martes, 13 de octubre de 2015

MORAVAGINE - de Blaise Cendrars








Por Moravagine, idiota.
Esta rúbrica a un texto todavía inexistente fue el primer chispazo de la novela, según declara el propio Cendrars en un magnífico Postscriptum. Y efectivamente ahí está la esencia del libro. El hombre como un ser esencialmente loco, un idiota lleno de ruido y furia como quiere el clásico. 

En el mismo Postsriptum Cendrars reflexiona,  "Yo no creo que haya temas literarios, o mejor, no hay más que uno: el hombre". Un hombre que se debate a muerte entre vida y literatura, podríamos añadir. En más de una ocasión el autor señaló que él no mojaba su pluma en tinta, sino en el río de la vida. Desde muy joven Cendrars pretendió apurar su venero participando en todo tipo de acontecimientos y viajando a multitud de lugares exóticos. Esta novela delata esa pasión vitalista e insaciable. 

Un joven psiquiatra encuentra en una clínica mental a Moravagine, un recluso que se presenta como príncipe del imperio austro-húngaro. Fascinado por el relato de su vida, el psiquiatra le ayuda a huir uniéndose a él en un categórico experimento de campo. Primero huyen a Berlín, pero Moravagine comienza a matar mujeres y escapan hacia Rusia. Allí se enrolan en las filas bolcheviques, llegando a liderar alguna facción en lucha por derrocar al régimen zarista, hasta que todo se corrompe y acaban huyendo a Nueva York. Su inquietud los llevará a Texas y de allí a la selva amazónica para acabar volviendo a París. 

Todo el itinerario está sembrado de cadáveres. Moravagine se muestra como un absoluto nihilista y un militante misógino. Al asesinato de mujeres en Berlín le suceden las purgas y traiciones en las células comunistas de Rusia. Se cruzan con ladrones y criminales en la frontera de Méjico y posteriormente con jíbaros reductores de cabezas. Ellos son la guerra, el terrorismo, la revolución, el crimen y otras atrocidades. Moravagine se deleita con la aventura y el peligro. La novela tiene un ritmo frenético y se constituye como una epopeya avasalladora, tan trágica como delirante. 

La velocidad del relato, la viveza de las descripciones, la prosa efervescente... todo transmite urgencia, necesidad, ímpetu por acontecer. Moravagine parece el polo magnético de una era excitada y excitante. Asiste (y nosotros con él) a una época convulsa, al caos que entierra un tiempo viejo y anuncia uno nuevo. Moravagine viene del imperio austrohúngaro y en Rusia participa en el caos de la revolución contra el ancien regime. Le ilusiona sobremanera su llegada a Norteamérica, quien le inspira un encendido canto al utilitarismo.
"La raza blanca al desembarcar en América descubrió de golpe el único principio de la actividad humana, el que eleva y domina, el principio de la utilidad. En lo sucesivo no conoce más que un solo dogma, el trabajo, el trabajo anónimo, el trabajo desinteresado, es decir, el arte.
Ante esta noticia, los viejos pueblos de las catedrales, los viejos países de Europa despiertan, resucitan, vuelven a la vida consciente, dejan caer sus hierros.
...
Ya no se busca una verdad abstracta, sino el verdadero sentido de la vida. Jamás el cerebro humano ha soportado todavía tal flujo de ideas de alta tensión. Lo mismo en el arte que en política, que en economía general, las fórmulas clásicas no eran suficiente. Todo se deshace, todo cede, los armazones más seculares y los andamiajes provisionales más audaces. En la hoguera de una guerra liberadora y sobre el yunque sonoro de los periódicos se retuercen, se refunden y se vuelven a forjar todos los miembros del cuerpo político.
En ese aparente desorden una forma de sociedad humana se impone y domina el tumulto. Trabaja y crea. Transforma todos los valores pracicando el crack y el boom. Ha sabido surgir de las contingencias. Ninguna teoría clásica, ninguna concepción abstracta, ninguna ideología ha sabido preverla. Es una fuerza formidable que hoy en día oprime al mundo entero, y lo moldea, y lo amansa. Es la gran industria moderna capitalista.
Una sociedad anónima." pág. 180

Blaise Cendrars había conocido a Abel Gance y  había participado en su film J´accuse (1919). En esa época escribe: “Los últimos acontecimientos de las ciencias exactas, la guerra mundial, la concepción de la relatividad, las convulsiones políticas, todo hace prever que nos encaminamos hacia una nueva síntesis del espíritu humano, hacia una nueva humanidad, y que una nueva raza de hombres va a aparecer. Su lenguaje será el cine”.

Moravagine es un hombre echado a la rueda vertiginosa de los tiempos. Hay quien ha descompuesto su nombre en Muerte y Vorágine, Otros en Muerte a la vagina, por su misoginia. En todo caso es el signo de los tiempos, porque el periplo de estos febriles aventureros concluye con su regreso a París, justo cuando comienza la I Guerra Mundial, todo un "moravagine".

Cendrars antepuso la vida a la literatura, pero en Moravagine consiguió aunar ambas de forma apasionada. Quedan claras sus ideas en esta reprimenda de Moravagine al psiquiatra:
"¿Por qué quieres tú poner un orden? ¿Qué orden? ¿Qué buscas tú? No existe la verdad. No hay más que la acción, la acción que obedece a un millón de móviles diferentes, la acción efímera, la acción que se somete a todas las contingencias posibles e imaginables, la acción antagonista. La vida. La vida es el crimen, el robo, la envidia, el hambre, la mentira, el esperma, la tontería, las enfermedades, las erupciones volcánicas, los terremotos, los montones de cadáveres. Tú no puedes hacerle nada, mi pobre amigo: ¿no irás a ponerte a parir libros, eh?…"
La escritura es voluptuosa y eléctrica, de ritmo sincopado. Pormenoriza y amontona verbos y adjetivos para intentar describir esa sensación bullente y abrasadora de un ser sumido en un frenesí. Las ideas surgen a borbotones. Por las páginas fluye la acción más vertiginosa. El relato evoluciona a un ritmo febril y se despeña a cada rato en pozos de fiebre y pesadillas: Alucinada es la descripción de los años en prisión de Moravagine, tanto como su experiencia revolucionaria en Rusia, planeando crímenes, escondiéndose y conspirando:
"Qué campo de observación y de experiencias para un científico. A ambos lados de la barricada, actos inauditos de heroísmo y de sadismo. En el fondo de las prisiones, en las casamatas de las guarniciones, en plena vía pública, en una habitación donde se conspiraba, en un tugurio obrero, durante las recepciones en Tsarkoïe-Sélo y en las audiencias de los Consejos de Guerra, por todas partes sólo se encontraba uno con monstruos, seres humanos desviados, consternados, sin derechos, descarnados, con el sistema nervioso extenuado" pág 84

También en América se abocan a la pesadilla en el Desierto de los Muertos y posteriormente sobreviviendo entre los indios azules del Orinoco. En cada caso la vivencia es extrema y casi irreal.

El capítulo, H) Formación del espíritu, apenas ocupa diez páginas pero es de una intensidad demoledora. Un relato sinestésico, de pesadilla, sobre los diez primeros años de encierro. De ahí surge un Moravagine destruido y totalmente desesperado que se convierte en Jack el Destripador en Berlín y posteriormente en un sangriento revolucionario en Moscú.

Moravagine es el mal, la locura, la energía destructiva encarnada en un monstruo. Así es como lo definió Cendrars a su amigó Jean Cocteau. Su historia es contada por un testigo privilegiado, el propio Cendrars (así aparece en la novela), que creó esta criatura como una especie de doble donde exorcizar sus propios demonios.

Moravagine es un personaje febril y desesperado. Durante varias páginas nos articula su moral: "La naturaleza no conoce el sadismo, la gran ley del universo, creación y destrucción, es el masoquismo."
Incluso el amor es masoquista.
"...esa pasión cada vez más turbada, tormentosa y cuyos estragos son crecientes, hasta la total inhibición, la total aniquilación del alma, hasta la atonía de los sentidos, hasta el agotamiento de la médula, el vacío del cerebro, hasta la sequedad del corazón, esa necesidad de destrucción, de mutilación, esa necesidad de efusión, de adoración, de misticismo, esa falta de saciedad que recurre a la hiperirritabilidad de las mucosas, a los vagabundeos del gusto, a los desórdenes vasomotores o periféricos y que apela a los celos, a la venganza, a los crímenes, a las mentiras, a las traiciones, esa idolatría, esa incurable melancolía, esa apatía, esa profunda miseria moral, esa duda definitiva y desconsoladora, esas desesperación, ¿todos estos estigmas no son acaso los síntomas mismos del amor según los cuales se puede diagnosticar y trazar con mano firme el cuadro clínico del masoquismo?" pág 90
En definitiva, una novela intensísima, sorprendente, terrible y poética, que deambula como un tren, entre bufidos y a toda máquina, entonando cantos a la acción más vitalista, al ser anónimo, al masoquismo, al utilitarismo y a la misoginia (Moravagine reduce la historia de la humanidad al deseo de la mujer por dominar al hombre: poseerlo, meterlo de nuevo en su útero y cuidarlo y dominarlo para siempre).

El libro tiene además una joya escondida, un post-scriptum titulado "Pro Domo: Cómo escribí Moravagine", que es una visita con guía a las catacumbas más íntimas de un escritor; aquellas que albergan la felicidad de una escritura febril y también la repulsión y el enfado.
"También tengo que vencer el miedo, ese estado de trance que me invade y me paraliza en la víspera de empezar un trabajo literario de gran envergadura y que va a encerrarme entre cuatro paredes, trabajos forzados, vida de presidio durante largos meses mientras los trenes circulan, los barcos van y vienen, y yo no estoy a bordo."





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Blaise Cendrars, seudónimo de Frédéric Sauser Halle, nacido en Suiza en 1887 y muerto en París en 1961, fue poeta, soldado, marinero, director y guionista de cine, apicultor, periodista, buzo, novelista, vagabundo, contrabandista y un sinfín de oficios y aficiones a los que le llevó un espíritu inquieto y una azarosa vida aventurera. Escribió numerosas novelas , muchas de ellas de carácter autobiográfico, de aventuras y de temas exóticos. En su época fue un reconocido poeta. Su estilo tiende a la expresión de lo irracional, de la inquietud interior. Sus escritos hacen constantes referencias a viajes y aventuras increíbles, cuyo espíritu encontramos en estas palabras suyas: «Partir. Emprender el viaje. Correr de cara a la muerte por la gran ruta, de París al corazón de la soledad, al otro lado del mundo... siempre adelante...»

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