domingo, 28 de junio de 2015

KILL List - Ben Wheatley

Inglaterra, 2011











Kill List pertenece a un extraño y reducido tipo de películas que guardan en su interior una violenta quiebra en su aparente itinerario. Con la que más semejanzas guarda, por supuesto, es con El Hombre de Mimbre (The Wicker Man) inclasificable film británico de 1973; pero también con Carrera con el diablo (Race with the Devil), una serie B con el siempre fronterizo Peter Fonda huyendo de una secta satánica en la Texas más profunda. E incluso me atrevo a relacionarla con una propuesta sumamente radical, Martyrs, de Pascal Laugier.

La cinta que nos ocupa comienza como un drama familiar, por el mal encaje de un soldado a su regreso de Afganistán, para derivar hacia la psicosis y desembocar en el puro terror.


Jay (Neil Maskell) es un exsoldado desorientado. Son constantes las broncas con su mujer; pero un día, su amigo y compañero de armas Gal, le propone una forma de reconducir su alborotada adrenalida: hacerse socios y convertirse en sicarios. Dos trazos nos avisan que el misterio acecha. Durante la cena de esta propuesta, la novia del amigo dibuja tras un espejo un símbolo nigromántico. Poco después, cerrando el trato, los tipos que les contratan no se conforman con un simple apretón de manos. Inopidamente retienen la mano de Jay y le hacen un profundo corte para sellarlo con sangre. 
Dos son los puntos fuertes de la película. El personaje de Jay, confuso y alucinado, logra arrastrarnos por el laberinto fungoso en el que penetra. 
Y la forma de narrarlo. Las secuencias tienen planos mutilados, cortados a machete; como que albergasen huecos de memoria en blanco.

El protagonista parece prisionero de un mecanismo que no controla. Está encerrado en su mente. Según pasan los minutos más parece una pieza ciega de un oscuro engranaje.

Todo carece de equilibrio. Jay y su mujer se gritan y pelean; pero al momento se están besando. Del mismo modo con su amigo Gal. Se insultan, se desprecian y se abrazan sin solución de continuidad.

Lo mejor es esa sensación de mal rollo que se va apoderando del espectador y que ve cómo se acrecienta el desconcierto y la pesadilla. Por momentos es como si la realidad se escapase de entre los dedos. Todo es cada vez más extraño e inquietante y además, sin explicaciones.

La película se divide en capítulos, El cura, El bibliotecario, el Policía Militar... Son los encargos. Pero no se trata sólo de asesinato. Lo perturbador, lo que nos deja con la mosca detrás de la oreja, es que las víctimas parecen darles la bienvenida, como que los están esperando. Golpeados y heridos de muerte, se muestran complacidos: "Hola, te agradezco que estés aquí. Estoy encantado de conocerte."

Esta reacción exaspera a Jay que eleva su virulencia hasta el paroxismo. Alguna de las secuencias son ultraviolentas. Por su falta de asideros, Kill List es desasosegante, aunque tenga un desenlace más bien convencional.

El caso es que el director quiso un final abierto. Según él, "Se puede leer como una película de serie B donde un chico se enreda con un culto y todo va demasiado lejos. O puede leerse como que Jay simplemente es un loco de mierda. Lo cual no es muy satisfactorio, ¡lo sé! Pero decidimos dejarla abierta. No todo tiene que ser explicado. Hay cosas que son inexplicables, y el misterio es mucho más interesante que la realidad."

Película notable de un director muy peculiar. Ben Wheatley tiene en su haber otras tres películas a cual más inquietante y bizarra. Down Terrace (2009), Turistas (Sightseers, 2012) y A Field in England (2013). En todas ellas mezcla, con fuerte sabor, la comedia más negra y la más seca violencia.

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