miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las mentiras de la noche

de Gesualdo Bufalino







Muchas menos que las cien noches del Decameron, cuatro reos comparten su última noche antes de la ejecución. Son seguidores del Padreterno, el secreto líder de los carbonarios que confabula para derrocar al rey en la Italia decimonónica.

En una fortaleza rodeada de precipicios y mar, compartirán sus últimas horas con fray Cirillo, un bandido sanguinario que durante años asoló el país. El Gobernador ansía la identidad del Padreterno y para esa noche prepara una última celada. Dispondrán de una urna sellada y avío para escribir. Con uno sólo que escriba el nombre secreto se salvarán todos. 

Así que para huir de "la pestilencia de la muerte" y la traición deciden intercambiar historias. Deberán elegir la "más memorable que pueda dar sentido a su vida", la que guardarán bajo los párpados en el postrer instante.

Bufalino escribe profuso como un denso brocado; sus párrafos son barrocos y hermosos. El alma y sus pasiones alimentan cada página. Como un demiurgo teje las historias, evoca los lances y espera que el embriagador perfume de los duelos, amores y pasiones nos hechice.
"Crecido en la fe de una Fuerza y de un Espíritu eternos, pero sintiéndome excluido desde un buen principio del consorcio de los hombres,  yo siempre había advertido dentro de mí un vacío, una especie de cavidad sin fondo, que me correspondería colmar con violencias, desobediencias, venganzas. Contra quién, no sabía; pero, naturalmente encendido de ánimo y propenso a creer que cualquier placer es un delito pero que ningún delito es culpable, me había rendido gustosamente a los paroxismos de la voluptuosidad, buscando en ella más una ocasión de desafío que una señal de castigo. Sólo para no tardar en darme cuenta de que se consumaban ambos, el castigo y el desafío, en mí mismo, intransitivos. " pág 124 
Salvador Dalí -Laberinto-



















Las aventuras se adoban con disquisiciones sobre la vida y la muerte. El autor se mueve a gusto entre lo metafísico y lo aforístico:
"Vivir no me gusta y no me gusta morir"
"No me lamento: curioso de la vida, no lo soy menos de la muerte"
"(Al barón) más de uno le debía la vida, aunque esta vez la muerte".
"Convencido de que ella era mía, a partir del momento en que yo era y me sentía suyo".
"Cualquier insurrección empieza con una saciedad y con un hambre" (Hartos del rey y famélicos de pan).

Un barón, un soldado, un poeta y un estudiante comparten suerte. Narciso, el estudiante, narra su primer e idealizado amor, cuyo fuego se acrecienta en el secreto. La mismísima Vanina Vanini, que Stendhal inmortalizara en sus maravillosas Crónicas Italianas, extiende un salvoconducto a su amada. Y a fe que estas nuevas crónicas no le van a la zaga a aquellas en prisiones, revueltas y pasiones. 

El barón por su parte, evoca el vacío de su alma contrapuesto a la vitalidad de su hermano gemelo. Muerto éste en un duelo en París, lo suplanta resuelto a vivir la aventura revolucionaria.
Mientras el soldado, nacido de una violación y abandonado en un convento, relata la búsqueda de su fortuna y venganza en las armas, donde encontrará a su odiado padre.
"Allí estaba, consanguíneo e ignorante, el costado del que fue mi semilla; allí, su boca cruel, tan parecida a la mía; allí la huella sobre su carne de los dientes de una fierecilla asaltada... Un odio me vino a la boca, tan total y perfecto como para hacer pensar en un amor. Pero inmediatamente volvía a ser racional, frío, un soldado que con aceite e hilachas abrillanta su fusil en la víspera de una batalla." pág 127
Finalmente amanece y un inopinado Diabolus ex machina acecha la representación. La noche conspira entre verdades y mentiras. Bufalino cierra el baile con un brillantísimo coup de théâtre que nos convierte a todos, prisioneros y lectores, en meros comparsas.  El destino y la vida se tornan a veces ininteligibles. El mismísimo Gobernador duda del alcance de la verdad que acaricia.
"Nosotros los hombres ¿qué somos? ¿Somos verdaderos, somos pinturas? ¿Tropos de papel, simulacros, increados, inexistencias llegadas al escenario de una pantomima de cenizas, burbujas sopladas por el canuto de un prestidigitador enemigo?
Si es así, nada es cierto. Peor aún: nada es, cualquier hecho es un cero que sólo puede salir de si mismo. Apócrifos todos nosotros, pero apócrifo también quien nos dirige y refrena, quien nos mal junta o divide: metafísicas nadas, nosotros y él, mezclados a capricho por un reincidente extravío; narizotas de carnaval sobre cráneos llenos de agujeros y de ausencia... Hace un año vi un cuadro en París. Representaba un mono en un taller, con el bastidor y los pinceles. ¿Seremos eso nosotros, criaturas de lágrimas? ¿Los garabatos de un mono pintor? ¿cuando no puros fantoches de pie, en medio de una habitación, multiplicados por dos espejos enfrentados...? " pág. 183


Gesualdo Bufalino fue profesor de Instituto y sobretodo lector impenitente. Cuando publicó su primera novela tenía 61 años. "¡Qué maestro este don Gesualdo!", saludó Leonardo Sciascia ante la aparición en 1981 de Perorata del apestado. Todo un triunfo de un autor secreto que, como tal, se presentó en sociedad con un estilo ya depurado. Barroco y metafísico; sin duda humanista. A esta obra y a la reseñada se añadirán otras entre las que destacan Argos el ciego y Calendas griegas. Cuatro novelas magistrales. Murió en 1996, en un accidente de coche. Contaba 76 años.

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