miércoles, 15 de febrero de 2017

SHERLOCK T4 - de Mark Gattis y Steven Moffat


Seis entradas más arriba (o más abajo) me refería al estancamiento de la saga Star Wars, en el sentido de que no avanzaba, ni exploraba nuevas aventuras; dedicándose simplemente a repetir los esquemas exitosos de sus predecesoras. Me pregunto si esto mismo le pasa a Sherlock en esta cuarta temporada, excesivamente escorada hacia la endogamia de sus protagonistas y el drama familiar.... y concluyo que NO. 


Siempre me ha estorbado esa parte de las tramas que abunda en la vida familiar de Watson; su relación con Mary ha venido ganando protagonismo y hasta su boda llegó a ocupar todo un capítulo. Precisamente esta cuarta temporada profundiza aún más en estos aspectos familiares, tanto, que Mary Watson se convierte en la protagonista del primer episodio; mientras que en el tercero y último, The final problem, la protagonista es un nuevo y perturbado miembro de la familia Holmes. Excesivo.

Pero esta actualización al siglo XXI del héroe creado por Conan Doyle es tan acertada y maravillosa que estas caídas de interés no son suficientes para considerarlos fiascos. Sherlock siempre está ahí, inteligente, irónico y sarcástico; y aunque Watson en esta temporada tiene menos protagonismo, no faltan los diálogos afilados ni los enigmas irresolubles, las deducciones asombrosas y una realización siempre dinámica y brillante. 

Pero centrémonos en esta cuarta temporada, con un Sherlock más oscuro, prácticamente sin humor y tan centrado en las relaciones familiares, que su último capitulo está dedicado a rescatar su infancia más lejana.

El primer episodio se titula The six Thatchers, juega con el busto en escayola de la Dama de Hierro y con el relato original 'Los seis Napoleones' de Arthur Conan Doyle. Mary (Amanda Abbington) y Watson tienen una hija y su vida tiende a convertirse en aburrida y convencional; pero el pasado de Mary (como agente secreto) viene a perturbar su vida. Hay un agente que busca un objeto escondido en uno de esos seis bustos, repartidos por Londres. Holmes está centrado en proteger a su amigo y a su mujer; además barruntaa una amenaza póstuma de su archienemigo Moriarty. Este Sherlock tan implicado se muestra menos irónico, más humano y sobretodo más errático que en otras ocasiones. 
El arranque de esta cuarta temporada flojea pero es un peaje a pagar, pues su impactante final nos lleva en volandas a un segundo episodio en plenitud, brillante y genial. 
Toby Jones

The lying Detective, nos remite al relato original  'The Dying detective'. Este episodio presenta a uno de los villanos más despreciables, Culverton Smith (un sibilino Toby Jones), ya que esconde sus crímenes tras una fachada de éxito en los negocios y filantropía en la sociedad. Su modus operandi es tan ladino  y su nivel de manipulación tan elevado que cualquier maniobra de Sherlock sólo servirá para encumbrarlo aún más. Maquiavélico.

Para mí es toda una paradoja que, siendo un capítulo con un Watson netamente familiar (se apunta una infidelidad y acusa a Sherlock de la tragedia que sufrió en el segundo acto), su aventura tenga vuelo, el suspense sea agudísimo y el dramatismo sea tan profundo que Sherlock pondrá en juego su vida y sobretodo su salud mental. Hasta la Sra. Hudson tiene una conmovedora intervención, más allá de amueblar la escena, con un par de escenas de lo más vibrante.

Nuevamente un ingenioso giro final nos conduce a un tercer episodio que, seguramente, pretendía ser la apoteosis final; pero que, en su aparatosidad, resulta fallido y el menos sherlockiano de toda la serie.

The Final Problem remeda el título de la aventura original en la que Conan Doyle quiso deshacerse de Holmes, haciéndolo caer por la cataratas de Reichenbach. Asimismo la serie plantea el episodio como un punto de no retorno, puesto que intenta confeccionar un gigantesco lazo donde se unen los traumas infantiles de Sherlock, su hermano Mycroft, una hermana secreta todavía más inteligente pero mucho más aviesa y el archienemigo Moriarty. Desmesurado.

Hay dos situaciones muy bien ideadas, una niña es la única persona despierta en un avión lleno de gente inconsciente y en pleno vuelo; y la tortuosa Eurus Holmes, encerrada en la isla de Sherrinford, una prisión-psiquiátrico. Pero el desarrollo es truculento y repetitivo. Una vez que Sherlock, Mycroft y Watson se convierten de carceleros en prisioneros, han de afrontar una sucesión de pruebas donde entrarán en juego sus convicciones morales. De celda en celda Sherlock ha de resolver contrarreloj una serie de macabros puzzles basados en las relaciones humanas, su talón de Aquiles. Las trampas son tan innumerables, las situaciones tan retorcidas, Moriarty aparece tan instrumental y Eurus tan exageradamente psicótica y omnisciente, que todo se convierte en un abuso y nos empuja a la incredulidad.

Mark Gattis y Steven Moffat han querido componer un cierre tensísimo y dramático, una bajada a los infiernos de Sherlock que recorre "una verdadera montaña rusa emocional"; pero el exceso hace zozobrar el intento. Hubiese valido más
ver a Sherlock ingresado en esa prisión-psiquiátrico haciendo frente a sus demonios. El capítulo en que visitamos su palacio de la memoria fue genial, lo mismo que ocurrió con el Dr. House cuando fue ingresado en un psiquiátrico. Quién sabe. 

Recordemos que, en los libros, después de The Final Problem, Sherlock volvió, gracias a la presión popular. Yo soy de los que creen que la serie volverá. Sea con un capítulo especial, como el de las navidades pasadas, o con otra temporada. Queremos más. 

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