domingo, 27 de septiembre de 2015

ES la FORMA, ESTÚPIDO - por Javier Sampedro


Escalera Helicoidal de Bramante -Roma-

A Kekulé le faltaban dos átomos de hidrógeno. Sabía que los compuestos orgánicos —la química de la vida— consistían en cadenas de átomos de carbono más o menos largas, como un lego enloquecido en el que cualquier cosa posible se hacía real. Pero las reglas, por mínimas que fueran, estaban claras: cada átomo de carbono tiene que enlazarse a cuatro cosas; en una cadena de carbonos, dos de esas cosas son otros átomos de carbono, naturalmente, y las otras dos suelen ser hidrógenos, que son pequeños y no estorban; las dos excepciones, de puro sentido común, son los dos carbonos de los extremos, que solo tienen un carbono vecino y por tanto llevan tres hidrógenos en vez de dos. Es de cajón. Pero en el benceno no ocurría eso: los dos carbonos de los extremos no llevaban tres hidrógenos, sino dos como cualquier otro. ¿Por qué? ¿Qué broma cósmica era esa, dos extremos que no parecen extremos?

Y Kekulé, literalmente, soñó la solución. Tras meditar arduamente sobre aquel problema endiablado, se quedó transpuesto en el sillón junto a la chimenea y empezó a soñar con una serpiente que se agitaba y se ondulaba sin parar… hasta que se mordió la cola. Esa era la respuesta que tan desesperadamente había buscado durante meses. El benceno no tiene dos carbonos en los extremos. Porque no tiene extremos: no es una cadena lineal, sino un anillo de carbonos. Una serpiente que se muerde la cola. La respuesta al enigma es la forma. Siempre lo es.

Transverse Line (1923) -Kandinsky-

Tomen el mayor misterio de la biología de todos los tiempos: los principios de la genética descubiertos por Mendel, el fundamento de la principal propiedad de todo sistema biológico, desde un virus hasta un banquero: su capacidad para sacar copias de sí mismo, su base de datos independiente de los avatares de la biografía, su lógica interna más profunda. Watson y Crick descubrieron la respuesta, y de nuevo era la forma: la hipnótica, magnética y bellísima doble hélice del ADN, otra serpiente que contenía en sus ondas el mayor secreto de la biología del planeta Tierra, y quién sabe si de cualquier otro.


Kandinsky estaba en lo cierto en que todo son líneas y puntos, masas y curvas y contrastes. Quizá sus seguidores desatendieron la obviedad de que el arte ya era así cuando era figurativo, que también la realidad está hecha de líneas y puntos, y que todo lo que vemos se fundamenta en una geometría tan natural e inevitable como una serpiente que se muerde la cola.




Colaboración de Javier Sampedro en ElPaís.com

jueves, 24 de septiembre de 2015

El CORREDOR del LABERINTO -


Recién estrenada (en cine) la segunda parte de esta saga, Las Pruebas, ya se puede avanzar que esta trilogía (+precuela) presenta una sugerente idea inicial que se va diluyendo rápidamente según avanzan los tomos y las cintas.

De inicio nos encontramos, in media res, con unos chicos aislados en "el claro", una especie de isla rodeada de altos muros que esconden mortales laberintos: Los muros que delinean sus calles cambian de un día para otro y por sus recodos acechan informes monstruos. La llegada del "chico especial" Thomas, hará cambiar las cosas y finalmente lograrán encontrar la salida. 

En el segundo libro y película, Las pruebas, salen al mundo exterior, un mundo apocalíptico donde la humanidad ha sido diezmada por un virus que transforma a las personas en una especie de zombis, "los raros". Detrás del laberinto está la organización CRUEL, que utiliza a estos jóvenes como cobayas para encontrar una cura. Por su parte un puñado de hombres libres se ha refugiado en las montañas. Ambas facciones anhelan contar con el grupo de jóvenes huidos del laberinto; son inmunes al virus y pueden ser la esquiva solución a sus males. 

Los libros son sencillos, pero absorventes y entretenidos. Su acción te lleva en volandas. El primero aprovecha dos misterios. El de la caja, un montacargas que asciende desde un pozo incógnito e introduce cada vez a un muchacho en este mundo cerrado. Y el de la salida del laberinto. Entremedias asistimos a la organización social de esta pequeña comunidad de muchachos: los corredores, los recolectores, los sanitarios, de cocina, etc. 

Entre el juego y la seriedad juvenil, esta nueva sociedad que entre todos van creando elude reflexiones mayores, como las que se producían, por ejemplo, en otra isla de autogobierno juvenil, "El señor de las moscas", de William Golding. En esta obra maestra un grupo de niños tienen que sobrevivir en una isla, lo que les obliga a refundar una sociedad en la que se retratada la condición humana y la naturaleza del mal, sobretodo asociada al ejercicio del poder. 

La primera película adaptaba con solvencia el libro. El terrible ejercicio de supervivencia y el misterio del mundo exterior que los condenaba mantenía la tensión. Pero esta segunda es repetitiva y carece de enjundia. Correr, correr y correr. Los guionistas han pensado que si los muchachos se pasan el día corriendo, el suspense se da por supuesto; pero no es así. Todo resulta banal. El laboratorio donde descubren a sus compañeros entubados o el enfrentamiento con los "raros", afectados por "la quemadura", apenas tienen entidad. No son más que excusas para seguir corriendo sin parar. 

El novel director Andrés Muschietti, autor de la magnífica Mamá, ideó un cortometraje de tres minutos que enamoró a Guillermo del Toro. Éste se ofreció a producirle un largo y el propio Muschietti reconoció que la mayor dificultad que afrontó fue "tener que dar respuesta a las situaciones planteadas". Muschietti consiguió dar fuste a aquella germinal idea, nos ofreció un hilo narrativo coherente y un desarrollo que enriquecía los planteamientos iniciales.

Dashner por su parte, parece que encontró una situación de partida muy interesante; pero no consiguió darle continuidad. Tanto Las pruebas como La cura mortal parecen de relleno y están lejos del interés inicial. Todo el batiburrillo de zombies, robots asesinos y lazos de amistad y resistencia en un mundo apocalíptico parece un refrito sin fin.






Salgo del cine reflexionando sobre las exitosas sagas juveniles, al estilo de Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins, El Corredor del Laberinto o  "Across the universe" de Beth Revis. Me llaman la atención algunas similitudes que comparten. Me pregunto si podemos rastrear en ellas un sustrato de la visión que los jóvenes tienen del mundo.

Probemos:
-La acción que presentan transcurre en futuros distópicos. 
-Los mundos son más bien agonizantes y la sociedades que los pueblan están fuertemente jerarquizadas, sometidas a un líder absoluto y dictatorial.
-Todo está perfectamente organizado, pero de forma rígida y cerrada. Los roles de las personas están muy definidos y suelen ser castrantes. Más parecen cárceles que otra cosa.
-Siempre aparece un joven carismático (aunque en el caso de El corredor del Laberinto no se sabe el por qué de su carisma) que decanta la rebeldía y ejerce de líder mesiánico, motor del cambio.


Según esto los jóvenes se ven en un mundo agónico, sometidos a rígidas normas que viven como una cárcel. Se les obliga a una normalización castrante que les hace soñar con la aparición de un líder que seguir en pos de la libertad. Como se ve, todo un diggest de psicología social y construcción de identidad clásica.

Quizás el acierto de la película "Los juegos del hambre: En llamas", la mejor adaptación cinematográfica hasta ahora; haya sido contar con una heroína como Jennifer Lawrence que dota al personaje de una cierta complejidad y sobretodo de una emotividad muy superior a la de este corredor extenuante.

Es verdad que se habla de democracia, amistad, ética, organización social y rebelión... pero estos libros son lo que son, puro entretenimiento. Sin más. Para encontrar otras profundidades hemos de visitar otros caladeros; obras como la citada, Rebelión en la granja,  1984  o Un mundo feliz.

sábado, 12 de septiembre de 2015

El AÑO MÁS VIOLENTO - C. J. Chandor

A Most Violent Year
EEUU, 2014






Desconcertante propuesta del director de Margin Call. Como en aquella sigue husmeando en el mundo de los negocios, pero aquí centrado en un joven empresario de Nueva York, casado con la hija de un mafioso local y empeñado en conseguir triunfar sin saltarse las normas.

La película, magníficamente ambientada y rodada, me parece excesivamente fría y el desarrollo falto de enjundia. Lo mejor es el tono realista y amargo, pero carente de grandeza. 

Un hombre íntegro se abre camino mientras todo le invita al atajo. Pero Abel Morales (Oscar Isaac) quiere triunfar por sus medios, sin utilizar ni la influencia, ni los medios de su suegro. Sin dejarse tentar por los cantos de sirena del sindicato de camioneros. Están robando sus camiones de distribución de gasóleo y el sindicato propone que los conductores lleven armas para defenderse. 

La imposible honestidad en los negocios, parece ser el tema de la película; pero la lucha de Abel Morales contra las sospechas de la fiscalía (que le investiga) y los robos de sus rivales, tienen un desarrollo ramplón. 


Titulada así por transcurrir durante 1981 en Nueva York -el año con más crímenes y atracos en la historia de la ciudad-,  El año más violento esconde, paradójicamente, la menos violenta de las películas. La violencia es soterrada y difusa, más apropiada para los negocios. 

La cinta tiene una textura heladora y sombría, gracias a la magnífica fotografía de Bradford Young; pero le falta amargura y mala baba. 

La heroica voluntad de obviar los atajos y la violencia no aparece contrastada con la suficiente grandeza. Varias secuencias nos recuerdan a otras de El Padrino, pero nos llegan con sordina, rebajadas de tono. Un ejemplo.  
En la escena donde Abel cita a sus rivales para echarles en cara los robos de sus camiones, nuestra mente viaja hasta el sombrío salón donde  el padrino Corleone  busca la paz con Marsini y el resto de capos. La distancia es enorme. Abel Morales expone de forma ramplona: "Basta. Tened un poco de decencia y parad".


Oscar Isaac raya a gran altura. Su porte elegante y concentrado sí que nos hace recordar al joven Michael Corleone; mientras Jessica Chastain despliega su gran carisma y elegancia.