miércoles, 28 de junio de 2017

COMANCHERÍA - David McKenzie

EEUU, 2016
El Oeste sigue siendo lo que era... 
aunque con automóviles e hipotecas.-


Los hermanos Tanner y Toby están a punto de perder el rancho de su madre, justo cuando ésta acaba de morir. El banco les ha puesto un plazo para enjugar la deuda pendiente o ejecutará la hipoteca. Es verdad que el rancho es una ruina y se encuentra en medio de un desierto de lo más agreste; pero existen elevadas posibilidades de que en el subsuelo haya petróleo.

Así que estamos donde siempre, los ricos aprovechándose del sistema y los pobres expulsados. Pero Toby (Chris Pine) se rebela contra esta situación. Separado y malviviendo de trabajos esporádicos que no le permiten ni pasar la pensión a sus hijos, la vida le ha dado una patada en el culo. Y a su hermano Tanner dos: ladrón, convicto y pendenciero, la vida no tiene nada que ofrecerle. De modo que Toby prepara un plan, tan desesperado como astuto: llevar a cabo una rápida cruzada de robos por las pequeñas sucursales del banco que engañó a su madre y abonar la deuda con lo robado.


La acción se centra en dos parejas -de policías y ladrones- cuyos diálogos relucen con la dureza del pedernal y el poso de la amargura. Pero hay un tercer protagonista. Mientras los atracadores huyen hacia adelante perseguidos por los dos ranger de Texas, la película se detiene en un paisaje desolador: pueblos vacíos, negocios ruinosos, vidas bloqueadas, gentes que arrastran sus días por un territorio inmisericorde, tan vasto como abandonado a su suerte. El territorio de los votantes del botarate Trump. 

Con los policías yendo de pueblo en pueblo por las carreteras infinitas, nos asomamos a la pobreza y ruina de sus pueblos. Unos de los carteles de la carretera te pregunta "¿Endeudado?". En otra ocasión los rangers se cruzan con un grupo de cowboys que espolean a su manada acuciados por un gigantesco incendio.
"-Ojalá pudiéramos ayudarles.
-Ojalá me chamusque y me ahorre el sufrimiento (...) En pleno siglo XXI huyendo del incendio hacia el río con mi rebaño....y luego me pregunto porqué mis hijos no quieren ser vaqueros.
-¿Damos el aviso? -pregunta un ranger a otro.
-No. Ya se apagará cuando llegue al río... y tampoco hay nadie a quien llamar. Esos chicos están solos."
El ranger no lo sabe pero nosotros sí. No sólo los vaqueros están solos, también los atracadores y cualquiera de los que están en la cafetería apurando las horas vacías. El sueño americano se ha olvidado de ellos. Todo tiene ese aire crepuscular de héroes derrotados que se revuelven contra un destino que parece inexorable. "Comanchería" no es un relato de Cormac McCarthy pero pasaría sin problemas por uno de ellos.


¿Se puede reflexionar sobre darle sentido a tu vida mientras estás robando bancos por Nuevo México? Sí. La película es una explosión de vida al borde de la tragedia. Los dos hermanos intentan abrir una puerta al futuro que el banco tiene bien atrancada. Lo que pasa es que no saben si una vez abierta, al otro lado habrá esperanza o un abismo por el que despeñarse.
-Deberíamos atracar otro banco.
-Hablas como si no fuéramos a librarnos de ésta.
-Jamás he conocido a nadie que se libre de nada. Nunca.-Le responde su hermano. 
Los cielos sangrientos del atardecer sobre la inmensa llanura de Texas amenazan con teñir de sangre estas vidas desgarradas. Toby no es un ladrón que prepare su último golpe, ni un gánster que atisba el final. Es un pobre granjero. "Siempre he sido pobre. Al igual que mis padres y mis abuelos. Es como una enfermedad y pasa de generación en generación. Se convierte en una epidemia. Eso es lo que es. Infecta a toda la familia... Pero a mis hijos no." 

No hay gloria, ni glamour pendenciero. Hay injusticia a raudales. Una de las singularidades de Comanchería es la ambigüedad que destilan sus personajes. El ranger quiere comprender a los ladrones, pero también es implacable cuando se trata de dispararlos. Es una de esas películas en la que vas con los ladrones, con los perdedores.

El argumento es clásico y nada original con sus policías y atracadores; pero encuentra su alto valor en un denso trasfondo dramático y de crítica social. El guionista Taylor Sheridan ha armado un sólido western contemporáneo donde los fuera de la ley siguen aureolados por un hálito romántico y trágico. Pero si en 1865 los pioneros se encontraban en territorios sin ley, ahora nos encontramos con bancos sin piedad. Como en el western clásico no faltan forajidos (aunque están encorbatados), rangers, persecuciones y tiros. Ni una población armada hasta los dientes que sólo espera la ocasión para desenfundar y disparar contra cualquier incauto; como les ocurre en uno de los poblachos. 

El compañero de Jeff Bridges es mitad indio y mitad mexicano (Gil Birmingham). Mientras están sentados en un porche, como si del viejo Oeste se tratara, reflexionan:

-Hace mucho tiempo tus antepasados eran indios, hasta que vino alguien y los mató, los esclavizó y te convirtieron en uno de ellos.
-Hace 150 años toda esta tierra era de mis antepasados. Todo lo que se ve. Todo lo que viste ayer. Hasta que los abuelos de esta gente se lo quitaron.....y ahora se la quitan a ellos. Pero no lo hace un ejército, sino esos hijos de puta de ahí. (Señalando a un banco)
Hay muchas películas que mantienen una guerra de indiferencia entre su título original y el doblado. Hell or High Water es el título original, una expresión que quiere decir algo así como "Nada que perder" o "contra viento y marea"; pero en español se ha titulado Comanchería. Aunque sólo sea por una vez, justificadamente. Tanner (Ben Foster) se las tiene tiesas con un comanche en un casino y éste le suelta:
-Sabes qué significa comanche?....Enemigos para siempre.
-¿Enemigos de quién?
-De todos.
-Pues eso me convierte en...
-...un enemigo.
-No. Me convierte en un comanche.

Así es la caracterización de cada uno de estos cuatro personajes interpretados con gran solvencia por el elenco. Sucinta pero potente. 
El gran Jeff Bridges vuelve a estar inmenso y Chris Pine  se atreve (y acierta) a cambiar su registro de héroe para enfundarse las botas polvorientas de un granjero pobre y rebelde.

Otro de los alicientes de la película es su banda sonora, con temas de Attila, Jamey Johnson, Townes Van Zandt o Scott H. Biram: más algunos temas compuestos por el mítico Nick Cave junto a uno de los miembros de su banda, Warren Ellis. Canciones con guitarras y voces rasgadas que aportan hondura a una película que se va incendiando por momentos.

domingo, 25 de junio de 2017

WONDER WOMAN - de Patty Jenkins

Por fin algo nuevo en el ya un tanto gastado mundo de los superhéroes: una mujer, sentido de la aventura y humor refrescan la pantallas.

La película sigue los derroteros de la presentación del Capitán América y dedica todo el metraje a los orígenes y primera intervención de la heroína, dejando a la actualidad sólo los minutos iniciales y finales. Lo mejor es el tono netamente aventurero y desenfadado de la cinta que se remonta a los mismísimos dioses del Monte Olimpo para narrar el origen de Wonder Woman. Casi nada. Y funciona. 

Encontramos a Diana de Themyscira en la Isla Paraíso donde las legendarias Amazonas permanecen ancladas en el tiempo a la espera de enfrentarse a su némesis, Ares, el dios de la guerra. Es entonces cuando una avioneta de la 1ª Guerra Mundial, con un espía a bordo, atraviesa sus cielos hundiéndose en el mar. Ahí está el capitán Steve Trevor y ahí está la guerra. Diana no dudará ni un segundo en acudir a su destino: ayudar al necesitado, perseguir la injusticia e intentar acabar con la guerra matando a su dios. Su antibelicismo es encomiable.
























Para asegurar la taquilla, dado que se trata de una heroína, interpretada además por una desconocida Gal Gadot (que da el tipo de maravilla), los guionistas y productores le han puesto una compañero de alcurnia, el capitán Steve Trevor (Chris Pine), cuyo valor y acciones le acaban robando la titularidad en muchas ocasiones. Como dice la periodista y feminista Elisa McCausland en Tentaciones de ElPaís.com "el verdadero protagonista de Wonder Woman es un un hombre". Hummm.

Pero quedémonos con el entretenimiento que proporciona la cinta y el talento visual que derrocha su directora, Patty Jenkins. Para narrar los albores de la historia en el Monte Olimpo utiliza como brillantísimo recurso un mural animado espectacular. Las imágenes han sido creadas por Raffy Ochoa y Houston Sharp y recuerdan a "La Gloria" del mismísimo Tiziano.




















La recreación de Londres en plena guerra, las escenas en las trincheras del suelo francés o el asalto al castillo donde el malvado planea la destrucción total, nos devuelven al cine de aventuras más clásico.

El centro de la película lo ocupa una misión de espías tras las líneas enemigas. Para su ejecución, el capitán Steve Trevor reúne a su particular cuadrilla: El Jefe, un indio americano; Charlie, un escocés borrachín y Sameer, un francés de las colonias. Todos ellos unos perfectos buscavidas cuyo reclutamiento en los bajos fondos de Londres resulta desopilante. 

También hay que incluir algún pero.
La batalla final entre Wonder Woman y el dios Ares vuelve a ser más de lo mismo en las películas de superhéroes. El comando del capitán Trevor, presentados de modo tan formidable, carece de posterior desarrollo y figuran en los planos como meros comparsas. Finalmente, el descubrimiento que hace la guerrera sobre la naturaleza del hombre y su conclusión de que todo lo arregla el amor es de un infantilismo insoportable. 

Es una lástima que los guionistas no hayan acudido con mayor ahínco a los orígenes de Wonder Woman y a su creador, William Moulton Marston. Allí hay verdadera novedad y subversión, tal y como cuenta Jon Tones en su artículo de ElDiario.es. Marston no era nada convencional y creó una heroína nada inocente y absolutamente reivindicativa. Él mismo definió su creación como "propaganda psicológica para el nuevo tipo de mujeres que deberían dirigir el mundo". En la película encontramos muy poco de este espíritu. Apenas alguna ironía sobre los líderes del mundo, sobre el papel de la secretaria del capitán Trevor o sobre el reloj.
-¿Qué hace?
-Te dice cuando tienes que levantarte, cuando tienes que comer o cuando tienes que ir a trabajar.
-¿Dejas que esa pequeña cosa te diga lo que tienes que hacer?

-Soy la secretaria de Steve Trevor.
-¿Qué es una secretaria?
-Voy a donde me dice que vaya, hago lo que él me dice que haga.
-De donde vengo, eso se llama esclavitud.
-¡Me gusta!
William Moulton Marston nació en 1893. Durante toda su vida escribió los guiones de La Mujer Maravillas. Para forjar el carácter de su heroína recibió la ayuda de su mujer, Elisabeth Holloway, con quien se casó en 1915; y también de otra mujer más joven, Olive Byrne, con la que el matrimonio estableció una relación sentimental y creativa de carácter tricéfalo. Las dos mujeres serían madres de un par de hijos de Marston cada una.

La filosofía que imprime Marston en su personaje es liberador, pacifista y muy femenino. El primer texto que puede leerse en una historieta del personaje dice: “En un mundo hecho trizas por los odios y las guerras de los hombres, aparece una mujer para la que los problemas y los temores de los hombres son juegos de niños”. La sensibilidad e inteligencia de las mujeres hace que los conflictos territoriales y de poder de los hombres queden en ridículo.

Una notable película del universo DC después de las decepciones de Batman vs. Superman (Zack Snyder)  y Suicide Squad (David Ayer).

domingo, 18 de junio de 2017

EL VIAJERO bajo el RESPLANDOR de LA LUNA - de Antal Szerb

Novela, Hungría, 1937
Ediciones del Bronce, 2000










Mihály es un joven burgués de Budapest que viaja por la Europa de entreguerras.  Se acaba de casar y su Luna de Miel le conducirá por Venecia, Rávena y Roma. En su interior sabe que con ese viaje acabará cruzando la frontera en la que dejará atrás una juventud intensa y seductora para incorporarse a una vida de adulto que él siente como una losa. "Conformarse" con las circunstancias más mostrencas de la vida, es como lo define en alguna ocasión. También "Aceptación aburrida de los hechos". Abandono de la autenticidad.

Mihály es un héroe siempre desplazado que todavía se está buscando a sí mismo. Un amigo lo describe como un ser "distante y abstracto que tiene muy poco que ver con las cosas y la gente, como un extraño o un marciano en esta tierra". De modo que no es extraño que en uno de los transbordos del tren y casi sin querer, se quede en tierra mientras su esposa continua viaje a Roma. El joven iniciará entonces un itinerario de búsqueda personal que en ocasiones tiene unos hermosos tintes oníricos. De lo que busca no sabe nada más que deberá reflejar el fulgor de aquellas tardes que compartió con los hermanos Ulpius, Tamás y Éva.  
"Más adelante, leí en un famoso ensayo inglés que el principal rasgo de carácter de los celtas era rebelarse contra la tiranía de las cosas. Los hermanos Ulpius eran, en ese sentido, absolutamente celtas. Dicho sea de paso, tanto Tamás como yo estábamos locos por los celtas, por las leyendas del Santo Grial y por Parsifal. Probablemente me sentía tan bien con ellos porque eran así de celtas. Con ellos, me encontraba a mí mismo. Me di cuenta de por qué me sentía siempre como un extraño en mi casa, de por qué me avergonzaba constantemente. Porque en mi casa reinaban los hechos." pág 30
Ya desde el primer día de su luna de miel, el protagonista nos traslada su insatisfacción por lo prosaico y su anhelo de ideal. Nada más llegar al hotel de Venecia se lanza a las calles a tomar una copa. Busca el vino de Samos que recuerda de su estancia en París en su época de formación

"Encontró varios sitios donde se vendían bebidas, pero ninguno le convenció, ninguno se parecía a lo que él buscaba. Todos tenían algún defecto. En algunos, la gente era demasiado elegante, en otros demasiado vulgar, y ninguno le sugería el tipo de bebida que buscaba. Aquella bebida tenía un sabor más secreto. Poco a poco, tuvo la sensación de que esa bebida se vendería en un solo y único lugar en toda Venecia, y él tendría que encontrar aquel lugar, guiado por sus instintos. Así es como se encontró medio perdido entre los callejones". pág. 11

En estas líneas aparentemente intrascendentes está en germen toda la novela: insatisfacción de la propia realidad, recuerdo idealizado del pasado, búsqueda de autenticidad.
Iglesia de San Vitale, Rávena

Después de Venecia, la pareja viaja a Rávena para ver los famosos mosaicos bizantinos. Allí recordará una noche con los Ulpius en que estuvieron contemplando estos mismos mosaicos en un enorme libro. Este recuerdo y el influjo del vino hará que Mihály relate a su mujer, Erzsi, sus recuerdos más embriagadores: las visitas a la casa de Tamár y Éva, sus juegos dramatizando epopeyas y muriendo en defensa de un ideal, los sueños que compartían, el éxtasis de una vida plena.

Ahora Mihály siente que ha desperdiciado su vida y quiere volver a sentirse vivo, buscar aquel resplandor que se ha apagado. Lo encontrará vagando por los pequeños pueblos de los Abruzzos italianos.

Atardecer en un paisaje italiano, Lajos Gulácsy
Las cuatro partes en que está dividido el libro señalan los jalones de esta travesía en busca de la pasión, el conocimiento y la propia y más profunda identidad. También un descenso al infierno de su propia soledad.

     Primera Parte. Luna de Miel
     Segunda Parte. El fugitivo
       Tercera Parte. Roma
     Cuarta Parte. Las Puertas del Infierno

El resumen de la novela habla de un burgués aburrido que busca su juventud perdida. Como asunto novelesco puede parecer superficial o demodé. Nada más lejos. El autor sabe profundizar, capa a capa, en la psicología de sus personajes hasta mostrarnos su esencia vital, muchas veces con forma de temible oquedad.
En Mihály su aliento más íntimo necesita de verdadera autenticidad,  y asistiremos a su búsqueda desesperada. Entre este impulso y la fascinación abrumadora que ejerce el recuerdo de Tamás bascula su espíritu. Tamás es un personaje tremendamente vitalista y brillante. En él conviven con brío parejo, el éxtasis de la vida y la pulsión del suicidio. Por eso no es extraño que nos encontremos todo un capítulo -el 3 de la Tercera Parte- desarrollado como un verdadero ensayo sobre la muerte. Algo que me recordó al famoso capítulo 42 de Moby Dick, donde Melville se explaya sobre la blancura de la ballena. 
También Erzsi, la mujer de Mihály, tiene un tratamiento profundo y complejo en la novela. Igualmente burguesa, una vez abandonada recala en París donde probará las mieles de la libertad.
Siege of a Castle,  de Lajos Gulácsy
La habilidad narradora de Antal Szerb es tal que no necesita de una tragedia previa o un momento abrupto de inflexión, para captar el interés o desarrollar hechos apasionantes. Esto lo consigue narrando los vaivenes de estas almas atormentadas. Por el simple hecho de perder el tren, Mihály percibe ante sí la aventura de la vida en toda su extensión. Hasta entonces sufría los ataques de "la vorágine", cuando en momentos de pánico y ansiedad toda la tierra a su alrededor se precipitaba al vacío... 
Pero incluso liberado y convertido en un vagabundo por los pueblos de los Abruzzos acaba cayendo enfermo: 

"Eran los primeros síntomas llenos de delirio de la fiebre nerviosa.
Los médicos constataron, más adelante, que la fiebre nerviosa se debía al agotamiento. No era de extrañar: Mihály se había estado agotando sin parar durante quince años. Se estuvo agotando por intentar ser otra cosas distinta de lo que en realidad era, por esforzarse en vivir como se debía y como otros esperaban de él, en vez de vivir como él deseaba." pág 77

Finalmente en aquellos montes encontrará el consuelo del retirado Páter Severinus, a quien le confiesa que "sentía su vida de adulto como un fracaso, así como su matrimonio, que no sabía cómo encontrar su verdadero yo... Y sobre todo que sentía muchísima nostalgia de su juventud, y por los amigos de esos años". El Páter acabará recomendándole que viaje a Roma. 
La cita que el autor coloca en el frontis de esa Tercera Parte dedicada a Roma, es reveladora. 

"Go thou to Rome -at once the Paradise,
The Grave, the City, an the Wilderness."

                                Marcha a Roma, a la vez tumba,
                               desierto, ciudad y Paraíso.

Una cita del Adonais de Shelley. 
Allí encontrará a Éva Ulpius, su último engarce con la juventud perdida, su recóndito amor nunca asumido. 
Lo mejor de la novela es cómo reproduce, muy vívidamente, los remordimientos, la melancolía por una juventud arrebatadora y el perfume embriagador de una amistad fascinadora. 

"Encima de unos soportales (de Siena) había una frase inscrita que decía: Cor magis tibi Sena pandit...Siena te abre el corazón más grande... Aquí hasta los soportales son sabios y dicen la verdad: Siena te abre el corazón más grande, para que te llene de éxtasis y de un deseo de vida sencilla y simple, según sugiera la belleza de cada estación."


"Cor magis tibi Sena pandit. De repente, le invadió un deseo aniquilador, un deseo tan fuerte como los de su juventud, pero más mental y también más apremiante, puesto que anhelaba los deseos de su juventud de una manera tan poderosa que le hizo gritar." pág 99
Éxtasis, de Lajos Gulácsy
Toda la novela posee una textura difusa, como de suspensión. La huida de Mihály le ha dejado en tierra de nadie. Budapest representa el puerto seguro, si logra "conformarse con la realidad". Pero su deseo de éxtasis y autenticidad es poderoso. Se puede pensar que toda la novela es la expresión detallada de un sólo instante, tal y como se lo expresa su amigo Waldheim. 
"¿Conoces la siguiente sensación?: vas caminando por una acera cubierta de hielo o de nieve, y de repente pierdes el equilibrio, y empiezas a caer hacia atrás. Yo, en el momento de perder el equilibrio, siento una repentina felicidad. Por supuesto, todo eso dura sólo un instante, después cambio mis postura de manera automática, recobro el equilibrio, me enderezo, y constato con alegría que no me he caído. Pero... ¡ese instante! Durante ese instante he logrado librarme de las leyes implacables del equilibrio, me he librado de la gravedad, he empezado a volar hacia una terrible, amenazadora y destructora libertad..." pág 163
Tamás es el ideal y Mihály su novicio. Ambos representan el entusiasmo por la belleza, el conocimiento y el fervor del deseo que choca contra una realidad aplastante y agorera. Ambos pueden ser vistos -la novela se publicó en 1937- como una metáfora de la Europa de entreguerras: un sueño de felicidad que se dirige a la catástrofe. 
"Nació en mí un sentimiento de sinsentido porque me di cuenta de que aquella sociedad era muy poco apropiada para Tamás y para mí: estábamos rodeados de gente con quien sólo teníamos en común el sentimiento de que ya, de todas formas, todo daba lo mismo. Porque yo no era el único en la ciudad que tenía aquella sensación de sinsentido: todos lo sentíamos, aquel sentimiento estaba en el aire. La gente tenía muchísimo dinero, pero sabían que éste pronto no valdría nada, sabían que todo era en vano, que su dinero se perdería de un día para otro: la catástrofe pendía encima del restaurante como las arañas de cristal.
Eran tiempos apocalípticos." pág 48
Tiempos apocalípticos para la Historia y también para el alma del protagonista, batida por el desgarro entre la realidad y el deseo.







P.D.
Las pinturas que acompañan esta entrada corresponden a Lajos Gulácsy, un pintor húngaro que cultivó el simbolismo, el art nouveau y el surrealismo; y que es citado en la novela: Mihály acude a una fiesta en la colina de Gianicolo, en Roma, y de pronto oye unos misteriosos cánticos al otro lado del muro: "Había un sentimiento de dolor profundo y conmovedor en aquel canto, y también algo inhumano, algo animal, algo que recordaba a los aullidos nocturnos, continuados, de los animales, un dolor tan antiguo como aquellos árboles, un dolor que llegaba de la época remota en que aquellos pinos habían sido plantados. Mihály se sentó debajo de uno de ellos y cerró los ojos. "No, no son hombres los que cantan, sino mujeres", pensó y ya las podía ver delante de sus ojos, un grupo extraño que se parecía a los habitantes de Naconxipan, ese país maravilloso, inventado por Gulácsy, el pintor loco y genial." pág 166

sábado, 17 de junio de 2017

ENSAYO sobre LA MUERTE - de Antal Szerb

The Spiritualist, de Lajos Gulácsy























En la novela El Viajero bajo el resplandor de la luna del escritor húngaro Antal Szerb, encontramos al joven Mihály, un burgués húngaro del período de entreguerras, deambulando por la soleada Italia en busca de su identidad. Todo el capítulo 3 de la Tercera Parte. Roma está dedicado a una exploración de la presencia de la muerte en nuestras conciencias.  En Mihály siempre está presente el recuerdo de Tamás, su amigo más íntimo, vitalista, fantasioso y suicida. Siempre ha querido entender esa pulsión tan voraz donde conviven el éxtasis de la vida y la atracción de la muerte. La reflexión surge mientras Mihály y un compañero de estudios observan unos bajorrelieves.





"-Qué es eso? -preguntó Mihály, sorprendido.
-Es la muerte -respondió Waldheim, y su voz se volvió más aguda, como siempre que explicaba algo serio, algo científico-. Es la muerte, mejor dicho el acto de morir. Porque no es lo mismo. Estas mujeres que seducen a los hombres, estos sátiros que raptan a las mujeres son demonios de la muerte. ¿Te das cuentas? Las mujeres son conducidas por demonios masculinos, mientras que los hombres son llevados por demonios femeninos. Los etruscos sabían muy bien que el acto de morir es un acto erótico.
Mihály se estremeció. ¿Quizás él y Tamás Ulpius no hayan sido los únicos en saberlo? ¿Es posible que para los etruscos esa sensación básica de su vida haya sido una realidad anímica representable y clara de por sí? ¿Es posible que la genial intuición de Waldheim, basada en la historia de las religiones, pueda comprender esa realidad, de la misma manera que comprende tantos misterios y horrores de la fe de los clásicos?
Se sentía tan confundido que no dijo nada, ni en el museo, ni en el camino de regreso en tranvía, pero por la noche, cuando fue a ver otra vez a Waldheim, y cuando el vino tinto le dio valor, le preguntó, cuidando de que su voz no temblase:
-Dime una cosa, ¿qué entiendes por eso de que el acto de morir es un acto erótico?
-Todo lo que digo lo entiendo como lo digo. No soy un poeta simbolista. Morir es un acto erótico, o si lo quieres decir de otra forma, es un placer sexual. Por lo menos para los antiguos, los pueblos de las culturas ancestrales: los etruscos, los griegos de la época de Homero, los celtas.
-No lo entiendo -insistía Mihály, fingiendo-. Yo creía que los griegos temían la muerte, puesto que los griegos de la época de Homero no se consolaban con la idea del más allá, si recuerdo bien el libro de Rohde. Y los etruscos, puesto que vivían para el instante, temían todavía más la muerte.
-Todo eso es cierto. Estos pueblos, probablemente, temían más la muerte que nosotros. Nosotros recibimos de la civilización un aparato anímico tan perfecto que podemos olvidar, durante la mayor parte de nuestras vidas, que un día moriremos. Poco a poco, desalojamos la muerte de nuestras conciencias, de la misma manera que hemos desalojado la existencia de Dios. Ésa es la civilización. Sin embargo, para el hombre de la Antigüedad, no había nada más presente que la muerte y los muertos, cuya misteriosa existencia ulterior, su destino, su venganza, les ocupaba y les preocupaba. Temían horriblemente la muerte y a los muertos, pero en su alma todo era todavía más ambivalente que en la nuestra, las grandes contradicciones no se habían separado aún entre ellas. El miedo a la muerte y el deseo de ella estaban más cercanos, eran como vecinos en sus almas, el miedo era como el deseo y el deseo era lo mismo que el miedo.
“The Cliff of Death” by Lajos Gulacsy
-Dios mío... el deseo de muerte no es algo arcaico, es algo eterno, eternamente humano -dijo Mahály, para defenderse de sus propios pensamientos-. Siempre ha habido y siempre habrá gente cansada y aburrida de la vida, gente que espera la solución y la absolución de la muerte.
-No digas tonterías afectadas, no hables como si no me comprendieras. Yo no te estoy hablando del deseo de muerte de la gente cansada o enferma, de los candidatos al suicidio, sino de la gente que está en la cima, en la plenitud de sus vidas, y que justamente por eso desean la muerte, la muerte como éxtasis, como cuando se habla de amores mortales. Eso es algo que se comprende o no se comprende, algo que no se puede explicar, pero que para la gente de la Antigüedad era algo obvio. Por eso te digo que el acto de morir es un acto erótico: así lo deseaban ellos, y al fin y al cabo todo deseo es erótico, es decir que denominamos a algo erótico porque tiene que ver con Eros, el dios del deseo. El hombre siempre desea a la mujer, decían nuestros amigos los etruscos, o sea que la muerte o el acto de morir es una mujer. Es una mujer para el hombre, y un hombre, un sátiro agresivo, para la mujer. Eso es lo que nos enseñan las estatuas que has visto esta mañana. Te podría mostrar más ejemplos, te podría enseñar más imágenes de la muerte-hetaira, representada en distintos relieves arcaicos. La muerte es una prostituta que seduce a los hombres jóvenes y fuertes. Se la representa con una enorme vagina. Ésta, probablemente, significa varias cosas. De allí venimos y allí vamos, quería decir aquella gente. Nacemos por un acto erótico, a través de una mujer, y debemos morir por otro acto erótico, a través de otra mujer, a través de la muerte-hetaira, la figura contraria y complementaria de la Madre... Cuando morimos, nacemos otras vez... ¿comprendes? Eso es lo que expliqué el otro día, en la Reale Accademia, bajo el título de Aspetti della morte, y además tuve mucho éxito, y los periódicos hablamos de mí detalladamente. Por casualidad, tengo aquí varios ejemplares, espérame un momento...

Mahály observó, horrorizado, el caos alegre del cuarto de Waldheim. Se parecía en algo a aquel cuarto de antaño, en casa de los Ulpius. Buscaba alguna señal, algo que le indicara de una forma concreta... la cercanía de Tamás, de aquel Tamás cuyos pensamientos habían sido expuestos por Waldheim, de una forma clara, científica y objetiva, en aquella noche de verano. La voz de Waldheim se había vuelta ya totalmente aguda y tajante, casi silbaba, como siempre que sus explicaciones rozaban "lo esencial". Mihály se bebió de un trago una copa de vino, y se acercó a la ventana para respirar un poco de aire fresco, algo le oprimía.
-El deseo de muerte es la más poderosa de las fuerzas creadoras de los grandes mitos -explicaba Waldheim, muy excitado, más bien para sí mismo-. Si leemos y comprendemos bien La Odisea, se trata de eso, casi exclusivamente. Allí están las muertes-hetairas, Circe, Calipso, que seducen y conducen a los viajeros a sus cuevas, en aquellas islas de la muerte, llenas de felicidad, y no permiten que sigan su viaje: son imperios enteros de la muerte, las tierras de los lotófagos, de los feacios y quién sabe si Ítaca misma no es un imperio de la muerte... Lejos de aquí, en el poniente, los muertos siempre viajan más hacia el Oeste, siguiendo al sol... y la nostalgia de Odiseo y su regreso a Ítaca quizás signifiquen la nostalgia de la no-existencia, el regreso al nacimiento... 
(...)
Odiseo y Capylso, de Arnold Böcklin

-¿Por qué fueron los antiguos griegos los únicos en sentir con tanta fuerza la presencia de la muerte? -preguntó.
-Porque en la naturaleza de la civilización está, como lo estaba para los griegos, desviar la atención de la gente de la realidad de la muerte, contrarrestar el deseo de muerte, al mismo tiempo que disminuir el deseo elemental por la vida. la civilización cristiana hizo lo mismo. A pesar de que los pueblos que los cristianos tuvieron que domesticar tenían un culto a la muerte todavía más fuerte que los griegos, éstos, a decir verdad, no estaban muy apegados a la muerte, pero ellos sabían expresarlo todo mejor que los demás. Los más apegados a la muerte eran los pueblos nórdicos, los germanos, en las profundidades de sus bosques oscuros y nocturnos, y los celtas, sobre todo los celtas. Las leyendas de los celtas están llenas de islas de los muertos; estas islas fueron transformadas más tarde por los copistas cristianos en islas de los bienaventurados, y los idiotas estudiosos del folclore se lo han tragado todo, como hacen habitualmente. A ver, dime, por favor, ¿es acaso una isla de los bienaventurados la que envía su embajadora, el hada, a la corte del príncipe Brán como algo ineludible contra lo cual no se puede apelar? ¿O acaso quienes abandonan la isla de los bienaventurados no se convierten en polvo y en ceniza nada más salir de allí? ¿Qué piensas? Los que se ríen en esa isla, en esa otra isla , ¿por qué ríen tanto? ¿Por felices y por bienaventurados? ¡Qué va! Se ríen porque están muertos, y su risa es la risa terrible de los muertos, la misma que se ve en las máscaras de los indios y de los pueblos del Perú, en los rostros de las momias. (...)

El hecho de que los pueblos nórdicos se hubiesen incorporado al conjunto de las naciones cristianas, a la civilización europea, si recuerdas bien, trajo consigo el resultados número uno de que durante dos siglos, los siglos X y XI, los siglos de la reforma de los religiosos de Cluny, no se hablase otra cosa que de la muerte. En la época prerrománica, el cristianismo estuvo constantemente amenazado con convertirse en una religión oscura, basada en el culto a la muerte, algo parecido a las religiones de los indios de México. Sin embargo, prevaleció el carácter mediterráneo, humano. ¿Qué paso? Los pueblos del Mediterráneo lograron sublimar y racionalizar el deseo de muerte, quiero decir que transformaron el deseo de muerte en un deseo por el más allá, convirtiendo el terrible sex-appeal de las sirenas-muerte en una llamada de los coros celestes y angelicales. Desde entonces, los creyentes pudieron desear la muerte hermosa de una manera decente, no deseaban los placeres paganos del acto de morir, sino los placeres civilizados y honestos del cielo, del paraíso. El deseo primigenio, ancestral y pagano de muerte se exilió, se refugio en las capas inferiores de la religión, en las supersticiones, los hechizos, los actos diabólicos. Cuanto más fuerte es una civilización, más inconsciente se vuelve el amor a la muerte.

Budapest
Fíjate bien: en las sociedades civilizadas la muerte es el concepto tabú por excelencia. No se habla de ella, ni se menciona su nombre, se la describe con una perífrasis, como si fuera una marranada, al muerto se le denomina difunto, fallecido o finado, se habla de todo ello de la misma manera que de los actos relacionados con la digestión. De lo que no se habla tampoco se puede pensar. Es una defensa de la civilización contra el terrible mal, esa horrible amenaza que consiste en que en el hombre, al lado del instinto de vida, trabaja también un instinto contrario, un instinto muy astuto, dulce y fuerte que nos incita a desaparecer. Ese instinto es tanto más peligroso para el alma del hombre civilizado cuanto que el hambre primordial de vida de éste ha disminuido considerablemente. Por eso debe reprimir el otro deseo con la capa y con la espada. Sin embargo, esa represión no siempre da resultados. en las épocas de decadencia, este otro deseo sube a la superficie, inundando el territorio de la vida espiritual hasta límites sorprendentes. A ves, clases sociales completas cavan su propia tumba, de una manera casi consciente, como la aristocracia francesa antes de la Revolución, y me temo que el ejemplo más actual hoy en día sea el de los húngaros del Transdanubio..."

págs 159 a 163
de El Viajero bajo el resplandor de la luna de Antal Szerb. Ediciones del Bronce.

sábado, 3 de junio de 2017

DÉJAME SALIR - de Jordan Peele

-2017-

En esta época donde impera lo políticamente correcto, nos llega esta película perturbadora para mostrarnos lo que se puede esconder por debajo de una idílica escena de barbacoa familiar. 

La pareja formada por Chris (Daniel Kaluuya) y Rose (Allison Williams) va a pasar el fin de semana en la finca de los padres de ella. Chris duda sobre cómo resultará todo puesto que no saben que él es negro. Ya sabes: un negro en una reunión familiar de blancos. Pero no hay nada de qué preocuparse, son cultos y liberales: si Obama se hubiese podido presentar lo hubiesen votado de nuevo. Aunque poco a poco Chris se irá dando cuenta de que la invitación familiar esconde un motivo más siniestro.

En primer lugar hay que decir que lo peor de la película es el tráiler. Una de las bazas de la historia es el suspense que generan pequeños detalles y gestos que llevan a Chris a una verdadera paranoia sobre lo que este paraíso de blancos superamables esconde. Pues bien el traíler te escamotea todo esto absurdamente. Me gustaría haber llegado con Chris a la mansión y haber sentido el escalofrío de esas sonrisas que te ofrecen un té helado o esas mujeres maduras con su joven -y como ausente- pareja negra o esas miradas de los criados (todos negros) que parece que se les va a escapar un sapo. 


Ya desde el comienzo es una película que vuelve del revés los tópicos:  Un joven negro camina por unas calles perdido. Es un barrio de blancos pudientes y el joven empieza a notar una amenaza que no tarda en hacerse realidad. Lo contrario a un blanco temeroso cuando se pierde en un barrio chungo. Esta sátira grotesca para bienpensantes se va convirtiendo poco a poco en una de terror. Una sátira que delata un racismo soterrado, el del progresista avezado.

La cinta es la opera prima de Jordan Peele, un cómico afroamericano muy reconocido en USA; pero a pesar de ello demuestra tener mimbres para provocar y espeluznar. No sólo por reflejar una atmósfera que es tan amable como ambigua, sino porque contiene imágenes sumamente perturbadoras. Ahí están las agobiantes escenas oníricas o el remedo de subasta por un negro. También el poderoso engranaje de silencios y miradas que se produce en torno a Chris. Quiero subrayar el juego que realiza la cámara en la escena inicial (con el joven negro perdido). Consigue el suspense de una forma muy sencilla y efectiva: siguiendo al joven y jugando con los segundos planos y los ángulos muertos. Brillante.

La película tiene sutileza y buen ritmo, comienza como una sátira social y el reverso siniestro del clásico Adivina quién viene esta noche, para terminar acelerando en el desenlace, mientra se adentra en las negruras de un terror que nos remite a otros dos clásicos: La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) y Las esposas de Stepford (Bryan Ford, 1975).