miércoles, 20 de mayo de 2015

El Gran MEAULNES - de Alain Fournier









En este maravilloso libro está contenida la magia de la adolescencia enfrentada al misterio de lo desconocido: el descubrimiento del amor y de esa etapa adulta que excita y atemoriza por igual.

El gran Meaulnes es una novela de iniciación y de exaltación. En sus páginas se convoca al amor absoluto. Alain Fournier intentó transmitir "le merveilleux pouvoir de sentir", según escribió a su amigo y cuñado Jacques Rivière.

El palo mayor de este velero es Augustin Meaulnes, un joven grandullón, silencioso y decidido, que se impone sin violencia gracias a su carisma. Por sí mismo producirá un intenso campo gravitatorio alrededor del cual girará todo; el joven François Seurel, fascinado admirador que ejerce de narrador, y el microcosmos entero de un pueblecito francés de finales del siglo XIX: la escuela, los juegos, las escapadas... 

La segunda estrella que brilla en la narración es el Dominio Misterioso, un lugar donde todo es posible, un caserón engalanado de fiesta y sugestión, donde arriba Meaulnes tras un día extraviado por montes y arboledas. Un territorio colmado de promesas -como un Camelot idílico- que marcará de forma indeleble al protagonista. Llegará como un guerrero cansado y harapiento y desde el primer momento reconocerá aquello que se convertirá en su Grial.
"En un recodo del bosque desembocaba, entre dos postes blancos, una avenida por la que se metió Meaulnes. Dio algunos pasos y se paró, todo sorprendido y turbado por una emoción inexplicable. Sin embargo, seguía con el mismo paso fatigado, el viento helado le agrietaba los labios, casi la ahogaba, pero le entró una alegría extraordinaria y casi embriagadora, la certeza de que había conseguido su meta y que ya sólo le esperaba la felicidad." pág 63
La tercera estrella es el atormentado Frantz, un romántico impenitente que huye de la fiesta en el Dominio por causa de amores contrariados.
(Acuarela de  Jean-Michel Skoric) 

Se trata, sin duda, de un libro cargado de emociones, capaz de agitar y suplantar tus propios recuerdos y sensaciones de una forma prodigiosa. En él se cifra una constante exaltación de la aventura y el amor.

El relato tiene un aire onírico y de encantamiento que nos atrapa y con el que es imposible no empatizar. Al contarnos sus recuerdos, Seurel lo impregna todo de una agridulce melancolía. El libro está jalonado por agudos contrastes. El anhelo del ideal enfrentado a la amenaza de la realidad, el dolor de la pérdida al gozo del amor y la amistad. La misma casona de las Sablonnières albergará alternativamente el ensueño y la desgracia. La inocencia de estos adolescentes contrasta enormemente con la intensidad de sus emociones y la firmeza de sus promesas. Resulta conmovedora la pasión con que Meaulnes sacrifica su felicidad  por el compromiso adquirido con Frantz.  Como dice J. M. Valverde en el prólogo:
"Al final la tragedia queda vibrando, abierta: un sueño de la adolescencia, un momento alucinado, un encuentro, la entrada en un caserón que parece hechizado, pueden trastornar toda una vida, dejando una herida de nostalgia que no se cerrará nunca, ni aún con el hallazgo del ser amado y buscado."
Meaulnes aparece como el hombre íntegro, dispuesto a sacrificar todo en la búsqueda de su amor o por una promesa de amistad. En Frantz está personificada la fantasía, el amor romántico y loco que todo lo trastorna. Ivonne de Galais es la mujer ideal y soñada. François Seurel, como narrador, siempre está en el umbral. Los demás lo trapasan y corren aventuras, pero no él. En el reencuentro ejercerá de notario y, hallada Ivonne, para él sólo quedará un amor platónico.
Château de Cornancay

La novela se divide en tres partes. La primera es idílica, refiere la llegada de Meaulnes y el descubrimiento del Dominio. La segunda prueba la frustración de la pérdida del paraíso. En la tercera Seurel encuentra a Ivonne y al Dominio; pero ya nada es lo mismo. La vida ha emborronado el camino. 

La acción se concentra en sólo tres años, el umbral que conduce de la adolescencia a la primera juventud. 

También Frantz tenía un Dominio propio. Una casa en medio del campo donde jugaba a vivir y a ser un hombre. Esa es la expectativa del libro. Juguemos a ser hombres: fracasemos y triunfemos. Probemos los elixires de la vida, tanto el dolor como la pasión resultan embriagadores.

Incluyendo momentos de una felicidad insuperable, el libro está atravesado por la nostalgia y la sensación trágica de pérdida. El Dominio fue una noche mágica que acabará pesando como una losa. La boda de Meaulnes será una tragedia para Ivonne. El amor exacerbadamente romántico de Fantz causará gran infortunio.

Es un relato en pasado. "Hoy que todo ha terminado, ahora que no queda más que el polvo, de tanto mal, de tanto bien."  Es ineludible la nostalgia. Atisbamos la maravilla, pero, "¡Amargos recuerdos! ¡Amargas esperanzas destruidas!"

Sus páginas nos hacen vibrar con la ebriedad de un amor vitalista y total.
Acuarela de Jocelyne Mate)
Todo en el libro es mágico y se define por una constante e inasible presencia, un rayo de luz que todos llegan a tocar pero que siempre acaban perdiendo. Meaulnes lo es para Ivonne y Seurel, el amor para Frantz o el Dominio para Meaulnes: el atisbo de la felicidad. La vida adquiere así,  la disposición de una profunda búsqueda.
"-Así que Meaulnes, ya no se ocupa de mí? ¿Por qué no responde cuando llamo?¿Por qué no cumple su promesa?
-Vamos Frantz -respondí- ha pasado el tiempo de las fantasmagorías y las niñerías. No estropees con locuras la felicidad de los que quieres, de tu hermana y de Augustin Meaulnes.
-Pero sólo él puede salvarme, lo sabes muy bien. Sólo él es capaz de volver a hallar la pista que busco." pág 213


Alain Fournier con 17 años
Henri-Alban Fournier -Alain Fournier- murió el 22 de septiembre de 1914, sin haber cumplido los 28 años, en la batalla de Verdún. Tan sólo un año antes había publicado su única novela, El Gran Meaulnes, escrita esforzadamente durante siete años. La novela está impregnada de la vida y del alma del autor. En ella encontramos los avatares más sobresaliente de su vida y sobre todo la sensibilidad profunda con que los recordaba.
Por ejemplo, una mañana de verano de 1905 mientras paseaba por la orilla del Sena conoce a una hermosa joven con la que apenas cruza unas palabras, Ivonne Quèurecourt. Nunca volvió a verla pero su recuerdo permanecerá imborrable. O también que su padre fue secretario de una escuela. Incluso él mismo trató en vano, en dos ocasiones, de superar las pruebas de ingreso en la Escuela Normal Superior. Todo ello se encuentra en esta novela exaltada y conmovedora. 

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