sábado, 3 de mayo de 2014

El CEMENTERIO Marino - de Paul Valéry

La última película del maestro Hayao Miyazaki contiene en el título -El viento se levanta- y en la portada un verso de este poema de Valéry: "¡El viento se levanta!  ¡Hay que intentar vivir!".
La película y el poema abundan en el deslumbramiento de la luz y el Mediodía pero reconociendo el devenir de la existencia, el cambio representado por el viento. El declinar del sol en el poema y la experiencia de la enfermedad en la cinta alumbran el contraste, la experiencia. 
Bien merece que incitados por el maestro nipón releamos este poema que vibra intensamente bajo su mármol intelectual y esteticista. 



El Cementerio Marino
μή, φίλα ψυχά, βίον ἀθάνατον
σπεῦδε, τὰν δ᾽ ἔμπρακτον ἄντλει μαχανάν.

Alma mía, no aspires a la inmortalidad, 
pero agota los límites de lo posible.

Píndaro, Pítica III, 61-62
               I
Este techo tranquilo, de palomas surcado,
palpita entre los pinos y las tumbas. 
El justo Mediodía compone allí su fuego
¡El mar, el mar sin cesar empezando! 
Recompensa después de un pensamiento,
¡Una larga mirada a la calma de los dioses!

               II
¡Qué pura obra de relámpagos consume 
Tantos diamantes de invisible espuma, 
Y qué serenidad parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa, 
Trabajos puros de una eterna causa,
Refulge el tiempo y soñar es saber.

               III
Tesoro estable y a Minerva templo,
Mole de calma y visible reserva, 
Agua parpadeante, Ojo que guardas
bajo un velo de llama tanto sueño,
¡Oh, mi silencio! ... Edificio en el alma, 
¡Mas cima de oro con mil tejas, Techo!

               IV
¡Templo del Tiempo, que un suspiro cifra!
A esta pureza subo y me acostumbro,
De mi marina mirada ceñido;
Como mi ofrenda suprema a los dioses,
El centelleo tan sereno siembra
En la altitud un soberano desdén.

               V
Como la fruta se funde en complacencia, 
Como en delicia se convierte su ausencia 
En una boca donde se disuelve su forma, 
Aspiro aquí mi futura humareda, 
Y el cielo canta al alma consumida
El cambio de la orilla en sus rumores.

               VI
¡Mírame a mí que cambio, bello cielo!
Después de tanto orgullo, y tan extraña
Ociosidad, no obstante llena de potencia, 
A este brillante espacio me abandono,
Sobre casas de muertos va mi sombra, 
Que me somete a su blando vaivén.

                VII
A teas de solsticio el alma expuesta, 
Yo te sostengo, admirable justicia
¡De la luz alzada en armas sin piedad! 
A tu lugar, y pura, te devuelvo
¡Mírate.! ... Pero devolver las luces
supone una adusta mitad de una sombra.

              VIII
¡Oh! Para mí solo, en mi solo, en mí mismo, 
Junto a un corazón, en las fuentes del poema,
Entre el vacío y el suceso puro,
Espero el eco de mi grandeza interna,
¡Amarga, sombría y sonora cisterna
Que en el alma hace sonar un hueco siempre futuro!

                IX
¿Sabes, falso cautivo de las frondas, 
Golfo glotón de flojos enrejados, 
Sobre mis ojos cerrados, fúlgidos secretos 
Qué cuerpo al fin me arrastra a su pereza, 
Qué frente aquí le inclina a tierra ósea? 
Una centella piensa en mis ausentes.

               X
Cerrado, sacro -fuego sin materia-
Trozo terrestre a la luz ofrecido,
Me place este lugar, colmado de antorchas,
Hecho de oro y piedras y árboles umbrios
Trémulo el mármol bajo tantas sombras;
El mar duerme aquí, fiel sobre mis tumbas.


              XI
¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando solitario, con sonrisa de pastor,
apaciento largamente, carneros misteriosos,
Blanco rebaño de tranquilas tumbas 
¡Aléjame las prudentes palomas 
Los sueños vanos, los ángeles curiosos!

             XII
Llegado aquí, el porvenir sólo es pereza, 
El insecto nítido rasca sequedades;
Todo lo quemado asciende por los aires
Recibido en no sé qué severa esencia...
La vida es vasta si está ebria de ausencia, 
Y la amargura es dulce, y claro el ánimo.

             XIII
Los muertos ocultos están bien en esta tierra 
Que los recalienta y seca su misterio.
Alto el Mediodía, sin movimiento
En sí se piensa y conviene consigo...
Testa completa y perfecta diadema,
Yo soy en ti la secreta mudanza.

             XIV
¡Yo, solo yo, contengo tus temores!
Mi contricción, mis dudas, mis aprietos
son el defecto de tu gran diamante...
Pero en su noche, grávida de mármoles,
Un incierto pueblo entre raíces de árboles,
Por ti se ha decidido lentamente.

              XV
Ya se han disuelto en una espesa ausencia,
Roja arcilla ha bebido blanca especie,
El don de la vida ha pasado a las flores. 
¿Dónde están las frases familiares,
El arte personal,  las almas singulares? 
La larva hila donde se forma el llanto.

               XVI
Gritos, entre cosquillas, de muchachas, 
Ojos y dientes, párpados mojados, 
Seno amable que juega con el fuego, 
Sangre que brilla en labios que se entregan, 
Últimos dones, dedos defensores, 
Bajo tierra va todo y entra en juego.

               XVII
Y tú, gran alma, ¿aún esperas un sueño 
Que ya no tenga este color de embuste
Que a nuestros ojos muestran la ola y el oro? 
¿Cantarás cuando seas vaporosa? 
Todo huye, bah. Porosa es mi presencia
Y también la impaciencia santa muere.

               XVIII
Flaca inmortalidad dorada y negra,
Consoladora de laurel horrible,
Que de la muerte haces un seno maternal,
¡Bello el embuste y el ardid piadoso!
¡Quién conociéndolo no huye de este cráneo
vacío y de esta risa sempiterna!

               XIX
Hondos padres, deshabitadas testas, 
Que bajo el peso de tantas paladas,
Sois la tierra y confundís nuestros pasos: 
El roedor, el gusano irrefutable,
no son para los que dormís bajo las losas.
De vida vive, ¡Nunca me abandona!.

                XX
¿Acaso amor, o el odio de mí mismo?
Tan cerca siento su secreto diente
que puede convenirle todo nombre.
No importa. Siempre sueña, quiere, toca,
Ve: le gusta mi carne. ¡Yo, yo vivo,
Ay, de pertenecer a este viviente!

                XXI
¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
Me has traspasado con la flecha alada
Que vibra y vuela, pero nunca vuela.
Me crea el son y la flecha me mata.
¡Oh sol, oh sol! ¡Qué sombra de tortuga
Para el alma: si inmóvil Aquiles, en marcha! 

              XXII
No, no, de pie. La era, sucesiva.
Rompa el cuerpo esta forma pensativa.
Beba mi seno este nacer del viento.
Una frescura, por el mar exhalada,
me trae mi alma ¡Salada potencia!
¡A revivir en la onda, corramos!

             XXIII
¡Sí! Majestuosa mar de delirios dotada, 
Piel de pantera y clámide calada 
Por tantos, tantos ídolos del sol,
Hidra absoluta, ebria de carne azul, 
Que te muerdes la cola refulgente
En un tumulto análogo al silencio.

             XIV
¡El viento se levanta!... ¡Hay que intentar vivir! 
Abre y cierra mi libro el aire inmenso,
La ola en polvo osa batir las rocas. 
¡Volad, volad,  páginas deslumbradas! 
¡Romped, olas! ¡Romped aguas exaltadas 
Este techo tranquilo que los foques picotean!







 Paul Valéry publicó El Cementerio Marino en 1920. En sus inicios como poeta estuvo influido por Stéphane Mallarmé, a quien conoció personalmente. Como intelectual y poeta siempre se mostró racionalista, escéptico y humanista. Profundizó intensamente en los procesos de producción artística. Él mismo reveló el modo en que concibió este poema: "Respecto al Cementerio Marino, esta intención no fue al principio más que una figura rítmica vacía, o llena de sílabas vanas, que me obsesionó durante algún tiempo. Advertí que dicha figura era decasílaba, y me hice algunas reflexiones sobre dicha forma, muy poco empleada en la poesía moderna: me parecía pobre y monótona. Resultaba poca cosa al lado del alejandrino, que tres o cuatro generaciones de grandes artistas han elaborado prodigiosamente. El demonio de la generalización me sugería el intento de elevar ese Diez a la potencia del Doce, y me propuso una estrofa de seis versos y la idea de una composición basada en el número de esas estrofas y en una diversidad de tonos y funciones por asignarles. Entre las estrofas debían figurar contrastes o correspondencias. Esta última condición pronto exigió que el posible poema fuese un monólogo del "yo", en el que los temas más sencillos y más constantes de mi vida afectiva e intelectual , tal como fueron impuestos a mi adolescencia, y asociados con el mar y la luz de un determinado lugar a orillas del Mediterráneo, fuesen recordados, tramados, compuestos...
Todo esto conducía a la muerte y lindaba con el pensamiento puro. (El verso elegido de diez sílabas guarda alguna relación con el verso dantesco.)"

Poesía Pura pues, como nuestro Juan Ramón Jimenez, pero mas intelectualista. Sus poemas siempre estaban en desarrollo. "Las obras no se acaban, se abandonan", llegaría a decir. Nunca consideró que un poema fuera un producto acabado. Por eso considera la publicación un accidente. De hecho confesó que fue Jacques Rivière el que prácticamente le arrancó el poema de las manos para publicarlo.
El original es de métrica estricta, y cada estancia está conformada de seis versos, (24 estrofas en total), que riman de manera consonante, según la siguiente ley de estructuración: AABCCB.

"La literatura no me interesa, pues, profundamente, sino en la medida en que ejercita el espíritu en ciertas transformaciones: aquellas en las que las propiedades excitantes del lenguaje juegan un papel decisivo. Es cierto que puedo sentirme atraído por un libro, y leerlo y releerlo con gran placer, pero sólo se adueña de mí por completo si encuentro en él los signos de un pensamiento de potencia equivalente a la del lenguaje mismo. La fuerza de doblegar el verbo común para fines imprevistos sin romper las "formas consagradas", la captura y el dominio de las cosas difíciles de decir, y, sobretodo la conducción simultánea de la sintaxis, de la armonía y de las ideas (que es el problema de la poesía más pura), son, para mí, los objetivos supremos de nuestro arte."
Indisoluble unión entre fondo y forma cabría añadir: "En el mundo lírico, cada momento debe consumar una alianza indefinible entre lo sensible y lo significativo. De ello resulta que la composición es, en cierto modo, continua, y no hay más tiempo para ella que el de la ejecución. No existe un tiempo para el "fondo" y otro para la "forma"."

Desde el extático verso de la primera estrofa donde habitamos un techo tranquilo y cercano a los dioses, hasta las olas y el viento que lo rompen en la última, hay todo un recorrido, una invitación a la experiencia y al conocimiento, en busca de "los límites de lo posible" tal y como reza la cita de Píndaro.
El deslumbramiento de ese Mediodía perfecto es la plenitud del mundo para Valéry pero también el vacío y la nada. El poema sigue su curso y según se aleja del Mediodía encuentra distintos tonos cromáticos. La existencia humana se identifica con el contraste entre estos matices. Como un nadador, el poeta quiere sumergirse en el mar, y osar, como "La ola en polvo osa batir las rocas" y romper "este techo tranquilo que los foques picotean".

"Entresaqué algunas imágenes de Zenón para expresar la rebelión contra la duración y la intensidad de una meditación que hace sentir, con demasiada crudeza, la separación entre el ser y el conocer que desarrolla la conciencia de la conciencia. El alma, cándidamente, quiere agotar el infinito del eléata."
En definitiva se trata de un viaje desde el intelecto hasta el conocimiento sensitivo.

Los párrafos entrecomillados pertenecen a la Introducción que el propio Valéry escribió para El Cementerio Marino.

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