lunes, 20 de mayo de 2013

La sexta lámpara

de Pablo de Santis






Se narra en esta novela la vida de Balestri, un arquitecto visionario, obsesionado con la arquitectura del significado, cuya obra emblemática, el Zigurat, será capaz de albergar la vida en todas sus horas: compendio definitivo de la ciudad de los rascacielos, medio torre de Babel, medio catedral. 

El origen de la novela se remonta al atentado sobre las Torres Gemelas de Nueva York. En aquella época el autor leyó una entrevista con el arquitecto de las mismas, el japonés Minoru Yamasaki y ahí empezó a germinar la historia.

La novela reúne una buena porción de ideas brillantísimas, como el Club de las Seis Lámparas, un grupo de poder oculto que rige sobre la construcción de los rascacielos. El Museo Caylus que alberga maquetas de edificios que nunca llegaron a construirse y un montón de referencias históricas e imaginarias como los santones arsami, unos arquitectos estrictamente mentales o los ecos de Ciudadano Kane que reverberan en la hora de la muerte, cuando después de meses de afasia, Balestri sólo logra decir "Zigurat"; la obra que soñó durante toda su vida y que jamás logró construir.

El autor pone en juego una fértil imaginación y dota al relato de un preciso dinamismo, impulsado todo ello por un estilo agilísimo. La novela se compone de cien capítulos muy cortos, de dos o tres páginas, que como ladrillos van componiendo la vida del arquitecto. Su lectura se te va en un suspiro.
"Entre los materiales de lectura, Balestri había traído la última y detalla carta de Pollack, donde le hablaba de un frustrado proyecto del siglo XIV, una iglesia cuyos planos Pollak había encontrado en una zona sin clasificar de la biblioteca vaticana. El autor del proyecto era Thomas de Varens, que en 1341 había imaginado un templo gigantesco, que completó con el diseño de cada escultura y cada vitral, además de bocetar bancos, altares y tapicería. La idea que recorría la iconografía desplegada en el interior de la iglesia consistía en que el hombre no era digno de entrar en la casa de Dios.   (...)
La catedral de Varens se convirtió en una obsesión para Balestri, que le dedicó a la obra más de cien apuntes de sus quaderni. Y en muchos de los edificios en los que trabajó -y sobretodo en las versiones finales del proyecto de su vida, Zigurat- insinuó esa aspiración al lugar cerrado donde significado y vacío coinciden". pág. 34-35

El interés del relato es indudable y se mantiene hasta la última página. Sin embargo no puedo dejar de pensar  que el edificio es poco denso y su contenido liviano. 
Tanto el Club de las Seis Lámparas que coartó la obra de Balestri, como la Sociedad de Arquitectura Utópica que desentierra su legado, constituyen ideas evocadoras, pero sus acciones o tejemanejes quedan fuera del relato. En el decurso de la obra carecen de entidad. En cambio lo que se cuenta tiene un carácter muy doméstico. 
Aunque la peripecia es eficaz y seductora no llega a tener esa luz mágica que por las ideas que maneja atesora.
"En el siglo IV el emperador Justiniano envió a sus mejores expertos en derecho hasta los últimos rincones del imperio, para reunir la totalidad de las leyes existentes y concentrarlas después en un código único, que estuviera  a salvo de las diferencias geográficas y culturales. Quisimos hacer algo parecido. Nos reunimos en un hotel que tenía un salón subterráneo, destinado al juego clandestino. Contra las paredes había unos cuadros apagados que mostraban estatuas gastadas y columnas rotas entre la maleza. Siete lámparas de bronce, que no habían sido lustradas en años, iluminaban la sala. Uno de mis compañeros recordó Las siete lámparas de la arquitectura, de John Ruskin, que había leído en su juventud, y fue dándole a cada una de las lámparas el valor que le correspondía. La primera el sacrificio, la segunda la verdad, la tercera el poder, la cuarta la belleza, la quinta la vida, la sexta la memoria, la séptima la obediencia. Un holandés, cuyo nombre no recuerdo, hizo notar que la sexta no encendía. Los grandes monumentos, dijo, conservan el pasado a través de símbolos; el pasado visible, histórico, pero también el otro: el reconocimiento que sobrevive sólo en el secreto". pág 194-5
Nótese que la sexta lámpara corresponde a la memoria (en este caso la de Balestri) y que no enciende. Asimismo que la sala de reunión estaba destinada al juego clandestino.

La novela constituye una evocación permanente de arquitectos que soñaron, de edificios que no fueron y de vidas que no lograron su culminación. Quizás el Museo Caylus sea el epítome  de este universo de quimera, de todo aquello que no llegó a ser realidad. 
"La historia había tratado con más delicadeza a los edificios hechos de palabras que a los grandes monumentos, por profundos que fueran sus cimientos, por indestructibles que parecieran los bloques de piedra o mármol que los formaban. De los tiempos de Babel no queda casi nada, pero todavía queda esa palabra: Babel.
  Mi teoría de la ruina, escribía Balestri, tiene que llegar más lejos: hay que encerrar en los edificios ruinas; y dentro de la ruina un mensaje hecho con la materia misma de nuestra vida. un signo único, un jeroglífico que espere, tanto tiempo como sea necesario, el relámpago de la revelación". pág. 277
Entre los capítulos del libro no dejamos de encontrar personajes e historias muy sugerentes, como el ambiente kafkiano que se respira en el subsuelo del estudio donde Balestri comienza su vida profesional: unos copistas casi ciegos, alejados de los arquitectos y  encerrados en un submundo se nos presentan como unos amargos augures.
"No desprecie esta sección, señor Balestri. En los pisos superiores se nos ignora, pero nuestra influencia es decisiva, un trabajo de topos. Imagine que alguien, un anónimo copista, abocado a la construcción de la muralla china, modificara en un grado el ángulo de la construcción. En la cercanía, la transformación sería mínima, pero a miles de kilómetros de distancia, el trazado de la obra sufriría una variación inconmensurable. Yo podría llevarlo por la ciudad y señalarle, en el fondo de los pasillos, en los sótanos, en las alturas, el fruto de mis modificaciones. Ellos nos ignoran, pero desde nuestro sótano cambiamos en secreto la forma dela ciudad". pág. 69
Creo que los materiales están por encima de la realización, la promesa es mayor que la revelación. De la Sociedad de Arquitectura Utópica no volveremos a saber nada desde el comienzo del libro. "Todavía existe el prejuicio de que los grandes arquitectos son los que dedicaron su vida a construir. Nosotros perseguimos las huellas de quienes sólo dejaron planos y bocetos a sus espaldas."

Del Club de la Seis Lámparas no entrevemos más que su reunión iniciática. La epopeya sólo queda apuntada. La Depresión del 29 o la trascendencia de las ideas de Balestri en la arquitectura del III Reich se quedan en meras notas a pie de página.
Me quedo con un relato muy ágil y entretenido, con abundantes gemas de corte fantástico como la de estos santones hindúes.
"Los arsami empezaban por imaginar la planta baja del templo, y sólo pasaban al primer piso cuando habían visto con claridad hasta la última lámpara y el más pequeño de los insectos que giraba a su alrededor. Un piso podía llevarles un año o un día; a veces encontraban en algunos pisos superiores un agujero por el que caían al vacío; otras veces, la misma torre, por un defecto en los cimientos, se derrumbaba. En estos casos, el santón, el arsami, aprisionado en su visión, moría. Cuando la visión lo abandonaba y no podía seguir construyendo, entonces se limitaba a dejar esa vida y a retomar alguna antigua ocupación. Cuando sus edificios mentales llegaban a una buena altura, los arsami perdían la palabra. Estos hombres santos trabajaban con códigos de construcción muy precisos; el hecho de que se tratara de edificios inmateriales, lejos de disminuir los problemas técnicos, los aumentaba hasta extremos indecibles. Por eso sus códigos debían ser tan rigurosos; además sus torres imaginarias sostenía, de acuerdo con sus creencias, el edificio del mundo.
  -No había vuelto a pensar en aquello desde que lo vi a usted, Balestri. Cuando lo escuché hablar, recordé el relato de aquel inglés. Usted no es un arquitecto: es un arsami. Tenga cuidado con las cosas que piensa. Caer desde las alturas imaginarias también es mortal.  pág. 203-4

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