viernes, 8 de marzo de 2013

Mil cretinos

de Quim Monzó







Me gusta de Monzó su manera observar la condición humana. Es original, insolente, muchas veces inmisericorde y algunas incluso tierna. Casi siempre pone el foco en el trasunto de unas vidas convencionales y bucea hasta el fondo de sus almas encontrando el vértigo o directamente el absurdo.

En Una Noche y Otra Noche es capaz de dar una vuelta de tuerca más a historias conocidas. En la primera al cuento del príncipe azul que ha de besar a la princesa para despertarla. La segunda es sobre un hombre que padece insomnio e intenta arreglarlo con libros aburridos, revistas de bricolaje o lo que sea mientras su mujer duerme.


Me gustan especialmente Mirando por la ventana, El amor es eterno y Sábado. Los tres tienen ese ligero toque kafkiano en que la realidad pierde su textura para convertirse en una masa amorfa. En Sábado, una mujer desmonta poco a poco su piso. Hace paquetes con fotos, recuerdos y ropa y los deposita en la basura. Luego continúa con los muebles y todo el piso. Y hasta con ella misma. Cada vez que sale se viste de calle, cada vez que vuelve se pone cómoda. Todo se convierte en un rito del que se nos da cuenta al detalle. En Mirando por la ventana se produce un extraño ensimismamiento:
"Hay mucha gente que mira por la ventana, de paso, para cotillear, para pasar el rato. Yo mismo he mirado así muchas veces. Pero esta vez es diferente. Esta vez se trata de dedicarse a mirar por la ventana, no a ver tal o cual cosa, o a fisgonear qué hacen o dejan de hacer los vecinos. De hecho, me daría igual no ver nada. Si afuera hubiese una niebla espesa, yo seguiría mirando por la ventana con la misma dedicación, y el goce que obtendría con ello tendría la misma fuerza porque no me lo proporciona lo que veo o no por la ventana, sino el hecho de mirar por ella.". pág. 67
En El amor es eterno sucede lo que a muchos de los personajes de Monzó, esa colisión de deseos, intereses y dudas que los mantiene en permanentemente zozobra hasta toparse justo con lo que trataban de evitar.

El libro se divide en dos partes. Los relatos que conforman la segunda son más ligeros, casi rozando la anécdota, con un pellizco juguetón a la realidad. En El tenedor una mujer cae su tenedor, lo recoge, lo limpia y se lo cambia a su marido. En Muchas felicidades, el marido de turno se percata de que durante los últimos quince cumpleaños siempre ha recibido de su mujer un jersey invariablemente de pico y color amarillo-ocre. Confía en cambiarlo. En Shiatsu unos jóvenes estudiantes van ocupando poco a poco las mesas de un bar hasta expulsar al resto de clientes. Es como una partida en el tablero del bar o una observación entomológica. 

Pero incluso en los más leves se aprecia esa aguda mirada sobre la vida y sus habitantes que la deja ante nosotros límpida y desnuda; obligándonos a mirar con perplejidad los ritos de la vida cotidiana como si fuéramos unos extraterrestres recién llegados.

La ironía sobre el oficio de escritor también aflora en Treinta líneas, sobre la moda del microrrelato; y en La alabanza, bastante mejor y de tinte jamesiano. 

Sean más leves o ambiciosos, en todos los relatos aparece el estilo ágil, brillante e irónico de un autor inconfundible. Me gusta más cuanto más burlón y surrealista; aunque algunos de los relatos escrutan a las claras la decrepitud y la muerte como en La llegada de la primavera y El señor Beneset.


Ventura Pons estrenó una película con el mismo título del libro y algunos de sus relatos. Sólo la nombro, no la recomiendo. 

P.D. Para quien quiera conocer más del autor, creo muy precisos y acertados los comentarios de Julià Guillamon sobre alguno de los libros de Quim Monzó:
"Uf, dijo él y Olivetti, Moulinex, Chaffaeauteaux et Maury... representan el anverso y el reverso de una misma situación. En el primer libro, Monzó describe un mundo encasquillado, que encuentra una vía de fuga en el sueño, en la imaginación o en el amor, que transportan a los personajes a espacios de maravilla. En el segundo, describe una realidad alienada, sometida a un mecanismo grosero, contra el cual nada se puede hacer.

Guadalajara (1996) escenifica el ocaso, el declive, el laberinto sin salida que insinúa la muerte. Los cuentos más realistas tratan de un deseo fugaz o de una ocasión perdida. Las fábulas plantean angustiosas situaciones sin salida en laberínticos inmuebles y macabras celebraciones familiares.

Con El mejor de los mundos (2001), su mejor libro, encuentra una salida a esta situación de impasse. Nunca como hasta ahora Monzó se había mostrado tan cruel y desesperado. Sus cuentos describen un mundo del que ha desaparecido cualquier piedad. La historia del chico disecado o la del feto en la bolsa de plástico de El Corte Inglés, están contadas con naturalidad aparente para conseguir el mayor impacto sobre el lector."

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