miércoles, 6 de noviembre de 2013

La bicicleta verde

de    Haifaa Al-Mansour









El cine realizado en un país, igual que la literatura, puede tener un carácter estrictamente local o pulsar elementos que trasciendan a lo universal. O como decía un filósofo lo más estrictamente personal suele ser lo más universal. Así ocurre con esta sencilla película, quizás un poco rudimentaria, pero con el sabor de lo auténtico. El que presta esta niña llamada Wadja -el título en el original- que desde su incipiente adolescencia va palpando los límites de su libertad.

La fuerza de la película reside en la naturalidad de su puesta en escena y el desenfado de Waad Mohammed a la hora de interpretar a esta chica desprejuiciada. Wadja tiene un carácter abierto y jovial, viste vaqueros y no se despega de sus zapatillas Converse. También le gusta esa música "satánica" que es el rock y como símbolo de libertad máxima, se ha encaprichado de un bicicleta verde que hay en la tienda del barrio.

Su encomiable tesón se medirá con tradiciones de enorme peso: la mujer es prácticamente invisible en la sociedad musulmana, depende de los hombres para moverse en coche, se considera un deshonor relacionarse en el trabajo con ellos, su vestimenta ha de esconder hasta el cabello y por supuesto las bicicletas atentan contra su dignidad.

La película se basa en el contrapunto que ofrecen a Wadja su madre por un lado, y su compañero de ocio por otro. Mientras Wadja intenta romper reglas que no entiende, la madre sufre los desplantes de su marido por no poder tener más hijos. 
El compañero de juegos por su parte, es un ejemplar muchacho que actúa sin prejuicios, con nobleza y compañerismo. De hecho es quien presta su bicicleta a Wadja y le ayuda en su aprendizaje.

Son  muy interesantes los apuntes sobre el mundo adulto que rodea a la niña. El papel subsidiario de la mujer queda reflejado en una escena donde la madre prepara la comida para el marido y unos amigos. La coloca en una bandeja ante la puerta del comedor y llama. Su marido sale a recogerla. Ella no puede entrar. También es notable la áspera directora del colegio que exige estricta observancia de la sharía: habiendo hombres cerca del patio escolar manda callar, "la voz de una mujer es su desnudez", les espeta.  
  
La cámara acompaña incesante la vida cotidiana de Wadja. A pesar del enorme contraste entre sus inquietudes y la conservadora sociedad que la rodea, la crítica no es acerba sino que se beneficia de la frescura y espontaneidad con que Wadja afronta la cosas. "Me da vergüenza recitar en público" le dice a su madre. "¿Tú con vergüenza?" se extraña ésta. 
Hay aspectos que llaman poderosamente la atención a un occidental: se ve normal que una compañera de Wadja, de diez años, se case. También que se las considere impuras cuando tienen la regla. En algunas zonas del país está prohibida la mezcla de hombres y mujeres. Por este motivo y para dirigir a hombres en algunas localizaciones, la directora tuvo que hacerlo desde una camioneta con walkie-talkie.

Durante décadas no ha habido cines en Arabia Saudí. En los pocos que hay, hombres y mujeres están segregados. La valentía de Haifaa Al-Mansour es encomiable, es la primera mujer que ha dirigido una película en Arabia Saudí y para ello se basó en su propia sobrina. Haifaa es hija del poeta Abdul Mansour que fue quien le inoculó el virus del cine. Estudió Literatura en la Universidad Americana de El Cairo y un Master en Dirección de Cine y Estudios Fílmicos en la Universidad de Sydney.


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