jueves, 17 de julio de 2014

El ROMPENIEVES - de Bong Joon-ho

Snowpiercer
Corea del Sur - EEUU, 2014








¡Sed un zapato!


En una tierra que vive una nueva era glacial sólo un tren alberga vida. En su eterno vagar recorre el mundo en un anillo ferroviario que dura exactamente un año. El tren alberga a la humanidad y allí se reproduce el mundo como en un microcosmos. Sobre todo el juego del hombre y el poder. Y el juego de la redención.

En el tren las secciones están muy claras. La clase explotada y hambrienta vive en los vagones de cola. La clase que ostenta el poder y los privilegios ocupa la cabeza. La vida está muy regulada a bordo, pero Curtis (Chris Evans) luchará por trastocarla.  El plan es rebelarse desde la cola y avanzar por todo el tren hasta la mismísima locomotora donde se encuentra el creador de esta máquina imparable, Mr. Wilford. 

La idea de un tren en movimiento perpetuo, sin que le afecte el desastre y capaz de generar los recursos para subsistir podría parecer un poco forzada. El problema no sería tanto la tecnología que lo sustentara, como el ferrocarril y su mantenimiento. Pero la idea es tan potente que instantáneamente se convierte en una metáfora, casi una alegoría; y Bong Joon-ho así lo entendió desde que leyó la novela gráfica original, masticando luego el proyecto durante casi ocho años.

Desde el principio de los tiempos la humanidad ha entonado cantos sobre el advenimiento de un mesías, la rebelión contra los poderosos, el cuestionamiento de los dioses y de la vida, el culto a la tecnología o la aspiración a un mundo mejor. Todo ello se agita en esta coctelera. 
¡Esto no es un zapato!
Bong Joon-ho coloca la acción en una situación extrema y la exprime con furia y hasta con sarcasmo. En una implacable escena, una de las dirigentes (Tilda Swinton), a la vez que castiga a un rebelde por lanzar un zapato, arenga a la plebe:
"Pasajeros, esto no es un zapato, es desorden. Desorden de la talla 43. ¿Veis esto? Esto es la muerte. En este convoy que llamamos hogar hay una cosa que separa nuestros cálidos corazones del intenso frío. ¿Abrigos, defensas? ¡No! El orden. El orden es la barrera que evita que muramos congelados. Todos debemos en este tren de la vida permanecer en nuestros puestos. Cada uno de nosotros debe ocupar una posición particular y predeterminada. ¿Os pondríais un zapato en la cabeza? Claro que no os lo pondríais en la cabeza. Un zapato no se pone en la cabeza, ¡un zapato se pone en el pie! En la cabeza se pone un sombrero. ¡Yo soy un sombrero, vosotros un zapato! yo debo estar en la cabeza, vosotros en el pie. 
¡Sí, así debe ser!
Al principio los billetes determinaron el orden. Primera clase, turista y...parásitos como vosotros. El orden eterno viene determinado por la máquina sagrada. Todo emana de la máquina sagrada. Todo encaja en un sitio, todos los pasajeros tienen su sección. El agua que fluye, el calor que recibimos, todo rinde tributo a la máquina sagrada. Todo tiene su particular y predeterminada posición  ¡Así debe ser!
Veamos. Desde el principio yo pertenezco a la cabeza. Vosotros pertenecéis a la cola. Cuando el pie busca el lugar de la cabeza, se cruza una línea sagrada. ¡Aceptad vuestro sitio! Permaneced en vuestro sitio. ¡Sed un zapato!"
La narración se articula en torno a escenas y personajes muy significativos. Wilford, como el desconocido dios que habita el cielo de su locomotora. Gilliam (John Hurt), como viejo profeta que alienta a los desheredados. Curtis como el mesías salvador. También aparece el actor fetiche del director, Son Kang-ho, como Minsu, un ingeniero capaz de abrir todas las puertas. Y su hija, la pequeña Yona, con un poder sobrenatural, capaz de percibir lo que hay al otro lado de las puertas. 

Como escenas, sobrecoge la magnífica lucha sobre el puente Yekaterina y el posterior túnel. Una horda de asesinos encapuchados siembran el terror entre los rebeldes.

Según avanzan por los vagones vemos los entresijos de este ecosistema. La alimentación, el agua, el adoctrinamiento de los niños, los huertos, la vida privilegiada de unos pocos. Pero sobretodo, conocemos el corazón de Curtis. Cómo le marcaron los primeros tiempos de salvajismo y barbarie cuando llegaron, incluso, a practicar la antropofagia. 

Del mismo modo, empezamos a entrever los hilos que intercomunican este mundo. El teléfono (y algo más) que comunica a Wilford y a Gilliam, los mensajes cifrados que llegan desde la cabeza escondidos en cartuchos, la relación entre el brazo seccionado de Gilliam y las heridas en el suyo de Curtis, el equilibrio de este ecosistema tan ferozmente mantenido. Todo se configura como el engranaje de una enorme maquinaria. Se llega a incrustrar a niños en los mecanismos del tren, convertidos literalmente en bielas. Los gestos mecánicos que tanto Wilford como la dirigente realizan con los brazos, delatan su pasado. Todos tenemos nuestro lugar en esta máquina.

Las referencias se multiplican. Ed Harris, como Wilford, repite el papel de Christo en el Show de Truman. Es el Sumo Hacedor, el que nos coloca ante la más profunda realidad: la falacia de la vida. 

También Matrix. Cuando Morfeo está prisionero, un agente le confiesa que hubo un Matrix anterior, donde todo era armonioso y cundía la felicidad. Pero la gente se volvía loca. Fue necesario cambiar los parámetros: Egoísmo, antagonismo, lucha por el poder, inseguridad, angustia. El ser humano chapoteando en la imperfección ¿está ahí su grandeza? Wilford nos lo recuerda:
"Creo que es más fácil sobrevivir en este tren si se tiene un cierto nivel de locura. Como dijo Gilliam, "necesitamos mantener un equilibrio adecuado de ansiedad y miedo, caos y horror para que la vida continúe. Si no tenemos eso... necesitamos inventarlo".
También queda patente la adoración por la tecnología y el movimiento perpetuo. La máquina sagrada, siempre hacia adelante, aunque sea triturando a sus protegidos, se convierte en una metáfora del crecimiento económico insostenible (léase liberalismo económico y recetas falaces del FMI).

La máquina sagrada

Inspirado en la novela gráfica, "Le Transperceneige" del trío formado por Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, las viñetas guardan otras vertientes. Dividida en tres partes El fugitivo, El Apeador y La travesía, en la primera un pasajero de segunda accede a primera clase. Allí se percata de los privilegios de unos frente a otros y se entera de que el tren está desacelerando. En las otras dos partes se descubre que hay un segundo tren circulando sobre las mismas vías. El apeador, encargado de atender las paradas de emergencias, y una chica, creadora de realidades virtuales, lucharán contra la manipulación que ejercen los poderosos a través de la religión, el juego y la televisión. Aventura e intriga se suman a esta excelente metáfora.

Finalmente no quiero dejar pasar la oportunidad de hablar de Tilda Swinton. En pocos meses la hemos visto en este tren y en El Gran Hotel Budapest, papeles bien extravagantes y característicos. 

Sin hacer mucho ruido la verdad es que acumula una carrera encomiable. Desde que en 1991 ganara la Copa Volpi por su papel de Isabella en Eduardo II, y traspasase fronteras definitivamente como el andrógino Orlando; ha jalonado su carrera con papeles memorables: abogada decidida y letal en Michael Clayton (premiada con un Oscar), derrochando dramatismo en Tenemos que hablar de Kevin y hasta malvada reina del hielo en las aventuras fantásticas de Narnia.  Chapeau.

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