaban su manera de vestir. Finalmente fue un juguete roto en manos de la prensa y la opinión pública: "vosotros me maltratasteis", nos llega a acusar mirando fijamente a cámara. Su reflexión final, cuando tiene que abandonar el patinaje, es bien amarga: "América siempre necesita alguien a quien amar....y también alguien a quien odiar". Tonya sirvió para ambas cosas.
El marido y el "guardaespaldas" de Tonya

No quiero concluir sin destacar dos aspectos más.
Uno son las interpretaciones. 
Los cuatro pilares de este drama; madre, marido, ¿guardaespaldas? y Tonya, están geniales. Allison Janney destila sarcasmo y desprecio. Sebastian Stan (como el marido) tiene ese punto patán y violento; mientras el orondo Paul Walker Hauser lo clava como "agente de contraespionaje". Además cuando al final de la película, nos ofrecen imágenes de las personas reales, nos quedamos asombrados por la extraordinaria caracterización llevada a cabo. 
Allison Janney caracterizada como la madre de Tonya



Otro aspecto es el rodaje de las escenas de patinaje. 
Hay cuatro largas escenas de patinaje en la película y están rodadas de forma magistral. El director aprovechó las habilidades de un camarógrafo para el patinaje y metió la cámara en la misma pista, persiguiendo a la patinadora (como hizo Scorsese en el ring de Raging Bull). El rodaje se hizo cámara en mano y el resultado son unas secuencias enérgicas y veraces.