miércoles, 12 de febrero de 2014

METRÓPOLIS - de Ferenc Karinthy

Épépé
Hungría, 1970
Editorial Funambulista, 2010








Budai es un lingüista que acude a un congreso en Helsinsky  pero aterriza en un país desconocido. No sabe dónde ha ocurrido el error. Ya instalado en el hotel comienza la pesadilla. El idioma es absolutamente extraño y la ciudad un populoso hormiguero vaya donde vaya.  En la recepción hay gigantescas colas, en las aceras se acumulan riadas ininterrumpidas de viandantes, el tráfico es un colapso permanente. Como si fuese el reverso de Robinsón Crusoe, Budai está solo y aislado pero en medio de una multitud. Inmerso en un cosmos cerrado e irreductible a su comprensión.

La novela nos pone en situación en apenas un par de páginas. Todo lo que sigue tiene una lógica arrolladora: recuperar el pasaporte, buscar una agencia de viajes, una estación de tren o un puerto. Acceder a las autoridades, intentar comprender el idioma. ¡Ay! Todos y cada uno de los pasos constituirán un fracaso.  

Ni tan siquiera un episodio amoroso con la ascensorista tendrá mayor significado. El tráfico imparable de personas y días se llevará todo por delante. El autor es capaz de caminar por el filo de lo improbable, renovando la extrañeza, truncando cada esperanza, alumbrando nuevos atisbos. No es de extrañar que Budai acabe inculpándose de ineptitud.
"La culpa ha de residir en él mismo, en su carácter, al que son ajenos toda clase de agresividad y los empujones; esta idea se le revela en el acto por más dormido y ebrio que está. Hasta que no logre vencer su pusilánime modestia, su miedo a molestar, no conseguirá jamás salir de aquí ni tan sólo dar noticias suyas a fin de que alguien pueda socorrerlo. Ha de librar una batalla consigo mismo, no hay vuelta de hoja. Tiene que transformarse de pies a cabeza, es la única manera de recobrar su anterior, su verdadera vida, su personalidad." pág. 98-99
Las pesadillas de un hombre solo y perdido en un mundo que le es ajeno indefectiblemente nos conduce a Kafka; pero aprecio en Karinthy una radicalidad mayor. Mientras Josef K. es detenido para ser juzgado, Budai se hace detener  en un intento de acceder a la Ley y a la Autoridad. Pero irremisiblemente es expulsado a la calle. Kafka nos hace vislumbrar una Ley -divina o humana- absurda; Karinthy nos abandona al caos y la indiferencia. Budai no le importa a nadie.

En el colmo del absurdo y la incomprensión da en pensar que a su alrededor se concitan tantas lenguas como personas 
"Budai tuvo la extraña sensación de que la demás gente, también, no hacía más que proferir expresiones sonoras completamente desprovistas de sentido y que, claramente, nadie escuchaba a nadie. ¿Y habría que contemplar la posibilidad de que las propias personas no se comprendan unas a otras? ¿Que los habitantes se expresen en dialectos variados, incluso en idiomas varios? Por un momento, una idea descabellada la pasa por la cabeza, que, por cierto, tiene bastante recalentada: ¿Habrá acaso tantas lenguas como personas hay? " pág. 231
Sobrevivir en primera instancia; pero escapar es el objetivo. Aunque la huida también plantea cuestiones.
"¿Está en una región no repertoriada de este planeta, y aún no ha descubierto en qué continente, o bien en qué tierras vírgenes, donde es el primer pionero de su especie...? Ya que si esta última hipótesis es la correcta, no tiene derecho a levar anclas sin más, le incumben unas tareas primordiales, las de un explorador: localizar, por ejemplo, esta ciudad, este país, el continente en que se hallan, identificar a sus pobladores, la lengua que hablan, etc., y luego partir, llevando la nueva consigo". pág 131
Una de las mayores extrañezas que conjuga el libro es que, siendo Budai lingüista y políglota se ve incapaz de penetrar un idioma irreductible. Y eso que su idioma es el húngaro, una de las lenguas europeas, junto al euskera, que no comparte raíces ni relaciones con otras. 
Otro aspecto a señalar es que siendo el lenguaje lo que conforma nuestro pensamiento, no es de extrañar la perplejidad de Budai ante esta inextricable realidad. Una realidad con evidentes y sospechosas homegeneidades. Tanto la comida como la bebida tienen un único sabor, asquerosamente dulce; y las hordas antipáticas que ocupan cada rincón repiten una uniformidad que nos remite al 1984 de Orwell y a ciertos países ya casi abstractos: "A este respecto, le viene a la mente aquel vigilante negro, en la policía, vestido con aquellos monos de trabajo de tela, que se repiten, por cierto, en todas partes: ¿es acaso posible que tantas personas de ambos sexos, vestidas de idéntica manera, sean todas policías o carceleros?."
No es la única connivencia con 1984, donde podemos leer: "lo más característico de la vida moderna no era su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido".
Ese sería finalmente el poso del libro
George Grosz, "Metrópolis"

Rosa Montero identifica el regalo de Karinthy: "nos ha regalado una imagen poderosa y perdurable, un emblema de la desolada, alienada vida moderna". Por su certeza y claridad reproduzco unos párrafos del postfacio, que firma Eduardo Gallarza.
"Es una lucha, verdaderamente, un duelo -Budai frente a la ciudad-, y su primera derrota, la más llamativa quizá, la sufre en el terreno del lenguaje. No existe un "idioma incomprensible", ese oxímoron entraña una contradicción en los términos.
(...)
Budai es un lingüista, un filólogo emérito, y por si fuera poco, un extraordinario políglota, la persona en principio mejor armada para descubrir las reglas de un idioma nuevo, pero su ciencia misma tan sólo le permite medir la hondura de su fracaso; no consigue que su amiga Epepé le identifique con certeza los numerales -lo cual no deja de ser paradójico, siendo ella una ascensorista-, y tan ajena le resulta la fonética del idioma que ni siquiera consigue pronunciar correctamente su nombre: Epepé, Teté, Bebé, Tietié, y así ad nauseam.
(...)
Un mundo agresivo, frenético y despiadado, un maremágnum de violencia latente en el que hasta las viejecitas pegan patadas y dan pisotones para avanzar por la acera, en el que las reyertas estallan por cualquier motivo y en el que la policía desde luego no se anda con chiquitas, un tejido social a todas luces disfuncional, con calles atestadas de pedigüeños y tullidos, una atmósfera contaminada, viciada, irrespirable"

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