jueves, 23 de mayo de 2013

Stoker

de Park Chan-wook










Densa y malsana,
gloriosamente morbosa es esta película en la que el director nos va apretando un cinturón (literalmente) alrededor del cuello hasta someternos por asfixia.

India Stoker (Mia Wasikowska) acaba de perder a su padre en un accidente de coche el mismo día que cumple 18 años. Al entierro se presenta su tío Charlie (Matthew Goode), hermano del fallecido. Tan turbio como encantador, mientras consuela a su cuñada Evelyn (Nicole Kidman), efectuará una campaña de ocupación en toda regla mientras busca la complicidad de India. El pasado o el sótano serán buenos guardianes de sus secretos.

No es una obra maestra, pero sí es una obra redonda, de ritmo pausado y exquisito, con una férrea maquinaria que se alimenta de clics y silencios. Llama la atención que a pesar de venir de un tipo que tiene en su haber obras tan lunáticas con Soy un Cyborg, o tan poderosas como Old Boy, más que una obra de alcance parezca un riguroso ejercicio de estilo. El empeño y la minuciosidad con que el director se dedica al destilado de la inquietud, así lo atestigua. 

El propio guionista -Wentworth Miller, protagonista de la serie "Prison Break"- ha declarado que su punto de partida fue La sombra de la duda del maestro Hichtcock y supongo que esa deuda tan enorme es la que arrinconó al guión en la Black List de 2010 (esos guiones que van de mesa en mesa condenados). Park Chan-wook parece que supo ver un poco más allá.

El principal valor de la película es la puesta en escena, su composición milimétrica. Cada plano rastrea los objetos, gestos y miradas preñándolos hasta lo más hondo de una viscosa aprensión.
Una secuencia de ejemplo: la cámara sigue a India hasta el umbral del salón donde la deja embozada y se desliza hasta un primer plano del rostro de Evelyn mientras Charlie cierra las cortinas de los ventanales. La cámara recoge la mirada de éste y prendida a ella vuelve hasta la oculta India que escucha las confidencias de su madre: "A mí no me importa quién eres", le confiesa. Todo ha sido como un baile y la complicidad queda establecida.
Otro aspecto que subraya la textura obsesiva del film es la colección de objetos en los que la cámara se detiene con una mirada hipnótica: El cinturón del padre, la araña que le sube a India por el calcetín, los zapatos siempre iguales que recibe en cada cumpleaños, los primeros zapatos de tacón que su tío le calza complaciente.
Como si viniese a liberar los instintos de su sobrina, el tío Charlie insiste en ofrecerle la que será su primera copa de vino. El líquido en sus labios adquiere un profundo simbolismo. "¿Qué quieres de mí?", le  manifiesta a su nuevo sacerdote.

En un mundo claustrofóbico que se ciñe al interior de la casa, el tío Charlie se arroga el papel de guía del desfiladero que conducirá a su sobrina hacia los vértigos de la perturbación.



El paralelismo entre el plano de presentación de tío Charlie y el plano final de India abogan por una malsana continuidad.

Y es que estamos ante una cuidadísima producción que nos entrega un fascinante juego de simbolismos en sus imágenes: hay una transición donde la cámara penetra entre los cabellos de Evelyn hasta derivar en un campo que es realmente mágica. También el juego del color donde las paredes rojas o verdes subrayan el solaz o el crimen, o la utilización de vanos y escaleras para el acecho: "te sientes inferior porque estás ahí abajo", le indica el tío Charlie a su sobrina y ella asciende lentamente los peldaños hasta situarse por encima.

Un brillantísimo Matthew Goode representa con sutiliza a un personaje ambiguo y atormentado pero con un gran poder de control. Pulsando las notas del piano o de las emociones más viscerales es capaz de ejercer una inquietante seducción.

Por su parte Mia Wasikowska se convierte en la reina de la función. Expectante y contenida deambula por un laberinto tanto interior como exterior y como un eco nos permite atisbar una pulsión arrebatadora y salvaje.

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