martes, 30 de diciembre de 2014

Happy VALLEY - de Sally Wainwright









Happy Valley es un pequeño pueblo de Yorkshire -Inglaterra- que alberga en su microcosmos toda una fauna: borrachos, drogadictos, violadores, traficantes de esquina y de despacho y pequeños seres que arrastran sus vidas grises y en algunos casos ruines miserias.

Allí ejerce como sargento de la policía local Catherine Cawood, una mujer ya madura asediada por severos problemas familiares. La presentación del personaje es memorable. Un heroinómano recién abandonado por su novia amenaza con quemarse a lo bonzo en un parque infantil y allí acude la sargento.
"-Aquí control, tenéis a un negociador de camino, pero está en un atasco.
-Vale.
-...
-¿Cómo has llegado a esto, chaval?
-Me han humillado.
-¿Humillado?
-...
-Vale, ¿puedo decir algo?  Soy Catherine. Tengo 47 años y estoy divorciada. Vivo con mi hermana que está desintoxicándose de la heroína. Tengo dos hijos mayores, uno muerto, el otro no me habla, y un nieto. Así que...
-¿Por qué? ¿Por qué no te habla?
-Es complicado. Prefiero que hablemos de ti."
La sargento Cawood llegó a ser una reputada detective pero ha vuelto a la calle para disponer de más tiempo para su familia. Su hija mayor se suicidó después de ser violada y ella se hizo cargo del producto de esa violación, su nieto. Lo cual hizo que tanto su marido como su otro hijo la abandonasen. Además cuida de su hermana en proceso de desintoxicación.

Como vemos problemas personales, familiares y hasta de edad acechan a Catherine en el peor momento; porque en Happy Valley se están gestando hechos terribles. El violador de su hija quedó impune, pero terminó en la cárcel por tráfico de estupefacientes y justo sale hoy, cuando conocemos a Catherine. Por otro lado un amargado contable se rebela contra su jefe y su propia nimiedad. No se le ocurre otra cosa que promover el secuestro de la hija. Sí, a mí también se me vino a la mente el atolondrado William H. Macy en la excelente Fargo, de los hermanos Coen. Con ella comparte un aliento general, el agudo contraste entre un ambiente pueblerino y unos hechos atroces. 

Las miserias cotidianas y un desvergonzado realismo social adoban la trama criminal y la luminosa ironía que el título luce. 



Estas dos circunstancias, la cotidianidad de un pequeño pueblo y la familiaridad de una mujer con cargas reconocibles, tiñen de un color muy particular a esta serie. Sus escuetos seis capítulos condensan un desarrollo dramático sin pausa. Contienen varios picos de intensidad muy acusada; tanto en lo criminal (la huida de los dos sicarios con la secuestrada, el asalto de la sargento al cubil del malhechor), como en lo más dramático y personal (ver sentada en el coche policial a la sargento, desbordada por su situación personal o enfrentándose amargamente a su hijo, no tiene precio).

Como en toda serie inglesa que se precie, la ambientación es perfecta y los secundarios impecables; pero es la protagonista, Sarah Lancashire, quien brilla con luz propia. Puede ser dura con el delincuente, frágil con su familia, sumamente irónica con su jefe y hasta sarcástica con el concejal corrupto. 

Curiosamente esta joya policial con toques sociológicos está escrita por una mujer -Sally Wainwright- y protagonizada por otra -Sarah Lancashire-. Juntas han alumbrado a una policía madura, vulnerable y un tanto cínica, pero sobre todo carismática y resolutiva.

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