viernes, 5 de diciembre de 2014

TRASH - Ladrones de esperanza - de Stephen Daldry









Una cartera aterriza en el gigantesco basurero de Rio de Janeiro donde rebuscan docenas de niños desamparados. El pequeño Raphael la encuentra sin saber que contiene las claves para destapar una trama de corrupción. Como la policía despliega un dispositivo avasallador para encontrarla, Raphael y sus dos amigos prefieren esconderla y averiguar su origen. Perseguidos por la policía rastrearán las pistas (una carta y unos números en clave) por su cuenta. La carta les lleva a un activista y los números a una biblia que esconde un antiguo preso de seguridad. Lo que comienza como un juego se convertirá en una cruzada.  

La pobreza infantil sumada a un particular hábitat suelen ser buena levadura para levantar una historia. Dickens ya lo hizo con Londres y sus raterillos, Buñuel con México DF y sus "olvidados" o Louis Malle con un internado católico en plena Guerra Mundial (Au Revoir les enfants). Más recientemente Bahman Ghobadi colocó a su pandilla de desheredados sobre un campo minado en el Kurdistán iraquí  (La tortugas también vuelan), Danny Boyle enroló a sus parias hindúes en un concurso televisivo (Slumdog Millonaire) y Fernando Meirelles nos mostró en toda su crudeza las violentas favelas de la Ciudad de Dios.

Como este último, Stephen Daldry se ha acercado al submundo de los indigentes en Brasil; pero sin su brío ni inclemencia. A Daldry le salió un estupendo canto a la superación en Billy Elliot, pero en Trash se queda en un extraño cruce de caminos.

El resultado es muy entretenido por el juego de pistas y claves que plantea el guión, basado en una novela de Andy Mulligan; pero la verdad es que me plantea una duda moral la mezcla de este juego de detectives con un entorno tan degradado. Aunque los niños se la juegan con una policía que asesina sin  miramientos y el propio Raphael es sometido a tortura; la película flaquea en la profundización del drama. Posa sobre la miseria una mirada complaciente que le resta valor. Increíblemente las montañas de basura, el infecto río donde se bañan y las propias favelas nos ofrecen un aspecto de felicidad. El cuento deviene en moraleja cuando uno de los niños comenta, "Dios no se olvida de los pobres".

Brasil es una gran potencia emergente, pero la corrupción y la pobreza constituyen unas persistentes lacras. Todo eso está en el guión de Richard Curtis (Cautro bodas y un funeral, Love Actually y Nothing Hill), pero en un segundo plano. La película se centra en las correrías de los niños que acceden a la ciudad desde las cloacas y en el hilo de las pistas que esconde la cartera. El premio serán unas bolsas de basura llenas de dinero (¿a qué me suena eso?) y un libro de contabilidad que registra las mordidas del alcalde. 

En un intento de dar lustre a la película aparecen Martin Sheen en el papel de un cura comprometido y Rooney Mara como cooperante; pero ambos personajes carecen de recorrido y son totalmente accesorios. Por su parte el jovencísimo Rikson Tevez debuta de forma muy convincente encarnando a Raphael.

A pesar de todo merece la pena verla pues se sitúa claramente por encima de la media. Está rodada con dinamismo y buen ritmo gracias a secuencias de acción bien rodadas (la captura del activista interpretado por Wagner Moura o las persecuciones de los niños por el tren y en la favela) y a la utilización del montaje con acciones en paralelo. Otro de los recursos son los intercalados de un video casero donde se recoge la declaración de los muchachos.

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