lunes, 25 de julio de 2016

El DISTRITO de SINISTRA - de Ádám Bodor












En la Hungría de los años de acero un forastero llega al Distrito de Sinistra, una región en las montañas de Transilvania fronteriza con Ucrania. Llega sin papeles para no ser identificado, puesto que viene buscando a su hijo adoptivo, recluido en esa zona que sirve como colonia penitenciaria.
El autor compone su novela como un conjunto de relatos en los que desgrana la vida de los personajes que conviven en este cerrado microcosmos. Los títulos de los capítulos así lo delatan: El nombre de Coca Mavrodin, El marido de Elvira Spiridon, El amor de Hamza Petrika, la oreja de Géza Hutira, el Santo de Gábriel Dunka, etc.
La lectura de esta obra provoca una especie de incredulidad o sensación de paradoja. El narrador adopta un tono ingenuo para describir escenas cotidianas y hasta bucólicas en un entorno evidentemente opresor y tiránico. El comandante de turno, primero el coronel Borcan y luego la comandante Coca Mavrodin, tienen intervenidas las vidas: reparten nuevas identidades, puestos y mujeres como si fuesen muebles, mientras todos permanecen indiferentes. Todos se comportan como extranjeros. Narrado de forma amable, el libro no escamotea las situaciones kafkianas que viven unos personajes a cada cual más esperpéntico. El único afectado y sorprendido será el lector.
Cuando Andrei Bodor -rebautizado así por el coronel Borcan- llega a Sinistra, le recomiendan que no diga su nombre, que responda con evasivas. La opresión, el colectivismo, la miseria son los ingredientes de esta libertad vigilada.
"-Ya ves que por nuestra parte la confianza es plena -decía Nikifor Tescovina-. Y verás que casi nadie te preguntará de dónde eres ni de dónde vienes. Y tú tampoco se lo digas a nadie por iniciativa propia, oye. Si alguien te lo pregunta por alguna casualidad o pretende interrogarte, tú miente.
-Vaya, pues así será. Espero acostumbrarme. A cada cual le contaré una historia diferente.
-Veo que ya sabes por dónde van los tiros. Y olvídate de tu nombre ahora mismo. Hasta el punto de que si por azar oyes a alguien susurrrarlo, tú ni te inmutes. Tú pon siempre cara de póquer." pág 29
Paisaje de Transilvania
El lirismo de las abundantes descripciones y el bucolismo rural contrastan enormemente con unos personajes sumidos en la miseria que sobreviven entregados a tareas en el fondo inútiles. Como lector me sorprende el tono casi lírico describiendo un paisaje agreste y libre con unas vidas marcadas por la ignominia, donde el poder llega hasta a decidir si habrá epidemia o no.
"Hacia la noche del cuarto o quinto día, aparecieron de pronto los gansos grises con las luces descorazonadoras del crepúsculo y mandaron a todos a casa. Eran los hombres de Coca Mavrodin. (...)
Anunciaron, pues, que este año no se produciría la epidemia, de modo que no hacía falta vacuna alguna, y que todos se fueran a sus casas en paz. Después de engatusar a los practicantes para que saliesen de la consulta, ellos mismos se encargaron de sacar al patio las cajas con los medicamentos, y las aplastaron todas. Las numerosas ampollas crujían bajo sus pies, el aroma amargo de las vacunas se expandió a la vera de las vallas, se aposentó en los jardines entre ciruelos y hacinas y se mezcló con la hojarasca mojadas.
Era una buena noticia. De puntillas se dispersaron, por así decirlo, los guardabosques y otros seres huraños de esa guisa, todos un tanto confundidos por la sensación de alivio." pág 106 

¿Era una buena noticia y sensación de alivio
Esa resignación casi animal me confunde. Los personajes parece que carecen de valores y de futuro, se revuelcan en su abyección. 
El autor nos hace llegar la imponente presencia de las montañas, el aire gélido de las nevadas, los olores de las gencianas y el perfume embriagador del torvisco. También la miseria de las casas y el tacto de las ropas mugrientas. Consigue que todo sea muy vívido; pero sin conflicto. Las vidas y el tiempo están detenidos. El tiempo adquiere una textura de inmovilidad que hace que se estire como una pesadilla.
"Llevaba semanas, meses, quizás incluso años viviendo bajo el nombre falso de Andrei Bodor en el distrito de Sinistra..." pág 33 
"Me habría gustado aclarar con el camionero por cuánto estaba dispuesto a llevar a dos personas hasta la punta de los Balcanes, entre carnes congeladas y escarchadas. Por Gábriel Dunka me enteré de que esperaba en vano al turco, puesto que entretanto había descubierto -gracias a Géza Kökeny, que había pasado a verlo- que no era jueves, sino a lo sumo miércoles." pág 79
La vida es como una condena. El poder que se ejerce es omnímodo. La vigilancia no sólo quiere llegar a las opiniones y a los actos. Sino también a la conciencia. 
"Desapareció la peluquería de Dobrin City y cerró también la taberna; clausuraron todos aquellos establecimientos donde la gente podía hablar mientras esperaba." pág 38
Aunque sin brutalidad y narrados de forma desapasionada, no faltan episodios terribles como el incendio de la residencia de los guardabosques jubilados o la peripecia mortal de los hermanos albinos Hamza Petrika.
Bosque de los Cárpatos
Dado que el paisaje boscoso, las montañas y los ríos son como una cárcel, el único movimiento natural es la huida, que afrontan unos y otros. Hasta tal punto que el hijo adoptivo al que va a buscar Bodor, acaba queriéndose entregar y ni aún así se lo aceptan
"En el puesto de guardia, el coronel Jean Tomoioaga roncaba boca arriba sobre su camastro.
-No me tome a mal que lo despierte- le susurró Béla Bundasian al oído- , pero tengo la impresión de que todos se marchan y yo me quedo aquí, libre. Por favor, deténgame.
-No puedo, y no me pida usted una cosa así. Usted ha sido borrado del registro, ha dejado de existir entre nosotros. Le digo que se marche, que se largue de aquí." pág 196

Finalmente ni aun el hijo castigado injustamente es una figura rebelde; sino que asume el status de todos ellos, seres doblegados por la tiranía que se adaptan a una vida de extravagancia e ignominia.
Tan confundido me tenía esta novela que busqué información suplementaria. Tuve la suerte de encontrar el clarificador ensayo de Antònia Escandell Tur, que aporta contexto: EL DISTRITO DE SINISTRA, de Ádám Bodor: Un cuento de hadas sobre el totalitarismo.
"Y sin embargo existe una literatura rumana contemporánea que arranca del surrealismo más nihilista (aunque éste a menudo adoptara la forma de otras lenguas; existe la creencia de que el término dadaísmo tiene su origen en el adverbio de afirmación rumano da), aquel que, con Tristan Tzara a la cabeza, encuentra en dramaturgos como Eugène Ionescu o escritores como Max Blecher sendas vías de desarrollo hacia el retrato del absurdo subyacente en el tedio cotidiano o hacia la expresión de un profundo desarraigo existencial, respectivamente. A este potente substrato cabe añadirle la importancia de la obra de Franz Kafka, en cuyos laberintos la mayoría de escritores centroeuropeos parecen haberse adentrado con mucha más naturalidad de lo que suele hacerse en Occidente.
Si a todo ello sumamos la historia reciente que tienen en común los países pertenecientes al antiguo bloque soviético, caracterizada por regímenes totalitarios deshumanizadores y feroces censuras, el resultado es una literatura potentísima. Una de sus muchas vertientes encuentra acomodo en lo que Carolina Díaz ha denominado con acierto «fábula del gulag», y que la autora define como «subdivisión menos placentera del realismo mágico [...] que ha sido cultivada con celo por varias generaciones de escritores, desde Ismael Kadaré hasta Lazlo Krasnahorkai, en los Estados del Pacto de Varsovia» (...) Ese aire onírico que caracteriza el paisaje de Sinistra tiene una calidad correosa que en todo caso cabría emparentar con la atmósfera tóxica y desesperanzada de la Santa María de Juan Carlos Onetti. Ádám Bodor parece utilizar (como lo hace también magistralmente otro escritor de sensibilidad análoga, el checo Bohumil Hrabal) el mismo lenguaje eufemístico, inocentón e insoportablemente optimista de la propaganda del régimen. Pero lo que empieza siendo mera descripción de escenas idílicas propias del bucolismo rural en que solía abundar dicha propaganda acaba por mostrar a unos personajes crueles sin excepción, que se saben simple utillaje del aparato represor y que, a merced de los caprichos de éste, viven sumidos en la miseria."








Ádám Bodor nació en 1936 en Cluj-Napoca, una ciudad rumana de población magiar ubicada en la región de Transilvania. A los 17 años fue detenido y encarcelado por la policía secreta rumana y más tarde por la húngara; primero por ser magiar, después por anticomunista. «Estar encarcelado fue una experiencia muy dura pero muy enriquecedora, que ha determinado mi visión del mundo y cuyas consecuencias aún siguen vigentes en mi vida», ha declarado el autor. Aun así sus obras no se resuelven en la queja o la denuncia moral, sino que se decanta hacia lo más esencial de la experiencia humana sometida a un régimen totalitario al que, por cierto, nunca hace referencia explícita.

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