miércoles, 28 de enero de 2015

The BABADOOK - de Jennifer Kent

Película de terror sobre la conjura de los miedos a través de monstruos y alucinaciones.
Una mujer pierde a su marido en un accidente de coche. La llevaba al hospital a dar a luz. Ella se ha quedado vacía mientras Sam, el niño, es pura dinamita: hiperactivo, díscolo y un poco perturbado.

Nunca celebran el cumpleaños de Sam en el día que nació, para no convertirlo en un triste aniversario; pero unos días antes de cumplir los siete años, Sam encuentra un libro en la estantería. Se titula The Babadook y en sus páginas troqueladas acecha una sombra amenazante. ¡Déjame entrar! exige. El monstruo se alimentará de las angustias y miedos de madre e hijo hasta colarse en sus vidas.






















No es una película de terror al uso. Y bien que se agradece. Huye de burdos efectismos, se toma su tiempo para destilar una atmósfera verdaderamente opresiva sobre la pareja protagonista. Lo mejor de la cinta es precisamente eso, la forma de contar este cuento de terror infantil, sólo con elementos físicos, apenas juntando unas sombras, prácticamente sin efectos digitales, apoyándose en la insondable oscuridad.

El problema está en que después de construir situaciones de gran tensión psicológica no da un paso más. La metáfora que une drama y monstruo no queda establecida. El monstruo no es un terror infantil, tampoco una explicación mítica de la tragedia o la depresión. Creo que la película arrastra una indefinición argumental y un final anticlimático. Primero pone el foco en la angustia de Amalia, luego en el trauma infantil. En los mejores momentos se centra en el libro y el monstruo que libera; pero a posteriori se enzarza en una posesión infernal que no viene a cuento. Me quedo con la firme construcción de un ambiente sobrecogedor. 


La película afronta con decisión las vidas rotas, hurga en los traumas del niño y el estado depresivo de la madre. Del mismo modo que en Dark Water de Walter Salles, la atmósfera opresiva está muy conseguida, pero no logra realizar un salto cualitativo, convertir el drama en mito y éste en terror para la posterior liberación.

El título es una anagrama de A-Bad-Book (Un Mal Libro) y el ejemplar en cuestión tiene un enorme atractivo. Su elaboración se debe al ilustrador ALEX JUHASZ que ha conseguido un diseño realmente inspirador. Sus trabajos han sido reconocidos con numerosos premios, incluido un Emy por el diseño de los créditos de la serie United States of Tara".

Sobre libros con monstruo no puedo dejar de recordar la viva emoción que me produjo Un Monstruo viene a verme, de Patrick Ness. Allí la perturbación cobraba la forma de un monstruoso árbol con quien el niño debatía. Las ilustraciones eran igualmente maravillosas. Parece ser que su adaptación ya está en marcha en las expertas manos de J.A. Bayona (Lo imposible, El Orfanato).


Fotograma de Nosferatu -Murnau-
Otro acierto de la cinta es la iconografía de sombras y engendros que retoman el expresionismo de clásicos del cine de terror, como el Nosferatu de Murnau.



Fotograma de The Babadook

Protagonistas absolutos de la cinta, tanto Essie Davis en el papel de madre, como Noe Wiseman en el de hijo, realizan un trabajo sobresaliente. Nos transmiten con toda intensidad el dolor, la ansiedad y el miedo. El niño llega a ser, por momentos, verdaderamente exasperante.

martes, 27 de enero de 2015

CAMINANDO entre las TUMBAS - de Scott Frank


A Walk Among the Tombstones
-EEUU, 2013-

No deberíamos confundir esta notable película con "una más de Liam Neeson". Es verdad que Mr. Neeson se prodiga últimamente en exceso, en burdas películas de acción; pero Caminando entre las Tumbas es un proyecto sólido,  con todo el regusto del más clásico cine negro: expoli con problemas, amigos poco recomendables y crímenes horribles fuera del foco policial.

La película tiene como protagonista a Matt Scudder, un tipo casi marginal, expolicía, exalcohólico y detective privado sin licencia que husmea en las cloacas de la ciudad sólo por encargo de amigos o conocidos. Así es como un compañero de las reuniones de Alcohólicos Anónimos le pide que ayude a su hermano. Unos tipos secuestraron a su mujer y exigieron rescate. A pesar de pagarlo se la devolvieron descuartizada y envuelta en bolsitas de plástico.

El guión es potente y la narración tersa. Cine negro seco y con nervio. Me gusta el plan del director y guionista. Como en un juego de viñetas va desdoblando los planos para añadir información a la trama. En los créditos la cámara nos muestra a una mujer tumbada, suda, crispa los dedos...hasta que un pequeño movimiento nos revela la cinta que le tapa la boca. Del mismo modo al sentarse Matt en el bar, un primerísimo plano nos ofrece las dos copas simultáneas que le sirven. Un simple desenfoque nos muestra la placa de policía en su cinturón. Por otro lado, escuchamos varias veces la historia de cuando dejó de ser poli; pero no es hasta que se sincera en el hospital con su joven socio T.J., que ese relato se completa significativamente. Parece querer decirnos, siempre que hay una cara, existe una cruz.

Matt Scudder es un tipo bastante arrastrado que se mueve en ambientes sórdidos. Putas, drogatas, proxenetas y alcohólicos conforman su ecosistema. Después de abandonar el Cuerpo de Policía y a su familia, malvive en un hotelucho de mala muerte. En esta investigación se agencia como ayudante a T.J., un joven negro que vive en la calle. En otro de sus casos, Ocho millones de maneras de morir, el colega de turno era un proxeneta. Matt es honesto, a su manera (sin los sobres de corruptelas "no habría podido mantener a mi familia", reconoce) y está hecho polvo. Su tormento se acrecienta por la lucha que mantiene contra el alcohol. 

En este sentido quizás la elección de Liam Neeson no haya sido la más adecuada. Jeff Bridges lo bordó en 8 millones de maneras de morir (Hal Ashby), aunque la película se quedase corta en todo lo demás.

8 millones de maneras de morir
De todos modos logramos entrever el rostro del verdadero Scudder en la magistral secuencia del desenlace. A través de un montaje en paralelo se nos presenta el semblante del atormentado Scudder mientras escucha los doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Según van desgranándose uno a uno, asistimos al enfrentamiento (primero en un cementerio y luego en su guarida) entre el detective y los criminales. 
1.-Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
....
4.- Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
...
9.- Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaría perjuicio para ellos o para otros.
...
No es el único acierto de la cinta. Hay un plano verdaderamente turbador donde aparece una celestial caperucita roja.  

Los malvados son una de las mejores bazas del film. Unos escuetos trazos nos los sitúan en el círculo de los asesinos consumados y exquisitos. También los clientes de Matt son peculiares. Todos están relacionados con el narcotráfico.

Caminando entre las tumbas se basa en una de las diecisiete novelas que Lawrence Block escribió siguiendo los pasos de Matt Scudder, un exalcohólico que reparte su tiempo entre los casos y las reuniones que AA suele tener por toda la ciudad. Matt siempre está en la calle. Sus amigos suelen tener tantas cicatrices como él mismo. Los criminales con los que se cruza alternan lo sórdido con lo enfermizo. Quien haya leído algunas de las novelas de Block encontrará al gigante Liam Neeson poco machacado y aún menos vulnerable.


Los pecados de nuestros padres
Pero en cambio disfrutará con el trabajo de Scott Frank. Ha forjado un guión claro y conciso para una trama compleja. La incipiente Red, los polvos de heroína, la presencia de las Torres Gemelas nos sitúan a las puertas del efecto dos mil.

Scott Frank es el guionista de películas tan reputadas como Minority Report, Un romance muy peligroso o Cómo conquistar Hollywood. Su primera experiencia escribiendo y dirigiendo un largo fue con el nada despreciable thriller The Lookout, que gira en torno a un muchacho con problemas de memoria (Joseph Gordon-Levitt) y el atraco de un banco. 

martes, 20 de enero de 2015

WHIPLASH - de Damien Chazelle









Duelo al compás.

¡Dios mío, qué intensidad! 
Cuando se encienden las luces en la sala, me reconozco sobrecogido con la peripecia vital de este joven baterista dispuesto a cualquier sacrificio con tal de llegar a ser "uno de los grandes". 

Andy estudia en uno de los mejores Conservatorios del país.  El profesor Fletcher dirige la banda de jazz que lo representa. Su oído es finísimo, su exigencia máxima. No duda en humillar e incluso llegar a la violencia física con quien desafine o se salga de compás. Ambos buscan la excelencia pero por distintos caminos. El profesor Fletcher apretando las clavijas sin piedad, "mi obligación es llevaros más allá de vuestras expectativas", declara. Andy a través de la abnegación y el sacrificio.

La película busca, y consigue, reflejar con realismo la disciplina y la exaltación. Además aprovecha que Milles Teller ya era aficionado a la batería puesto que le regalaron una cuando tenía quince años.

El ritmo de la película es como los solos de batería que la habitan, seco y contundente. Los planos son cortos y eléctricos. El montaje no te da respiro. Dado que la batería es un instrumento muy físico, la cinta se recrea en el sangre, sudor y lágrimas. Como en Cisne negro, el protagonista llega a la mortificacion; pero mientras allí se dilucida una perturbación psicológica, aquí nuestro protagonista transita por los senderos de la épica. Las escenas de práctica son extenuantes.

¿Sabes porqué Charlie Parker llegó a ser Bird? le pregunta el profesor Fletcher a Andy. Porque Joe Jones le tiró un plato a la cabeza.
¿Y qué hizo Charlie? Perseveró y volvió a Reno el año siguiente y tocó el mejor solo  de la historia.
Tengo que ser como soy para que no nos perdamos al próximo Bird.-concluye para justificar su crueldad.

En otro momento deja caer: "las dos palabras más nocivas de nuestro idioma son ´gran trabajo´". Contra la complacencia, exigencia y severidad. 

La película es un duelo memorable entre un irrebatible J.K. Simmons, con su brazo armado de compás; y un Miles Teller que no se arruga, armado con sus baquetas. Un duelo electrizante y agotador. Incluso, en algún momento, la película llega a parecer una de terror. La iluminación siempre es sombría. Los músicos esperan en silencio y con la mirada baja hasta que Fletcher aparece. De riguroso negro, como un señor de los vampiros, avizora inmisericorde, su próxima víctima.  

Hay dos temas que escuchamos constantemente en ensayos y actuaciones: Whiplash original de Hank Levy y Caravan, del gran Duke Ellington. Whiplash significa latigazo y la película juega con esta acepción. Justin Hurwitz ha escrito los temas originales y Tim Simonec los que suenan en las competiciones. 

La película no es nada discursiva. Andy se zafa de toda distracción en pos de su sueño y la película también. Es primaria, se dirige a tus entrañas. La acción se centra en este muchacho que no quiere repetir el fiasco de su padre (con ambiciones de escritor se acabó conformando con ser profesor de instituto). Andy atesora una voluntad inquebrantable. Apenas registramos una agria conversación familiar y otra con su novia, para dejarla. No se admiten distracciones.

Fletcher me recuerda al sargento mayor Hartman de La chaqueta metálica (The full metal jacket) de S. Kubrick. También al colérico y legendario entrenador de baloncesto Bobby Knight. Representan el mismo patrón de competencia y brutalidad. J.K. Simmons logra imprimir un gran carisma a su personaje; mientras que el de Teller está menos desarrollado. Aspirando a ser un músico de referencia no vive la música sino como una habilidad física. No compone, no tiene un grupo que multiplique sus vivencias en garajes o clubs de jazz. Incluso cuando llegan las dudas sobre su apuesta, la película pasa de puntillas. 

El duelo final entre maestro y discípulo es vibrante y apoteósico, al ritmo de Caravan. Heridos ambos por la mutua traición, se encuentran de nuevo en un escenario. Cada uno dispuesto a infligir una derrota, ¿o quizás a triunfar?.

Damien Chazellete parece muy interesado por la música...como arma de conflicto. Fue el guionista de la artificiosa Grand Piano, pero en esta Whiplash ha dado un enorme paso adelante."Quise hacer una película sobre música que se pareciera a una película bélica o a una película de mafiosos, donde los instrumentos representaran las armas y las palabras fueran tan violentas como las pistolas", ha declarado. Conseguido.

viernes, 16 de enero de 2015

LIQUIDACIÓN - de Imre Kertész

-Felszámolás-
Hungría, 2003









La realidad como problema. 
Con motivo de la presentación del libro, el autor señaló que Be, el protagonista, intentaba "recuperar su propia vida arrancándola de la Historia, para lograr mantenerse como individuo, tal y como nacimos". Porque tanto Be como el propio Kertész son prisioneros permanentes de la terrible experiencia de Auschwitz, lo que él mismo denomina "la línea de demarcación": cómo es posible la escritura y la vida después del holocausto.

Liquidación es una novela más literaria que biográfica y resultan sorprendentes ciertas técnicas narrativas que el autor despliega.
Básicamente trata de un editor (Keserü) sorprendido por el suicidio de un amigo y autor idealizado, Be, escritor nacido en pleno campo de Auschwitz. La Liquidación del título se desarrolla en tres frentes. El literario que convierte a Keserü en albacea de la obra de Be, el sociohistórico ya que la acción transcurre en pleno hundimiento del comunismo a principios de los años noventa y sobretodo el más trascendental, el vital, qué camino tomar para construir tu propio destino.
"Vivimos en la época de la catástrofe, cada ser humano es portador de la catástrofe, y por eso se necesita un saber vivir muy particular para seguir tirando, dijo. El hombre de la catástrofe carece de destino, carece de cualidades, carece de carácter. Su horrendo entorno social -el Estado, la dictadura, o llámalo como quieras- lo atrae con la fuerza de un remolino vertiginoso, hasta que renuncia a oponer resistencia y el caos brota en él como un géiser hirviente... A partir de ese momento, el caos se convierte en su hogar. Ya no existe para él el regreso a un centro del Yo, a la certeza sólida e irrefutable del Yo: es decir, se ha perdido, en el sentido más estricto y verdadero de la palabra.  Este ser sin yo es la catástrofe, el verdadero Mal, sin ser, por extraño que parezca, él mismo malvado, aunque sea capaz de todas las maldades, dijo Bé. Han vuelto a cobrar vigencia las palabras de la Biblia: resístete a la tentación, cuídate de conocerte a ti mismo, porque de lo contrario estás condenado, dijo." pág 70
fotograma del film Werckmeister-harmonies, de Bela Tarr
Be nació y sobrevivió en Auschwitz (de ahí su nombre, la letra B que junto a unos números le tatuaron en el muslo) y creció en Hungría, tras el telón de acero. La realidad opresiva del régimen comunista forjó su vida y acabó conformado una realidad quimérica. La caía del telón los deja a todos sin asideros. Por eso Liquidación se refiere tanto a su obra literaria, como a su mundo y a las vidas de sus amigos 
"KÜRTI   (...) Cayó el régimen, y no me dan ganas de mentir diciendo que lo derribé yo. Continúa la liquidación general, y no tengo ganas de participar. Me he convertido en espectador. Y ni siquiera miro desde las primeras filas, sino desde el gallinero.(...)
He estado en el talego por nada, he cargado con mis antecedentes penales por nada, he tenido prohibido publicar por nada, y no soy un héroe, sino que he tirado la vida por la borda.
OBLÁTH   (para consolarlo) Aquí todos han tirado la vida por la borda. Es la especificidad del lugar, el genius loci. Aquí, el que no tira la vida por la borda simplemente carece de talento." pág. 19 y20
Pero Kertész no se conforma esta vez con testificar, sabiamente entrelaza una pesquisa: Keserü es el narrador, un editor subyugado por el talento de Be, de quien sospecha que ha venido escribiendo una novela definitiva sobre esa cosmología que habitan: "el principio de la vida es el Mal", decía Be. Posee como referencia un relato que publicó.
"En ese relato, considerado una obra fundamental -eso sí, en un círculo bastante estrecho-, B desarrollaba por ver primera su idea básica de que el principio de la vida era el Mal. El relato en sí, sin embargo, narraba la historia de un acto ético, es decir, el acaecimiento del Bien. Explicaba, concretamente, que se puede obrar el Bien en la vida, cuyo principio es el Mal, aunque sea a costa de sacrificar la vida de quien lo hace. Era una tesis audaz, como también lo era la prosa que la formulaba. Además, todo transcurría ante la escenografía de un campo de concentración nazi." pág 56
Fotograma de Satantango, de Bela Tarr
Los caminos para continuar la vida después del horror son personificados por los tres protagonistas: B lo hace a través de la mortificación y el suicidio. 
"Él quería atrapar Auschwitz en su propia vida, en su vida cotidiana, tal como vivía el día a día. Quería registrar en sí mismo -le gustaba esta palabra: registrar- las fuerzas destructivas, la necesidad de sobrevivir, los mecanismos de adaptación, así como en otros tiempos los médicos se inyectaban veneno para comprobar en ellos mismos el efecto." pág 134
Keserü por su parte y aunque no sea de origen judío, persiste en la memoria. Keserü y Be acaban siendo las dos caras de la misma moneda.
"Yo debo contar la historia de B para ver mi vida como una historia (¿y quién no desea conocer su historia que luego, para tranquilizarse -o, a la inversa, para inquietarse-, llamará destino?)." pág 37
Judith es la exmujer de Be y elige la huida. Ella se convierte en narradora durante las últimas cincuenta páginas para contarnos su experiencia de Liquidación: la destrucción del manuscrito y de la vida de B.

Alguien ha indicado que Kadish por el hijo no nacido (donde también aparecen tanto Be como su exmujer) se puede interpretar como la novela que se busca en Liquidación.
fotograma del film Werckmeister-harmonies, de Bela Tarr

Quisiera, finalmente, subrayar dos aspectos de esta obra.
El cáncer de la irrealidad por un lado. Tras el telón de acero se vivía en una realidad suspendida. Keserü reconoce en la obra que tiene problemas con ´la llamada realidad´. Be también estaba fascinado por Calderón y su La Vida es Sueño. Esta realidad alucinada queda fantásticamente reflejada en el inicio de la novela, cuando Keserü lee una obra de teatro escrita por Be, asimismo titulada Liquidación: en ella se reproducen situaciones que ineluctablemente sus amigos acabarán viviendo. 
"Lo llamativo era, sin embargo, que cuando la escena se produjo en la realidad, casi calcada palabra por palabra, la persona que había escrito la obra y la escena en concreto ya no vivía.
 (...)
A continuación, las escenas fueron  enlazándose la una con la otra, tanto en la obra como en la realidad. De tal modo que, al final, Keserü no sabía si admirar más la cristalina previsión del autor -su difunto amigo- o su propio y casi compungido afán por identificarse con el papel prescrito y cumplir lo que marcaba la historia." pág 16-17
He reproducido estas primeras y magistrales páginas aquí.
El segundo aspecto es el amor a la literatura. Antes he señalado cómo Be elegía la inmolación o su exmujer la huida. Yo creo que Imre Kertész, por su parte, ha elegido la literatura. Keserü reverencia a Be, en quien ve encarnada la esencia trágica y fútil del ser humano, y su esfuerzo por trascenderla:
"Yo creo en la escritura. No creo en nada más, sólo en la escritura. El hombre vive como un gusano pero escribe como los dioses. En algún momento se conocía este secreto que ahora, sin embargo, se ha olvidado: el mundo está compuesto por fragmentos que se desintegran, es un caos oscuro e inconexo sólo sostenido por la escritura. El hecho de poseer una idea del mundo, de no haber olvidado todo cuanto ha ocurrido, de no haber olvidado que, en general, se tiene un mundo, se debe a la escritura. Ésta, el invisible hilo de la araña, el logos que sujeta nuestras vidas, lo ha creado y no cesa de crearlo. Existe una antigua palabra bíblica, ya en desuso, que designa al doctor de la ley: el escriba. El escriba es más que un talento, el escriba es más que un buen escritor. No es un filósofo, ni un lingüista, ni un estilista. Por mucho que tartamudee, por mucho que no lo entiendas de inmediato, siempre reconocerás al escriba." pág 118-9

LIQUIDACIÓN - Imre Kertész

             
                             



                           "Entonces entré en casa y escribí:
                                Es medianoche.
                                La lluvia azota los cristales.
                                no era medianoche. 
                                No llovía.

BECKETT, Molloy




      Llamemos Keserü a nuestro hombre, al héroe de esta historia. Imaginamos a una persona y luego un nombre. O a la inversa: imaginamos un nombre y luego a la persona. Todo ello resulta, sin embargo, prescindible en este caso, porque nuestro hombre, el héroe de esta historia, se llama realmente Keserü.
          Así se llamaba también su padre.
          E incluso su abuelo.
         Por tanto, Keserü fue registrado con el apellido de Keserü en el registro civil: ésta es la realidad. Keserü, sin embargo, no la tenía en mucho últimamente (la realidad, queremos decir). Últimamente —en uno de los años postreros del pasado milenio, en una radiante mañana de principios de primavera de 1999, por decir algo— la realidad se había convertido en un concepto problemático para Keserü o, cosa esta aún más grave, en un estado problemático. En un estado que —según el sentir más íntimo de Keserü— carecía sobre todo de realidad. Cuando de algún modo lo obligaban a utilizar la palabra, Keserü siempre añadía en el acto: «La llamada realidad». Era, desde luego, una satisfacción bastante mísera, que, por supuesto, no lo resarcía.
          Keserü, como solía hacer con frecuencia últimamente, se hallaba ante su ventana, mirando abajo, a la calle. Ésta ofrecía el espectáculo más cotidiano y habitual de las cotidianas y habituales calles de Budapest. Los coches permanecían aparcados en la acera plagada de manchas de mugre, aceite y excremento canino, y por el hueco de un metro de ancho que se abría entre los vehículos y los muros leprosos de los edificios transitaban los cotidianos y habituales peatones, afanados en sus asuntos; sus semblantes hostiles permitían deducir la existencia de sombríos pensamientos. Algunos, ansiosos por adelantarse a la fila india que los precedía, se bajaban de la acera, pero el coro de bocinas cargadas de odio no tardaba en frustrar la absurda esperanza de poder salirse de la fila. En los bancos de la plaza de enfrente, en aquellos, concretamente, que no habían sido despojados de sus listones, se sentaban los sin techo de la zona, con sus hatos, bolsas y botellas de plástico. Sobre una barba hirsuta brillaba un gorro de lana carmesí cuya borla colgante se mecía alegremente junto a aquel pelo tan recio. El pesado abrigo de invierno, carente ya de botones y de color, propiedad de un hombre tocado con la arrugada gorra de oficial de un ejército inexistente, estaba ceñido por un cinturón de seda abigarrado, floreado y coqueto, que en su día a buen seguro había formado parte de una bata de señora. Unos pies de mujer, plagados de juanetes y calzados con unos zapatos de noche plateados y de tacones desgastados, emergían de unos pantalones vaqueros; más allá, sobre la estrecha franja de hierba rala, yacía una figura indefinible, parecida a un montón de trapos, toda piernas encogidas y catatónica inmovilidad, tumbada o por el alcohol o por la droga o quizá incluso por ambos a la vez.
          Mientras contemplaba a los sin techo, Keserü tomó conciencia de pronto de que volvía a contemplarlos. No cabía la menor duda de que les dedicaba demasiada atención últimamente. Era capaz de perder media hora de su tiempo —que, por lo demás, carecía de valor— con la fascinación de un voyeur que no logra desprenderse del espectáculo obsceno que se le ofrece. Para colmo, esta actitud de voyeur le generaba conciencia de culpa, acompañada por una atracción mezclada con repugnancia que acababa desembocando en una inquietud nauseabunda y en angustia existencial. En el instante en que esta angustia se perfilaba claramente en él, Keserü, como si hubiera alcanzado la misteriosísima meta de su misteriosa actividad, se daba la vuelta satisfecho, por así decirlo, y se acercaba a la mesa, sobre la cual yacían, abiertos y revueltos, como pájaros muertos, diversos manuscritos.
          Sabía Keserü que esta relación obsesiva que se había establecido con los sin techo sin su conocimiento y aprobación, como quien dice, guardaba algo inquietante. Realmente sufría por ello como por una enfermedad. De hecho, habría bastado decidir no acercarse más a la ventana. O acercarse con el único propósito de abrirla para ventilar las habitaciones o para otros fines prácticos. De repente, sin embargo, se daba cuenta de que volvía a estar junto a la ventana, contemplando a los sin techo.
          Suponía Keserü que esta peculiar pasión suya debía de entrañar algún significado explicable. Es más, tenía la sensación de que, desentrañando este significado, comprendería mejor su vida, que en los últimos tiempos le resultaba incomprensible. Tenía la sensación de que abismos lo separaban últimamente de esa constante casi palpable que en su día conociera por el nombre de personalidad. La cuestión hamletiana ya no era, para Keserü, ser o no ser, sino: ¿soy o no soy?
          Keserü, aparentemente distraído, hojeó uno de los documentos mecanografiados que yacían sobre su escritorio. Era un legajo bastante grueso, el manuscrito de una pieza de teatro. Sobre la cubierta estaban el título, LIQUIDACIÓN, así como la denominación del género: «Comedia en tres actos». Debajo ponía: «La acción transcurre en Budapest, en 1990». Cogió la primera hoja entre dos dedos, dispuesto a seguir hojeando, pero de repente decidió detenerse en el dudoso placer que le proporcionaba la descripción del escenario: 

     (El desolado despacho de redacción de una desolada editorial. Paredes desconchadas, armarios desvencijados, enormes huecos entre los libros colocados en los estantes, polvo, abandono; aunque no hay indicio de mudanza alguna, la desoladora provisionalidad de los traslados lo domina todo. En el despacho hay cuatro escritorios, cuatro puestos de trabajo. Sobre las mesas, máquinas de escribir, algunas de ellas tapadas con un protector, libros apilados, carpetas con manuscritos, archivadores. Las ventanas dan a un patio. En el fondo, una puerta que da al pasillo. A lo lejos se vislumbra la luz solar de la última hora de la mañana. El desolado despacho de la redacción, sin embargo, está iluminado por luz artificial.
     Allí se encuentran Kürti, su esposa Sara y el doctor Obláth. Están sentados como si esperaran a alguien, perdidos, en torno a un escritorio del que se descubrirá que es el de Keserü.)
     
          Notó Keserü que empezaba a apoderarse de él la pasión lectora, extraña posesión determinante y funesta para su vida. Le gustaba el diálogo que abría la obra:
Museo del Terror, Budapest
KÜRTI   Lo odio. Me da asco. Me dan ganas de vomitar. Este edificio. Un antiguo palacio por si no lo sabéis. Estas escaleras. Este despacho. Todo esto.
OBLÁTH   (dirigiéndose a Sara) Dime ¿sabes de qué está hablando?
SARA    Se aburre.
OBLÁTH    Yo también me aburro. Y tú también.
SARA   Pero él se aburre radicalmente. Es el único radicalismo que le queda. Es lo que ha quedado de los grandes tiempos. El aburrimiento. Lo lleva a todas partes, como un perro puli muy peludo y furioso al que uno suelta sobre los demás de vez en cuando.
KÜRTI   Me obligan a venir a las once...
SARA   (con voz tranquilizadora, casi suplicante, como si se dirigiera a un niño) Nadie te ha «obligado». Keserü te pidió que trajéramos el material a la editorial. A las once, a ser posible.
KÜRTI   Y ahora son las once y media. Y aquí no aparece ni un alma. A vosotros no os preocupa, claro. Permanecéis sentados y lo toleráis, como todo se tolera en este país. Todas las estafas, todas las mentiras, todos los asesinatos con arma de fuego. De hecho, ya toleráis los asesinatos que se cometerán después de que os asesinen a vosotros.

          Keserü se rió. Para ser precisos, soltó ese sonido breve y característico que, en su caso, últimamente significaba una muestra de hilaridad. La voz emergía del estómago, como quien dice, y parecía más un gruñido seco que una risa. Sea como fuere, no tintineaban en ella la alegría y el regocijo. Siguió hojeando el manuscrito hasta que sus ojos se quedaron clavados en la siguiente instrucción de escena:

     (Keserü entra precipitadamente, con una carpeta gruesa bajo el brazo.)

KESERÜ   Lo siento. No es culpa mía. Disculpadme, disculpadme. La reunión se fue alargando.
SARA   Pareces nervioso. ¿Ha ocurrido algo?
KESERÜ   Nada en particular. Sólo que van a liquidar la editorial. El Estado no está dispuesto a seguir financiando la bancarrota. La ha financiado durante cuarenta años y a partir de hoy dejará de hacerlo.
OBLÁTH   Lógicamente. Es otro Estado.
KÜRTI   El Estado es siempre el mismo. También hasta ahora sólo ha financiado la literatura para liquidarla. El apoyo estatal a la literatura es la forma estatalmente encubierta de la liquidación  estatal de la literatura.
OBLÁTH   (con ironía) Una formulación axiomática.
SARA   ¿Y qué pasará con la editorial? ¿Desaparecerá?
KESERÜ   En esta forma, sí. (Encogiéndose de hombros, un tanto desanimado) Ahora bien, en esta forma todo y todos desaparecemos.

          Sí, Keserü recordaba aquella mañana de hacía nueve años. Recordaba que, tras salir de la reunión del comité editorial (de la llamada reunión del comité editorial), entró en el despacho con esa carpeta gruesa bajo el brazo. Lo esperaban Kürti, Sara y Obláth alrededor de la mesa. Él, Keserü, dijo más o menos lo mismo que en la obra de teatro. Lo llamativo era, sin embargo, que cuando la escena se produjo en la realidad, casi calcada palabra por palabra, la persona que había escrito la obra y la escena en concreto ya no vivía.
          Se había suicidado.
     La policía encontró la jeringuilla y las ampollas de morfina.
Cementerio de Kerepesi, Budapest.

          Keserü tuvo la presencia de ánimo suficiente para rescatar gran parte de los manuscritos antes de la llegada de los funcionarios (la escasa correspondencia la cogió Sara, a punto de desmayarse).
          En el legado encontró también esta pieza de teatro. Hace más de nueve años, cuando Keserü la leyó, su trama acababa de empezar y continuaba revelando que el personaje llamado Keserü —igual que el Keserü real— tuvo la presencia de ánimo suficiente para rescatar gran parte de los manuscritos antes de la llegada de los funcionarios al escenario del suicidio. Luego, cuando puso a buen recaudo el botín literario y se abalanzó sobre él con avidez, Keserü no tardó en descubrir la obra de teatro así como la escena en la cual tenía la presencia de ánimo suficiente para rescatar... etcétera, etcétera. A continuación, las escenas fueron enlazándose la una con la otra, tanto en la obra como en la realidad. De tal modo que, al final, Keserü no sabía si admirar más la cristalina previsión del autor —su difunto amigo— o su propio y casi compungido afán por identificarse con el papel prescrito y cumplir lo que marcaba la historia.
          Ahora, al cabo de nueve años, sin embargo, Keserü se interesaba por otra cosa. Su historia había concluido, pero él seguía allí, lo cual planteaba un problema cuya solución Keserü aplazaba una y otra vez. 




                                                                      págs. 7 a 17 del libro  Liquidación de Imre Kertész








La vida tras el horror de Auswitch, la vida tras la grisura emponzoñada del telón del acero. Encuentro fascinantes estas primeras páginas de la novela Liquidación, de Kertész. No es extraño que para el protagonista, la realidad se convierta en una alucinación. "La llamada realidad", como dice Keserü, más parece una vitrina polvorienta, donde hasta la vida está en suspensión y falta el aire para respirar.  

lunes, 12 de enero de 2015

BIRDMAN - Alejandro G. de Iñárritu













LA LUCHA POR LA AUTENTICIDAD.-

En el plano inicial vemos al actor Riggan Thomson (Michael Keaton) de espaldas, sentado en la posición del loto y levitando en su camerino. La cámara se acerca hasta su nuca y de pronto se despeña al precipicio de un alma atormentada que deambula por un laberinto cuyas cuevas y estancias cobran la forma de un teatro. La cámara perseguirá al febril  protagonista por los recovecos de pasillos, tramoyas y escenarios. ¿Qué busca?

Riggan fue un actor célebre al haber protagonizado la trilogía del superhéroe Birdman. Ahora, ya maduro y con un cuerpo fofo, busca reinventarse, quiere demostrar su talento más allá de las mallas. Arriesga todo en el montaje de  What We Talk About When We Talk About Love, de Raymond Carver, en Broadway. El caos y la neurosis que rodean a un estreno junto a la ansiedad y el miedo al cambio provocarán una tormenta perfecta. Una lucha titánica se va a producir en el corazón de Riggan para escapar de las garras de un Birdman que viste la máscara de la adulación y la rutina.

Abre muchos frentes la película de Iñárritu y todos son interesantes. Encontrar tu camino en la madurez, cuando has comprobado la banalidad de tus éxitos; hallar la autenticidad en un arte basado en el fingimiento, soportar el miedo al fracaso y elucidar diversas críticas al mundillo de la escena: producciones hollywoodienses donde impera la acción y superficialidad, actores que buscan lo fácil ("¡Otro al que han puesto capa!" se queja) o que son tan obsesivos como extenuantes. Y contra los críticos: 
-Voy a hundir tu montaje. Eres una celebridad no un actor.-Le espeta una crítico teatral.
-¿Cual es tu talento? -Le responde. Tú no subes al escenario, no arriesgas nada.

Durante el metraje, vemos a Riggan Thomson quitarse la peluca hasta entre tres ocasiones. También pasearse en calzoncillos por Times Square. No son actos fútiles. Iñárritu quiere desnudar al personaje, penetrar sus capas. La cosa es la cosa no lo que se dice de la cosa, es el axioma que Riggan tiene pegado en el espejo de su camerino. Esa es su aspiración, la autenticidad. Platón fue quien dijo que la verdad es lo mejor -to aristón- lo más noble de las cosas. Riggan busca esa nobleza en medio de la tormenta y no le va a resultar fácil. La voz de Birdman asalta su mente con una voz en off que busca su flaqueza. El éxito sería fácil, con Birdman 4.

Michael Keaton está magnífico. Cansado, frágil, vehemente. No sólo ha de lidiar con su zozobra. Por allí rondan su amante, su hija en proceso de desintoxicación y, sobretodo, un compañero de reparto tan obsesionado con la verdad de su arte que sólo es capaz de empalmarse sobre el escenario: no hay verdad en mi vida, llega a decir, sólo soy de verdad en el escenario. Edward Norton interpreta a este Mike Shiner con el aura de encanto y pendencia que le caracteriza. Los duelos interpretativos entre ambos son una de las cimas de la película.


Los dos ayudan a que la cinta tenga una lectura más irónica, ya que los personajes, de algún modo, los reflejan. Keaton llevaba tiempo fuera de juego y no olvidemos que fue uno de los primeros superhéroes en pantalla, allá por 1989: Batman (Tim Burton). Por su parte Norton arrastra fama de ser un tipo problemático y puntilloso como pocos. 

Pero la película atesora además dos elementos de un virtuosismo extraordinario. Su narrativa, articulada en un constante plano secuencia que pega la cámara a los actores y los persigue sin pausa por pasillos y escenarios. Iñárritu logra inmiscuirnos en la acción. 
"Me entusiasmaba la urgencia de encontrar una gramática, un ritmo propio(...) Quería poner a la audiencia en los zapatos del personaje y para lograrlo esa era la única forma. Era un reto porque todo debía tener una congruencia y un sentido narrativo sin la manipulación tradicional que permite la edición."
Algunas transiciones son tan audaces como cuando Mike Shiner se asoma desde el torreón de la tramoya y se ve ya sobre el escenario.


El otro elemento es la música. La película se desarrolla en los dos días anteriores al estreno. Todo es preparativo, urgencia y trámite. En ese contexto la música es una elección maravillosa. Compuesta por unos solos muy jazzísticos de batería, acentúa la atmósfera de improvisación y delata el desorden emocional del personaje. El baterista mexicano Antonio Sánchez se estrena en el cine con esta banda sonora que suena espontánea y vigorosa.

Como curiosidad, Riggan Thomson se cruza en un recoveco del teatro con un baterista tocando; pero no es Antonio Sánchez, sino el jazzista Nate Smith. Lamentablemente Sánchez no podrá competir en los Oscar ya que su trabajo ha sido descalificado, alegando que la banda sonora original queda diluida por la "música incidental". Qué miopes.


Finalmente, el director arroja su propia luz sobre el metraje. En la madurez, uno anhela la verdad de las cosas :
"No planeé llegar a una película como Birdman, fue mi propia historia la que me llevó a ella.”
Y también,
“El ego puede ser bastante peligroso si no eres consciente de su existencia. Es necesario y hasta puede ser positivo, pero si te apegas a él se convierte en un dictador tremendo. Cuando se llega a esa situación, la única manera de sobrevivir es reírse de uno mismo.”
Pues eso, humor y del negro. Película grande.

jueves, 8 de enero de 2015

The IMITATION GAME (Descifrando Enigma) - de Morten Tyldum











"A veces la persona que nadie imagina capaz de nada, es la que hace cosas que nadie imagina". Este mantra de superación se repite hasta en tres ocasiones en la película y nos señala dónde está el foco de la misma: en la personalidad y figura de Alan Turing. Un genio matemático que encabezó los trabajos desarrollados en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial, y que lograron desencriptar los códigos alemanes generados a través de la famosa máquina Enigma.

Con la personalidad de Turing (compleja y atormentada), la interpretación de Benedict Cumberbatch (apoteósica),  la carrera contra el reloj para desencriptar los códigos y una ambientación de las que nos suele regalar el cine inglés, The Imitation Game es una notable película para disfrutar. 

Juega la baza de la intriga como el nervio de nuestro interés; pero la carne y la sangre es toda de Alan Turing. Para ello se alternan en la pantalla tres líneas temporales: la época de estudiante (cuando ha de convivir con su enorme inteligencia, el buying y el descubrimiento de su sexualidad), el desarrollo de su trabajo en Bletchley Park, hasta romper el código Enigma; y un robo en su casa de Manchester, en 1952, que destapa ante la policía su orientación sexual. Hecho este de terribles consecuencias ya que, como homosexual, fue condenado por las leyes británicas a elegir entre castración química o cárcel. Eligió el primero lo que le llevó a sufrir calamitosos efectos secundarios. Finalmente se suicidó en 1.954.

La película es brillante (buen guión y portentosa actuación de Cumberbatch) pero no excelente, debido a una excesiva simplificación: ver al propio Turing empalmando cables y colocando tuercas es poco creíble. El espía infiltrado en Bletchley Park prácticamente no tiene recorrido. O subrayar el melodrama intercalando momentos sentimentales (el hermano de un descifrador va en un barco que no pueden salvar o el equipo de Turing lo respalda ante su jefe en plan Fuenteovejuna) vulgariza la sesión.

Pero la película es atractiva y convincente. Juega acertadamente la baza de la veracidad ya que no de la exactitud. El guionista Graham Moore ha trazado con habilidad una narración en la que todo encaja manteniendo un ritmo emocionante. Lo mejor es el acercamiento a un personaje tan potente como Turing, en el que se citan una personalidad tortuosa (arrogante y vulnerable) y circunstancias excepcionales. Todavía estudiante logra conmovernos cuando su amigo Christopher Morcom le enseña criptografía y él identifica esos galimatías con sus relaciones personales. Turing asume que desconoce esos códigos.

Me ha gustado especialmente el paralelismo que establece la película entre el conocido Test de Turing (una prueba para determinar la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente equivalente al de un ser humano) y la propia encuesta que la policía inicia contra Turing. Finalmente el detective le responderá: "me considero incapaz de evaluarlo a usted". El desarrollo de esta prueba es conocido como "El juego de imitación".

También es atractiva la relación que mantiene con su máquina a la que denomina Christopher, en homenaje a su primer amor adolescente. Esa relación me recuerda a la del doctor Frankenstein con su criatura. De todos modos una inexactitud más, ya que no hubo ninguna máquina con este nombre. 

Cumberbactch nos deslumbró a todos en su aparición como Sherlock Holmes, pero a pesar de sus buenas interpretaciones en El Topo (Tinker, tailor, soldier, spy) o 12 años de esclavitud; parecía un talento desaprovechado. En este Juego de Imitación vuelve a refulgir y según la circunstancia podemos verle arrogante, inseguro, apasionado, soberbio o vulnerable. Magnífico.

Si doloroso es contemplar la ignomia de la sociedad británica para con Turing, no lo es menos comprobar que en la cinta prácticamente desaparecen las más de seis mil mujeres que trabajaron en Bletchley Park. Resulta muy curioso el papel de Keira Knightley. Es la única mujer que aparece y no pasa de ser un mero apoyo para el científico; pero en su ingreso se hace notar el machismo inherente a los puestos relevantes en general y de la ciencia en particular.

El guión de Grahan Moore se basa en la biografía escrita por Andrew Hodges, "Alan Turing: The Enigma".



P.D. Alan Turing recibió, en el año 1946, la Orden del Imperio británico, lo que no fue óbice para, posteriormente, condenarlo por homosexual. Tan sólo en 2013 fue indultado por la reina.
El resultado del trabajo capitaneado por Turing contra los códigos alemanes fue la máquina descifradora Bombe y varias computadoras electrónicas denominadas Colossus. Bombe exploraba las combinaciones posibles generadas por la máquina codificadora alemana ‘Enigma’.  Fue una máquina de propósito especial, el de descifrar códigos, construida electromecánicamente con relés. Asimismo, trabajó en el desarrollo de la Colossus (que algunos consideran como el primer ordenador electrónico) que ya funcionaba con válvulas (tubos de vacío) en lugar de relés.
Siendo aún estudiante de postgrado, Turing publicó el artículo “On Computable Numbers, with an Application to the Entscheidungsproblem (o problema de decision)" en la revista Proceedings (1936) de la London Mathematical Society. Este texto es considerado la piedra angular de la informática moderna.

Al principio de la guerra tres matemáticos polacos Marian Rejewski, Jerzy Rózicki et Henryk Zygalski) lograron descifrar mensajes encriptados con la máquina Enigma. Se aprovecharon de un procedimiento ineficiente al principio de la transmisión; pero en diciembre de 1938 los alemanes incrementaron la seguridad de Enigma: introdujeron dos nuevos rotores que podían intercambiar con los tres que tenían. Estas máquinas inexpugnables son las que se utilizaban para las comunicaciones con los submarinos que interceptaban los convoyes procedentes de Norteamérica.
Después de un arduo trabajo con las computadoras y de forma increíble, Turing fue capaz de hacer saltar los códigos en una noche de invierno de 1939. Para ello se sirvió de unos pocos mensajes antiguos que los polacos habían descifrado a mediados de 1937. El hallazgo partió de intuir que en los mensajes cifrados se repetían ciertas palabras como, por ejemplo, Wetterbericht, ‘informe meteorológico´. Turing lo explica con detalle en las páginas 279-281 de The Essential Turing.


Aunque al final de la película se indica que gracias al trabajo de Turing la guerra se acortó dos años y se ahorraron millones de vidas; los historiadores atribuyen el mérito al conjunto de Inteligencia Ultra, que es como se conocía el proyecto de criptoanálisis de Bletchley Park. Allí llegaron a trabajar más de 10.000 personas en distintos turnos  y llegaron a disponer de más de 200 Bombes. Más de seis mil de esas personas eran mujeres.

Acabada la guerra y por razones de táctica militar, las bombas se desmantelaron y todos sus logros se mantuvieron en secreto. A finales de los setenta, el Servicio de Inteligencia británico permitió al capitán W.F. Winterbotham escribir el libro The Ultra Secret publicado en 1974.

Recientemente se ha descubierto que el ejército sublevado de Franco dispuso de varias máquinas Enigma compradas a los alemanes.

Al abandonar, en 1948, la NLP, el trabajo de Alan Turing se dirigió hacia el campo de investigación de la Inteligencia Artificial, aunque el término no fue inventado hasta 1956 por John McCarthy, Turing ya lo avanzó en su "Juego de la imitación": la prueba consiste en separar en una sala a un hombre y a una mujer y en otra a un interrogador. Este último tiene que adivinar quién es hombre y quién es mujer, haciéndoles una serie de preguntas que ellos responden por escrito. El hombre debe tratar de engañar al interrogador, mientras que el objetivo de la mujer es ayudarlo.
En el Test de Turing el hombre es reemplazado por una computadora.

La idea es que si la persona que hace las preguntas no puede diferenciar entre el ser humano y la máquina, ésta debe ser considerada un ente pensante.

En 1954, con tan solo 42 años, Alan Turing murió envenenado con una manzana recubierta de cianuro. Se cree que este es el origen del logotipo de Apple.