martes, 1 de octubre de 2013

La Mujer Eterna


En los ojos de aquella niña había
visto a la mujer eterna, la de todos los tiempos
y todas las apariciones mías 
en la tierra. 
En sus ojos brillaban los de mi compañera
del bosque virgen, de las arboledas, de las cavernas 
y de los fuegos protectores. 

Vi en sus ojos la mirada de Igar, cuando yo era el arquero Ushu, 
los de Arunga que acompañaban al plantador de arroz, 
los de Selpa que reprendían a quien soñó con domar al caballo, 
los de Nuhila que se lanzaba gustosa contra la espada 
del Hijo de las Montañas para no llevar simiente 
de una raza extranjera en sus entrañas. 

Sí, algo había en aquellos ojos que revivían los de  Lei-Lei abandonada con una sonrisa de mis labios, 
los de la dama Om que compartió cuarenta años 
de miseria por los caminos del mendigo, 
los de Philippa por quien perecí en una pradera 
bañada de luz de luna, allá en la antigua Francia, 
y los de la incansable madre de Jesse, 
siempre trabajando entre los cuarenta carros 
que acampaban en la Montaña de las Praderas. 

Era Sar, la diosa de los cereales; 
Isthar, vencedora de la muerte; Sheba y Cleopatra; 
Esther y Herodías; María madre de Jesús, y María Magdala, y Marta y María su hermana. 
Era Brunilda y Ginebra, Isolda y Julieta, Eloísa y Nicolette; 
y Eva y  Lilith y Astarté. 


Tenía sólo once años...¡Y ya era todas las mujeres 
que han sido, y todas las que han de ser!...

pág 466, El Peregrino de las estrellas. Jack London. Valdemar (Club Diógenes)


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