domingo, 12 de octubre de 2014

La ISLA MÍNIMA - de Alberto Rodríguez

España - 2014 -












Después de la poderosa Grupo 7, el director eleva el listón y nos ofrece un thriller de envergadura.

Estamos en 1980 y dos policías son enviados desde Madrid para investigar la desaparición de dos adolescentes. El entorno de la investigación es un lugar remoto y cerrado sobre sí mismo, las marismas y arrozales cercanos a Sevilla. El ambiente es opresivo, los silencios atronadores.

El primer hallazgo de la película es un territorio magnífico. Un espacio ensimismado, con sus propios mecanismos y secretos. Los créditos se nos presentan sobre unos planos cenitales majestuosos, obra de Héctor Garrido, investigador del CSIC. Las marismas adquieren los ecos de un espacio mítico que poco a poco iremos desbrozando: el Puntal, el cortijo, la casa abandonada, la Isla Mayor, la barcaza que trasiega por el río. 

Y en estos parajes se retrata un tiempo, el de los primeros años de la democracia en España. Porque se trata de un thriller con tintes sociales: las vidas están asfixiadas por la pobreza, los trabajadores del campo comienzan a reivindicar mejoras laborales, las mujeres permanecen apartadas y silentes. Las jóvenes anhelan huir hacia una vida mejor y esto es lo que acciona el mecanismo de la trampa.
























El segundo hallazgo son los dos policías protagonistas. Uno joven (Raúl Arévalo) desterrado de Madrid por una carta publicada con ansias democráticas. Otro, un colmillo retorcido, Pedro (Javier Gutiérrez), policía curtido en las sombras del tardofranquismo, socavado por sus propios demonios y una escondida enfermedad. Lástima que la interpretación del primero se ciña a un simple rictus hierático. Su amargura no trasciende. Otra cosa es Javier Gutiérrez, que lo clava. Dota a su personaje de una hondura inusitada. Es el personaje central y su fuerza nos arrastra. Un tanto febril ahoga sus insomnios a base de ginebra. 

El tercer hallazgo es el guión: denso, medido, explorando audazmente los meandros de personajes y tramas. La película es cine negro con todas las consecuencias. Hurgando en la parte de atrás de la sociedad y en las plomizas entrañas de los personajes. No falta la banda contrabandista, ni la esclavitud encubierta de las peonadas, el proxenetismo o el poder omnímodo de la oligarquía rural.

Alberto Rodríguez es un director con riendas firmes. La película te atrapa, su atmósfera llega a ser opresiva. El tempo corre lento y sórdido como esas aguas empantanadas que amenazan con ahogarlos.

El guión articula elementos muy atractivos: el crimen de unas chicas, el traficante de la zona, el terrateniente sospechoso de otros crímenes que el abuso en las peonadas, el anhelo de libertad y oportunidades. Hasta se atreve a incluir ciertos toques enigmáticos, como el de la vieja visionaria cuando le suelta a Pedro "lo tuyo sí lo vi. Los tuyos te están esperando. Ya falta poco", o la ensoñación que éste suele tener con los pájaros. 

Sin duda Alberto Rodríguez  y Rafael Cobos,  coguionista desde 7 vírgenes, forman un tándem muy valioso y preciso. Una exposición del fotógrafo Atín Aya sobre Las Marismas del Guadalquivir fue el germen de la idea. En una entrevista ambos califican su tarea como de antiliteratura. "Los guiones que escribimos suelen ser muy esquemáticos, muy concretos y están escritos con mucha rigurosidad" dice el director. Mientras que el guionista concluye "partimos del hecho de que esto no es literatura, más bien sería antiliteratura porque su vocación es otra. Pero yo creo que damos muchas vueltas a los guiones hasta hacerlos certeros."

Efectivamente la planificación de las escenas es milimétrica, sin tiempos muertos: las conversaciones con el barquero mientras su mujer se esconde al fondo, el seguimiento del guapo embaucador por los campos y sobre todo la persecución nocturna del Dyane 6 por caminos rodeados de canales.











Al desarrollarse en un territorio tan característico que sirve a la vez como metáfora de la perversión que allí campa, la película nos remite a la admirable serie True Detective, pero también a tantas películas y series que han encontrado en los pantanos su fuente de inspiración.

La fotografía de Alex Catalán es primorosa (premio del Jurado en el festival de San Sebastián) y la ambientación setentera muy lograda, como se puede apreciar en los coches, la vestimenta (esos pantalones de pata de elefante), los aparatosos teléfonos góndola o el hotel en La Costa del Sol.

Es para congratularse que el cine negro de calidad se esté asentando en el cine español. Debemos estar agradecidos tanto a Alberto Rodríguez como a Enrique Urbizu.


P.D. 
Me pregunto si el final es cerrado. Porque en el negativo de la foto que manejan los policías, hay una tercera persona sin identificar y cuando Pedro ve al terrateniente, lo saluda y dice que viene a presentarse; como queriendo decir, yo me encargo de que a usted no le salpique.

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