miércoles, 6 de mayo de 2015

EL ORIGEN del MUNDO - de Pierre Michon









-Le Grande Beune- es el título original de esta obra que Ernesto Hernández Busto reseña en el blog, Penúltimos días.


"Cada libro de Michon es para mí como una fiesta privada. He comprado, incluso, vinos especiales para acompañarlos. (Con el molesto resultado de leer, exultante, un centenar de páginas… de las que, sin embargo, al otro día sólo me queda un vago recuerdo aderezado con una profunda resaca).

Me leí tres veces esta noveleta (una de ellas, con no poco trabajo, en su idioma original). Es un volumen “raro”, incluso dentro del corpus de este escritor —ya un poco raro de por sí. Tal vez sea el libro más “novelesco” de los suyos, aunque Michon no es nunca novelesco a la manera, digamos, de Tournier. Llevo varios años leyéndolo, una y otra vez, para descifrar los acertijos de su “técnica”. Pero he sacado poco en claro, además del placer. Aún no entiendo cómo hace para contar de esa manera, fluida y densa al mismo tiempo. “No puedo escribir sin cantar”, dijo alguna vez. Y esa parte “cantada” de su prosa evade las definiciones tradicionales sobre la “buena escritura”. Veo a Michon como la encarnación de aquel ideal flaubertiano de una novela que no tratase de nada propiamente, y que se sostendría sólo en el estilo, en el “canto”. Pero siempre se las arregla para tejer historias fascinantes, hipnóticas. Desde luego, es un tipo de escritor que sólo podría existir en francés, como Gracq, Ponge o Pierre Bergounioux, tal vez el más reciente representante de esa estirpe.

El “Gran Beune” es el río de la Dordoña que baña Castelnau, un pequeño pueblo donde el protagonista de estas páginas llega a ejercer como profesor, justo antes de hacer el gran descubrimiento erótico de su vida: Yvonne, la mujer que atiende el estanco de tabaco. De ella sabemos que tiene “entre treinta y cuarenta años”, que es de piel muy blanca y caderas abundantes, que sus manos son casi perfectas y que en su rostro sin afeites, “desnudo como un vientre”, unos ojos claros contrastan con el cabello negro como un ala de cuervo… Cuatro o cinco frases después de que aparezca ya la amamos, de la misma manera desesperada que la ama el narrador.

Novela del deseo total, de la más delicada lujuria y del amor más trascendente, todo al mismo tiempo; relato de la sangre que se atropella ante la belleza madura, y de la herida memoriosa de un deseo no consumado. Suprema delicadeza narrativa para trasvasar algo sumamente íntimo, masturbatorio. Y de la misma manera que hay algo rotundo en la aparición de esa mujer recordada (“No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco; sólo me importan las apariciones”), también hay algo rotundo y funcional en cada palabra de este libro apasionado y preciso. Son las palabras de un sabio, ya de vuelta de una vida que nosotros apenas vislumbramos. Un sabio que recuerda —y añora— ese deseo en vilo del que brotan sucesivos encantamientos verbales. Todo lo que dice este narrador sobre la pasión me hizo caminar varios días en estado de gracia. Me trajo noticias de un erotismo que yo nunca he logrado alcanzar, o apenas por momentos, como revelación de una nueva lengua de la que conocemos sólo los rudimentos; un goce primitivo y esencial que olvidamos hace mucho tiempo, mientras nos empeñábamos en ejercicios de posesión.

Hay tres grandes escenas en este libro de apenas 80 páginas: la primera descripción de Yvonne, objeto del deseo y tormento; la reflexión sobre la infancia y los celos infantiles que propicia un niño en bici, y el descenso final a la caverna de las pinturas rupestres, donde tendrá lugar el descubrimiento del arte a través de la comunicación con lo arcaico, un rito de pasaje propiciado por el Eros.

Historia íntima que se vuelve prehistoria: no conozco ningún otro escritor vivo capaz de esa magia."

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