lunes, 2 de diciembre de 2013

LOS CARDOS de BARAGÁN - de Panait Istrati









La Amargura y Belleza 
de una Elegía.-

Romain Rolland, escritor francés, premio Nobel en 1915, de quien Stephan Zweig aseguró que era "la conciencia moral de Europa", por su defensa de la paz y su idealismo en tiempo de guerra; quedó impresionado al recibir un día la carta de un suicida. En un hermoso prólogo el propio Rolland lo relata:
"En los primeros días de enero de 1921, desde el hospital de Niza, me fue transmitida una carta que encontraron en las ropas que cubrían  el cuerpo de un desesperado que acababa de intentar poner fin a su vida, abriéndose un profundo corte en la garganta. Poca esperanza había en salvarle vista la gravedad de su herida. Leí la carta y vi que en ella se manifestaba la expresión tumultuosa de un genio. Era un viento incendiario que soplaba por las llanuras. Era la confesión de un nuevo Gorki de los países balcánicos.
Consiguieron salvarle. Quise conocerlo y nos escribimos. Nos hicimos amigos. Se llama Panait Istrati. Nació en Braila en 1884, hijo de un contrabandista griego que no ha conocido y de una admirable campesina rumana. A pesar del afecto que por su madre sentía, a los doce años la abandonó empujado por el deseo de conocer el mundo.
Veinte años de vida errabunda, de trabajos extenuantes; de viajes sin objeto aparente, tostado por el sol, mojado por las lluvias, sin hogar, enfermo, hambriento, dominado por grandes pasiones, consumido por la miseria y perseguido por los guardias nocturnos. (...)
Durante algún tiempo se mezcló en las luchas sociales y revolucionarias de su país y fue encarcelado. Ha viajado por Turquía, Egipto, Siria, Jafa, Beyrut, Damasco, Líbano, Medina, Jerusalén, Grecia, Italia, Suiza y Francia. Recorría el mundo sin un céntimo y a menudo escondido en las bodegas de los barcos. (...)
Es un extraordinario narrador. Un narrador de oriente que se emociona con sus relatos, ignorando, cuando ha comenzado una historia, si durará una hora o mil y una noches. (...)
En un penoso camino a través del mundo, nunca olvidó a los hombres que encontró, queriendo penetrar en el enigma de su destino. Cada uno de los capítulos de sus admirables narraciones forma una novela. Tres o cuatro novelas que figuran en estos volúmenes que he leído, son dignas de los maestros rusos. Difiere de éstos por el temperamento y la luz, la decisión de su espíritu y una alegría trágica que es el placer del narrador que libera su alma oprimida."
En esta "Tierra Árida (Los cardos de Baragán)" nos cuenta la peripecia vital de un adolescente que vive en una miserable estepa y -como él mismo- se lanza al mundo, persiguiendo esos cardos que empuja el viento por el desolado Baragán. Estamos a principios del siglo XX, la miseria y la desesperación están cociendo una rebelión entre los campesinos de Rumanía. A ellos dedica el autor su novela: 
"Dedico este libro al pueblo de Rumanía: a los once mil asesinados por el gobierno de mi país. A las tres villas, Slanilesti, Bailesti y Hodivoaia, destruidas a cañonazos: crímenes horrendos perpetrados en marzo de 1907, que han quedado impunes."
La Piedad en el Desierto - Manuel Rodríguez Lozano-
El traductor (Pere Foix) define con certeza el estilo de Istrati:
"Los libros de Panait Istrati son bellos relatos orientales ferozmente acusadores, escritos con la amargura del solitario, no obstante. Su prosa es de una rotunda claridad, a veces es un rugido amenazador del esclavo, a veces un sutil canto de rebeldía con páginas de íntima ternura, de magníficas imágenes, párrafos ardientes, arrebatos pasionales, diálogos caústicos, expresiones geniales, impresionantes descripciones de paisajes y recónditas bellezas, captadas por un hombre excepcional."
Me llama la atención que los cardos tengan dos caras. Cuando el protagonista escapa hacia un mundo mejor, son juguetones y representan la libertad. "(El Baragán) era para mí, niño inquieto, el mayor atractivo, lo enigmático, lo que se mira con veneración por lo grande, por lo libre, por lo bello..."    En cambio, huyendo de la brutal represión, representarán los males. Hostigados por los soldados, el Mellado azuza a las monturas, "Arre valiente, ¡Que nos pisan los talones los cardos!".

La paradoja que une belleza y desolación aparece constantemente en el relato. En el Baragán las cosechas son misérrimas, durante meses las familias sólo comen pescado hasta llegar a aborrecerlo; pero nuestro adolescente lo observa como un lugar fabuloso: 
"Hay que dejar al Baragán en su salvaje gravedad. Surcar sus tierras, aparte de ser energías perdidas, esfuerzos vanos, destruye su belleza agreste. (...) Hay cosas más, mucho más interesantes que el estómago del ser humano. Hay rincones, llanuras y montañas, que se han creado para el recogimiento y el placer del espíritu. ¡Desdichado el que no comprenda esto!
El Baragán es un lugar de placer..." pág. 19
Philip Grovedare

O también: 
¡Ver el Baragán era el deseo ferviente de todos los chicos de la Valaquia! El Baragán era la tierra sin amos, la tierra de todos. Allí se podía correr, sin miedo a los hombres, detrás de los cardos, y ser libre y ser feliz... Y no exagero si digo que enloquecía de contento al pensar que iba a penetrar, al fin, en el maravilloso secreto del temible Baragán. ¡Correr, correr con la tierra que corre, con el viento que sopla, hay que verse envuelto en su feroz torbellino, junto con todos los elementos removidos a la vez! ¿Queréis dicha mayor para un muchacho de mi edad? pág. 30
El protagonista recorre el mundo -en la Tres Villas le llaman "la liebre de las nueve fronteras"- con una curiosidad palpitante, mientras acumula terribles vivencias. Asiste al asesinato de un campesino por una pareja de guardias y luego ve a la esposa recorrer las cantinas preguntando por él. Un estudiante que reparte folletos de la Constitución (donde se recoge el derecho de reunión o el Habeas corpus; pero también que el voto del pope vale por el de cincuenta campesinos) es fusilado por agitador. O la historia de la hermosa Tudoritza que pierde a su amado porque las deudas le obligan a casarse con la querida del boyardo (terrateniente). 
Un inocente juego de niños delata la enorme miseria. La Galuchka es el último bocado de pan o rosquilla que algunos niños, después de haberlo mascado bien, retiran de la boca en forma de bolita y lo guardan o intercambian, para tener el placer de saborearlo como un dulce, una y otra vez.

Hermoso, terrible y amargo, el relato no reniega de la fantasía que adorna alguna de las costumbres.
"Soledad y quietud por todas partes. Ningún ruido; ni una mancha negra. Todo blanco y silencioso: casas y campos. Ni los ennegrecidos techos de las casas, ni las ramas de los árboles, se distinguían en el inmenso y silencioso océano de nieve.
De noche, ni una luz, aparte las que se distinguían, numerosas por cierto, en la casa del boyardo, del konak, levantada a costa de la miseria y el dolor de todo el pueblo, de todos los campesinos. Aquellas luces, eran algo así como un desafío, como una provocación grosera y descarada a los que perecían de frío y de hambre.
En este tiempo de nieve abundante, es cuando, llegada la víspera de San Andrés, la joven campesina interroga al Destino sobre el marido que le tiene reservado. La prueba es arriesgada y hasta macabra.
Poco antes de medianoche, debe colocarse, completamente desnuda y con la cabellera suelta, frente a un espejo, en una habitación alumbrada por dos cirios. Hecho esto, la joven debe mirar fijamente al fondo del espejo, por donde verá pasar a su futuro marido. Lo verá claramente, sea viejo o joven , arrogante o enclenque, guapo o feo, de la ciudad o del campo. Si el que había que casarse con ella ha muerto, pasará en forma de esqueleto, con el ataúd al hombro." pág 121
Esta militante edición es de 1973. La calidad del texto está muy por encima del pobre papel y las numerosas erratas. Autor a recuperar.

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