jueves, 8 de diciembre de 2016

FASCINACIÓN por un AUTORRETRATO

Gabriel Insausti nos revela alguna de las claves del poema de Ashbery en su ensayo, “El alma cautiva: Ashbery y su ´Autorretrato en espejo convexo´”.










Autorretrato en espejo convexo´ es la crónica de una fascinación: la que sintió el poeta por el cuadro homónimo del Parmigianino, durante veinticinco años, antes de escribir su poema. El propio Ashbery ha relatado en algunas entrevistas los jalones principales de ese dilatado hechizo: primero, a principios de la década de los cincuenta, vio una reproducción del cuadro en el New York Times Book Review, junto con una reseña de la monografía de Sydney Freedberg sobre el pintor; después, en un viaje a Viena, en 1959, tuvo la ocasión de conocer de primera mano el cuadro de Mazzola; luego, durante un paseo por Provincetown, vio una lámina del «Autorretrato» en un escaparate, entró en la tienda y compró en ella el libro de Freedberg; y finalmente, en 1973, al comienzo de una estancia en el Fine Arts Work Center de Provincetown, nació en su cabeza la idea de escribir el poema, que según ha confesado le supuso un considerable trabajo.
Museo de Historia del Arte de Viena (Kunsthistorisches Museum) en la Plaza de María Teresa. (wikipedia)
























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Ashbery anteriormente había alternado poemas de diamantina perfección formal en sextina o dístico heroico con otros en una looseness whitmaniana a la que le invitaba su connivencia con el expresionismo abstracto, o incluso esa mera acumulación paratáctica de Three Poems, que lo había conducido a la prosa poética. De modo que la forma «inclusiva» de «Autorretrato» –que acumula, al decir de Julián Jiménez Heffernan, «fragmentos de soliloquios interiores atravesados de aprensión, dudas, basura sapiencial, ideologemas, residuos visuales y esperanzas abatidas»– constituye un visible desafío dentro de la evolución de su propia voz: de nuevo, el intento de crear un discurso donde tuviera cabida lo aleatorio, lo fragmentario, el esfuerzo por construir un contenedor donde regurgitar sus meditaciones y jaculatorias, pero en una pieza de mayores dimensiones que las anteriores y con un control más palpable.

Porque de hecho esa había sido siempre una ambición suya: la incorporación de la vida al arte, de la realidad fluyente e imprevista, carente de un sentido deliberado, al espacio del poema. «Todo momento está rodeado de un montón de cosas de la vida –explicaba en una entrevista (citado por Karlstone 1985, 103)– que no añaden más significado pero son parte de una situación con la que creo que estoy tratando cuando escribo». Y en otro lugar añadía, apropiándose de la distinción de Lévi-Strauss entre bricoleurs y ingénieurs: «yo soy un bricoleur, alguien que pega cosas». El riesgo de este proceder, obviamente, era que si todo es susceptible de entrar a formar parte del poema éste termina no necesitando el filtro del poeta y convirtiéndose en una mera reduplicación del caos cotidiano, extremo que Ashbery había rozado deliberadamente con Three Poems pocos años antes, con su ausencia de toda jerarquía y su disolución del yo como asidero para una voz relativamente coherente.
-David Hockney-

«Autorretrato », sí, se nos aparece como un poema exigente porque su discurso elude deliberadamente una linealidad demasiado obvia, pero al mismo tiempo resulta más legible que la mayor parte de la obra de Ashbery, porque ofrece algunas pistas, hitos de continuidad, fraseos musicales que devuelven al lector a la senda de un cierto ritornello: como ha señalado Harold Bloom (1979, 32), en él hay clímax y remanso, transición y recurrencia, es decir, un equilibrio entre unidad y variedad parecido al que reclamaba Octavio Paz. Algunos elementos de ese equilibrio son fáciles de identificar: una desenfadada intertextualidad de sugerencias prosísticas (las alusiones o citas textuales de Vasari y Freedberg, a veces explícitas y otras veladas, sin entrecomillado alguno); un juego de referencias más o menos eruditas (Berg, Mahler, Hoffmann, Shakespeare); un empleo entre humorístico y filosófico de la etimología y la traducción (le temps, speculare); una vertebración en torno a la écfrasis del cuadro y al repetido apóstrofe al artista; y una arquitectura más compleja, en la que por un lado existen transiciones bien engrasadas y una morosa y reconocible compositio loci que acercan el poema a la tradición meditativa en blank-verse.

En suma, «Autorretrato en espejo convexo» es un poema que nos muestra impúdicamente sus tripas, su propio proceso de gestación, en un paralelismo evidente con el cuadro que toma como punto de partida. De ahí, entre otras cosas, esa incorporación de la vida, de la circunstancia fortuita, al texto. «La habitación donde estoy cuando escribo –explicaba el poeta en una entrevista– es siempre importante para mí» (Herd 147). Y, en efecto, quien lea «Autorretrato» hasta al final casi llegará a sentirse como una visita más en el apartamento de Ashbery en Chelsea, Manhattan, a la orilla del río Hudson, desde el que se divisa Nueva Jersey. Un intruso en el momento privilegiado de la escritura, del mismo modo que el espectador del cuadro del Parmigianino se diría que ha entrado subrepticiamente en su estudio para espiar su arte.
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Vista de Chelsea en Manhattan


















«A veces tiene sentido y a veces no», decía el propio Ashbery de la poesía de Gertrude Stein (ver Alberola 239), «lo mismo que las personas». La intermitencia de esa voz poética sin duda ha exasperado a numerosos críticos durante cuarenta años, pero la insistencia de estos últimos en su empresa de establecer un «sentido» unívoco sobre la poesía de Ashbery también ha enervado a menudo al poeta. Sólo unos pocos han sabido advertir que, como la propia Stein o como un Joyce entregado a su stream of consciousness, lo característico de Ashbery es su exploración de los procesos psíquicos que habitualmente soslayamos o desatendemos en nuestra percepción cotidiana. Su trabajo, igual que en el «poema de la mente» que perseguía Wallace Stevens, tendría como objeto primordial precisamente «el modo en que la mente trata la materia aleatoria que entra en ella» (Shapiro 1979, xiii). "Autorretrato en espejo convexo" es un caso muy particular de ese temperamento."







Otras ideas sobre la obra de Ashbery, como el papel del espejo en la recreación personal de la realidad física, el presente continuo, el Surrealismo como tradición, la influencia pictórica en Ashbery, el ejercicio elusivo de autoconocimiento que supone el poema con sus reticencias y vaguedades o la sugerencia de que percibir puede ser un acto de acción, completan el excelente ensayo de Gabriel Insausti, “El alma cautiva: Ashbery y su ´Autorretrato en espejo convexo´”.

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