martes, 30 de julio de 2013

Mitologías de Invierno - El Emperador de Occidente

Mitologías de invierno
de Pierre Michon







El libro lo componen dos volúmenes, uno de relatos, Mitologías de Invierno; y una novela corta, El emperador de Occidente. El estilo del primero es sincopado, preciso; constata hechos aunque maravillosos. El del segundo es sinuoso, aromático; recrea las fragancias de una isla en el Mediterráneo y los recuerdos de una vida, es pura evocación.
En ambos, los personajes interrogan su destino.

Mitologías de Invierno son como unas vidas de reyes y santos. Columbkill el Lobo, de la tribu de los O´Neill del Norte, se perderá por buscar la posesión de un libro. Suibhne, rey de Kildare es un hombre simple. Sobre la linde de Killarney vencerá al rey de Lismore. Pero el júbilo de su victoria se convertirá en derrota. La expiará en el bosque donde aprenderá la jerigonza de los cuervos y llegará a ser un santo y un loco, una cosa de Dios. El fervor de Brigid la conducirá ardiente hasta el mismísimo fuego divino.
Tres mitologías son irlandesas, las otras nueve habitan el Causse, las mesetas calcáreas del Macizo central francés. No importa el lugar nos dice el autor. 
"Lo que importa es que con el mundo se hagan países y lenguas; con el caos, sentido; con las praderas, campos de batalla, con nuestros actos, leyendas y esa forma sofisticada de la leyenda que es la historia; con los nombres comunes, nombre propio. Que las cosas del verano, el amor, la fe y el ardor se hielen para terminar en el invierno impecable de los libros".
El Causse es plano como la palma de la mano y "reúne las ventajas del abismo y del desierto. Allí se está en la mazmorra universal y, sin embargo, en la cima del mundo: es una buena ermita." En estas tierras Michon hace de arqueólogo y nos extrae la historia de San Hilarius, obispo que se retiró de la mitra y allí fue tentado por el diablo. La de Santa Enimia, hija de Clotario II, rey de París, que llegó hasta la fuente de Burle, en el río Tarn,  para curarse la lepra en el año 610. Allí fundará y dirigirá la abadía de Burle. 
"Bebe de nuevo, de nuevo los pies rosados, las manos de amor. Pero no arroja su velo. Lo guardará. Es bella para Dios...para nadie, tal vez para nada: para recordar, para esperar, para hablar en sí misma a ese otro que es el ángel, para alegrarse de existir apenas, para temblar, para morir durante mucho tiempo. La vida es una lepra. La hora presente es una lepra." pág. 77
La del monje Simón que trescientos años después descubrirá allí sus restos y escribirá la Vita Sancta Enimia sobre una piel de cordero. La de Bertrán que aun tres centurias después traducirá esta vida y milagros a la lengua vulgar.
La historia de Enimia articula la de varios personajes asimismo en busca de su destino. Bertrán es sólo un escribiente, pero guarda un anhelo superior, ser dueño de lo que escribe: 
"El Obispo Guillermo advierte esta melancolía. Y, como es misericordioso por función, decide dar a Bertrán el dominio y, en cierta forma la soberanía feudal de un pequeño trozo de lenguaje. Recurre para esto a un pretexto político: los barones de Cénaret impugnan una vez más a los abades de Sainte-Énimie la propiedad de la fuente de Burle"
Los barones están prendados de la legalidad pero no entienden el latín. El obispo encargará a Bertrán que ponga en lengua vulgar la Vita Sancta Enimia, lo cual demostrará sin dudas que la propiedad corresponde al más allá. 

Más en general, el Causse y el río Tarn son el escenario, desde el medievo hasta la Revolución, de otros albures. El de Antoine Persegol, republicano fervoroso de Robespierre que, paradójicamente, muere guillotinado por monárquico. O el más contemporáneo Edouard Martel que huyendo de su oficio de escriba en París conquistó la gloria al fundar la espeleología, reino de los abismos que exploró "como Dante y Orfeo".

El estilo es magnífico, a la vez esencial y poético. También sentencioso. Las frases son cortas como un cuchillo que va sajando las páginas buscando lo inasible: el rey que hace una guerra por conseguir un libro santo, cuando está en su poder ya no lo es: "El libro no está en el libro".


Alarico en Roma
Emperador de Occidente por su parte, es el brillante intento de fijar una ensoñación que conjuga lo íntimo y lo histórico. De ahí que las frases se multipliquen y subordinen intentando acotar el pálpito de la Historia. 
Prisco Atalo, anciano desterrado frente al volcán Stromboli, recita su historia de músico acompañante de Alarico en su marcha sobre Roma. El joven patricio Aecio será su confidente, el mismo que años después, investido Capitán General de los Ejércitos, derrotará a Atila en los campos Cataláunicos.

Los recuerdos de infancia tanto de Aecio, como de Alarico y Atalo rezuman bosques y ríos. Michon nos convence de que narrar es evocar, y evocar es arrancar de la tierra una memoria mineral.
"Hacía mucho tiempo que no había evocado esto, pasado o pura ficción; ficción pura puesto que era pasado" pág. 122
El escritor Menéndez Salmón hace un encendido elogio en su prólogo:
"La máxima de Doctorow: que el adjetivo histórica no devore nunca el sustantivo novela o narración.
Y a fe que (Michon) lo logra en este destilado emocionante y bellísimo, levantado sobre el milagro de un dictum sinestésico, puro placer para los sentidos, y mediante el diálogo de varias voces en un momento excepcionalmente singular para nuestra cultura: el de la definitiva descomposición del Imperio de Occidente."
Prisco Atalo, músico, fue nombrado Emperador de Occidente por Alarico. Michon recoge que "su primer acto imperial fue la elevación de Alarico al rango insólito de Maestre General de los Ejércitos de Occidente" y que a continuación se retiraron a la tienda para arrojar la púrpura y cantar, el emperador fingido, para su general ficticio, una de las mendacidades de Ulises. 
Funerales de Alarico en el fondo del río Busentino
Finalmente en la evocación se confunden las historias de Alarico y Atalo e incluso se mezclan con sus creencias arrianas sobre el Padre y el Hijo.
"Creo que me parezco cada día más a Alarico; es una visión de mi viejo espíritu sin duda: esta cara levantina que mi espejo refleja, consternada, paciente, no tiene nada en común con el impaciente rostro curtido, colorado, del otro. La agonía tal vez dará a mis mejillas ese tinte triunfal, la muerte fría me curtirá; seré Alarico cuando ya no esté aquí. Este engaño me ayuda a vivir: el Hijo jamás alcanza al Padre, ambos corren, corren tras una música que no alcanzan, corren tras el Espíritu. El Espíritu mismo...El Padre me arrojó lejos de su vista, muerde el fango bajo veinte brazas de río; no me crucificó; me abandonó en esta isla, donde sin cantar espero al Espíritu, la muerte única, mirando el mar invariable y fatigoso como el tiempo, como el vuelo de los pájaros y como el ruido de las armas, y que, al igual que ellos, tampoco representa la Eternidad". pág. 150
El estilo de Michon es maravilloso, siempre en busca de "ese poco de verdad mortal que arde en el corazón frío del escrito, la belleza parca del uno y el esplendor impasible del otro". 
"No era el gusto del oro, no, ni el de las masacres, ni el de ser el primero de los mortales; era esa frase infinita que siempre se nos escapa, va a otra parte con las nubes, sólo culmina en el cadáver, era lo que le faltaba y era quizás el mundo. Para esa oquedad, yo tocaba la lira" p.139
Este libro es pura literatura, su epítome y su canto: contar para recrear, evocar aunque sea para mentir. Narrar las historias de los hombres.

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