jueves, 3 de octubre de 2013

Las Brujas de Zugarramurdi

de Alex de la Iglesia











¡Han matado a Bob Esponja, hijos de puta! 
Así de delirante es esta película de un cineasta tan proteico como excesivo, de talento inigualable y vocación grotesca.

La cinta es brillante y frenética como corresponde a la demostrada solvencia del director.
Jose y Toni, un recién divorciado y un viva la virgen, ambos con problemas económicos, asaltan una tienda de Compro Oro en plena Puerta de Sol de Madrid. En su atropellada huida secuestran un taxi con pasajero incluido y ponen rumbo a Francia. Pero al cruzar un perdido pueblo de Navarra se verán inmersos en un mundo de brujas y aquelarres.

La primera media hora con el atraco y la huida está genialmente rodada. Intensidad y potencia visual marca de la casa. La llegada al pueblo de Zugarramurdi refleja el enorme contraste entre la urbe y el bosque oscuro. El tráfico y la policía son sustituidos por oscuros pasadizos y torvas mujeres. El director aprovecha para dar unas puntadas a la guerra de sexos y a los Juzgados de Familia. Pero poco a poco la película va perdiendo el norte hasta acabar de mala manera. 

Durante la proyección nos asaltan muchas y brillantes ideas e innúmeros personajes bien concebidos; pero en su conjunto la cinta ha sacrificado el todo en favor de las partes. Los policías perseguidores interpretados por Pepón Nieto y Secun de la Rosa constituyen un gran contrapunto, pero en muchos momentos sobra. Más ajustada -por su corta pero hilarante aparición- está la pareja de mirentxus interpretada por Carlos Areces y Santiago Segura. Asimismo la narración y los personajes del entorno brujeril alargan la cinta y le hacen perder ritmo. Aunque el problema principal, como se ve en el aquelarre final, es que esa imaginería y potencia visual no encuentra el camino donde resolverse, no sabe a dónde va. La aparición de la diosa primigenia -muy buenos efectos especiales- se convierte en un salto al vacío que no lleva a ninguna parte. 















Pero la película, como todas las de este desbordante director, está hecha para disfrutar, para plantearse el cine y nuestra realidad desde el humor ácido y la gamberrada, todo ello siempre con tintes negros. 

La película está rodada en el mismo pueblo de Zugarramurdi donde, en el siglo XVII, la Inquisición llevó a cabo un Auto de Fe contra 200 presuntas brujas.












Son magníficos los créditos -como ya lo eran en La Comunidad y Balada triste de Trompeta- y también el atraco perpetrado por estatuas vivientes. Los 25.000 anillos de oro robados son una estupenda metáfora de otras tantas historias rotas.

Terele Pávez tiene una presencia enorme y Hugo Silva resuelve su papel; pero vuelve a ser Mario Casas quien se lleva el gato al agua. A estas alturas no puede haber escépticos sobre su calidad: si en La Mula lo bordó con un papel dramático, ahora vuelve a hacerlo con una muy certera vis cómica. 
A divertirse tocan.











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