lunes, 4 de enero de 2016

SOLITARIO EMPEÑO - de Cristian Crusat


Jose Martínez Ros en notodo.com  y  Vicente Luis Mora en su blog nos incitan a la obra de Cristian Crusat.




















Solitario empeño es el cuarto libro de relatos de Cristian Crusat (Arras, 1983) y, como los anteriores, Estatuas, Tranquilos en tiempos de guerra y Breve teoría del viaje y del desierto, también editados por Pre-Textos, muestra que Crusat es uno de los autores más interesantes de la joven narrativa española. De nuevo, nos encontramos con personajes extraídos de un mundo global, contemporáneo -con una gran excepción- que viven en la misma espesa y excesiva hiperrealidad que nos rodea, en los mismos espacios anónimos: urbanizaciones plagadas de piscinas, grises suburbios, autopistas, aeropuertos, supermercados, las zonas turísticas de la costa del Mediterráneo, atiborradas de familias procedentes de cualquier rincón de Europa. Sus protagonistas, aunque a menudo viven en pareja, se encuentran antes o después con una revelación que se filtra a través de la rutina diaria.


El primer cuento, el breve Monomito, nos relata precisamente una breve escena suburbial que se eleva, gracias a la particular técnica de Crusat, a una categoría mitológica; Hijo de los focences nos muestra el extrañamiento de un hijo que pasa un temporada en una localidad costera francesa junto a su madre y su más reciente y muy joven amante, y cómo por ese mismo extrañamiento consigue una conexión con los maltrechos personajes que rondan por la zona; Sarajevo-Estepona es una historia dentro de otra historia, un país que esta a punto de autodestruírse que sufre una plaga de suicidios y una brillante evocación de la infancia en uno de esos punto de identidad típicos de su narrativa; La casa de Thomas y el ciclo de Saturno es el mejor cuento del libro: de nuevo tenemos un protagonista en terreno ajeno, el contenido íntimo de una relación de pareja y la intrusión de un elemento ajeno desestabilizador, así como una delicada y poderosa reflexión acerca de nuestra futilidad, de la brevedad de la vida y de los objetos que nos acompañan; Uno de esos sitios plantea una pequeña pesadilla kafkiana; Conductos es un divertido y metaliterario homenaje al cuento norteamericano; y, finalmente, Timbre es lo que podríamos llamar un cuento redondo, sobre la violencia aterradora que subyace bajo el barniz de civilización de nuestra sociedad. Finalmente, el cuento más largo del libro, con el que acaba, Audacia, verano de 1894, es un homenaje a Marcel Schwob, uno de los autores predilectos de Crusat, judío decadentista, morfinómano y putero.

Solitario empeño es un libro excelente para descubrir algunos de los caminos más insospechados por los que va a circular la narrativa del siglo XXI."







Por su parte Vicente Luis Mora en su blog analiza pormenorizadamente uno de los relatos.


"Creo que la mayor reticencia que genera el monólogo interior es que, salvo escasas excepciones, no suele ser demasiado veraz, no nos resulta demasiado verosímil respecto a la auténtica cadencia de nuestros pensamientos. Por ejemplo, siempre he creído que Joyce acierta más en el modo de exposición de la cadena mental de Gretta (“The Dead”, Dubliners), que en la de Molly Bloom en el Ulysses. La diferencia entre ambas exposiciones es que Gretta tiene que compartir su discurso interior con Gabriel; es decir, es un monólogo interrumpido por su interlocutor y enunciado en voz alta de forma discontinua –porque no puede llarmarse “diálogo” a lo que ocurre después de que Gretta oiga en la calle la canción “La joven de Aughrim”–. El torrente de sentimientos de Gretta asola a Gabriel y devasta su deseo, dejándole inerme ante la aparición de la muerte de Furey recreada por su esposa. Gabriel puede "oír" el monólogo interior de Gretta y por eso Joyce nos dice que "Un vago terror se apoderó de Gabriel ante su respuesta".

Creo que el secreto de los cuentos de Crusat es que constituyen una memorable exposición contemporánea del monólogo interior; es decir, creo que nuestro cerebro se cuenta la existencia como lo hacen los narradores de sus relatos: van siguiendo el hilo del presente de la historia contada (no de la narración, casi siempre en pasado) hasta que algún estímulo (como la canción para Gretta) dispara el gatillo de la memoria y retrotrae la “acción mental” hacia diversos puntos del tiempo y del espacio. Es decir, que esos recuerdos que salpican los textos funcionan como agujeros de gusano que quiebran la línea espacio-temporal de sus relatos, llevándolos a otros mundos narrativos, sin abandonar en ningún momento la trama principal, a la que vuelven durante unas páginas, para abandonarla algo más tarde por una nueva deriva nostálgica, casi siempre sentimental o afectiva.
El Factor Humano

Observemos el cuento “Conductos”, de revelador título, que tiene como fin argumental explicar cómo se conectan las historias y los sentimientos, y como fin estructural desvelar la poética cuentística de Solitario empeño mediando el libro; su protagonista, Molly D, otra Molly mentalmente dispersa, cuida de un niño en un hotel aunque tiene la mente puesta en un relato que escribe y con el que se va conectando: “(…) pregunta el niño cuando esperan a que se encienda la luz del ascensor. Ella lo mira y le tira del lóbulo. Al hacerlo, vuelve a pensar en su cuento(p. 82). Y un poco más adelante: “Sin ninguna razón e particular, comienza a pensar en el chico con el que lleva saliendo tres meses(p. 83); “Abre su cuaderno y durante una docena de minutos no escribe nada. (…) Tras ese intervalo de tiempo, finalmente, pensará en el chico de origen alemán con el que se acostó el día anterior(p. 84). La fluctuación constante entre la realidad de Molly y el cuento que escribe es la que tiene el lector con los cuentos que reúne Crusat a lo largo del volumen: reproducen su forma de divagar. Respecto a la “poética” incluida en el mismo “Conductos”, una disquisición sobre la idea de centro y vacío en el cuento (pp. 90-91), entiendo que es una remisión directa al excelente ensayo sobre el relato breve El vacío y el centro. Tres lecturas sobre el cuento (2002) de Ángel Zapata.


El descrito mecanismo de extrañamiento creado por Crusat provoca algo que me parece sensacional, y que seguramente me hace leer uno tras otro sus libros con adicción: el naturalismo con que están contadas sus historias es el paradójico irracionalismo literario perfecto, pues la mente de sus protagonistas (y, por ende, la nuestra) se deja llevar por las emociones o las distracciones, perdiendo la razón del presente, abandonando el aquí y el ahora, para perderse en el naturalismo de otro espacio-tiempo. Es decir: aunque todos los entornos, argumentos, tramas e historias contados por Crusat son totalmente verosímiles y razonables, su efecto en el lector es onírico; es suprarreal porque conecta realidades inexistentes tanto en el tiempo de la narración como en el tiempo de la lectura, y por ello adquiere conexión con el mito, al ser un continuo atravesado por el tiempo mítico (“como la naturaleza del tiempo en el que se ha desarrollado todo: a medio camino entre lo sucesivo y lo eterno”, p. 125), una historia construida por diversas historias que encuentran su sentido en perderlo, en irlo perdiendo; sus tramas encuentran la ilación en romper su continuidad, engarzando líneas paralelas y encontrándose con ellas en el tiempo interior del relato. En cierto sentido, sus narradores son como el padre de Saskia, personaje de “La casa de Thomas y el círculo de Saturno” (título también revelador), que “de repente levantó el brazo derecho y procedió a tocarme el costado, con los ojos prácticamente en blanco y la lengua asomada sin control, como si dudara de su propia existencia y quisiera confirmarla a través del contacto con la mía(p. 51). Si los cuentos de Crusat fuesen personas, serían esos amigos que al contar una historia se quedan callados un instante mientras contemplan fijamente un punto indefinido, conectados a otra historia que acaba de pasarles por la mente, otro espacio-tiempo atraído por algo de lo que estaban narrando."

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