martes, 12 de marzo de 2013

La bestia con cinco dedos y otros relatos de horror y misterio

de William F. Harvey




Pocas cosas hay más deliciosas para mí que coger un libro de la Colección Gótica Valdemar y sumergirme en un relato terrorífico o fantástico. El primer libro que compré de esta colección fue Corazones Perdidos, los 31 relatos de fantasmas escritos por el erudito M.R. James, y desde entonces cada uno de ellos constituye una joya de mi biblioteca.

Por eso no puedo sino suspirar de gozo al afrontar una tarde de este lluvioso invierno con el libro entre las manos. Sus vicarías de piedras mohosas y sus páramos desolados esconden el puro deleite.

Me llama la atención la forma de resolver unos cuantos relatos, en que el propio narrador aventura una explicación, sobrenatural o no, dejándolo ahí, sin que sepamos a ciencia cierta si eso es lo que pasó. Óscar Palmer Yáñez, en el prólogo, ya nos avisa de que "su personalísimo modo de afrontar la narrativa fantástica, sin renunciar a las convenciones del género pero adoptando un tono ligeramente distanciado, a medio camino entre el humorismo irreverente (probablemente su educación cuáquera impidió que pudiera tomarse demasiado en serio los horrores sobrenaturales sobre los que pretendía escribir; de ahí que muchos de sus cuentos sean deliberadamente ambiguos: lo sobrenatural siempre puede ser explicado como signo de locura) y la fascinación por el género", le hacen un autor muy peculiar.

Esta ambigüedad aparece pletórica en La Herramienta, uno de los relatos más extraordinarios del libro, donde un pobre vicario descubre el cadáver de un marino en los páramos y al despertarse al día siguiente se percata que en su mente ha perdido un día entero. Hojeando una revista en la posada ve una ilustración que reproduce la misma escena que ha vivido y con la siguiente leyenda, "¿Qué no habría dado por eliminar aquella visión de su memoria?" . 

El páramo es uno de los parajes recurrentes de Harvey. Los de su tierra natal de Yorkshire.  Aunque habitados por la soledad y el frío, no son éstos los que finalmente te hielan el corazón. En A través de los páramos el personaje es el escenario que por supuesto incluye un aparecido. También El corazón del fuego nos presenta un caserío perdido, aplastado por la soledad y los años, en la que su propietario comete un crimen durante una noche invernal. A ese cuerpo y esa noche quedará encadenado toda su vida, rememorándolo en el preciso instante de su muerte. La señorita Avenal languidece asimismo en una estancia remota. Hasta allí es enviada una enfermera que verá cómo su vitalidad se le va escapando mientras su paciente florece. 

Me encantan esos parajes desnudos preñados de misterios. Envidio esa tradición literaria tan inglesa de fantasmas y páramos. Los transitó Holmes en el misterio de Baskerville así como el padre Brown de Chesterton. También algunas páginas de Stevenson los recorren. Mi mente se evade perezosa por la geografía española en busca de una réplica hasta que de pronto se ilumina con los candiles de Anxel Fole (Cuentos para leer en invierno), lo cual no es poco.

En el libro hay un grupo de relatos deudores de las sutilezas del comportamiento. Allí el misterio e incluso el horror se desliza hacia el desequilibrio mental. Así por ejemplo en El Doble Demonio y en La Señorita Cornelius. Este último tiene una progresión angustiosa en la que un científico es llamado para observar unos hechos telequinéticos. En primera instancia declara la falacia del asunto, pero poco a poco él mismo será empujado hasta el centro de una obsesión. 

El Reloj y El oratorio de los Arkadyne comparten el sustrato de las casas encantadas. El oratorio en cuestión está unido a la casa y a la capilla, en él se encuentra “algo conectado con dolor, fuego y un pájaro y con algo que además era hermoso”. 

Quizás los mejores son los que descubren ciertos pliegues del espacio-tiempo en los que uno mismo puede descubrir, durante un paseo, una lápida tallada con su nombre (Calor de agosto). O también puede ocurrir que después de escribir un relato sobre un monje protector de sagrados manuscritos, se te presente con su barba y su levita a tomar el té y te amoneste veladamente para que guardes el secreto (El Seguidor). Algo semejante ocurre en Desenrollando donde se juntan dos momentos separados por unas decenas de años. En el primero un joven caballero deja huir a un criminal. En el segundo, ya mayor, un inocente juego de salón con sus sobrinos delatará a uno de sus invitados como a aquel criminal.

Restan dos cuentos que refieren fuerzas ancestrales. En Peter Levisham se alude al ímpetu de una fuerza que arrastra a Daniel Crockett hacia varios encuentros fortuitos con el tal Levisham. En el último de ellos acude a sus oficinas y algo le impele a quedarse un tiempo determinado a pesar de que Levisham está ausente. Todo ello será determinante en un juicio posterior. 

Por su parte Sambo es un muñeco que un tío envía a su sobrina desde África. Poco a poco la niña es obligada a deshacerse del resto de los muñecos e incluso a sacrificarlos de modo horrendo. El cuento resulta magistral por la forma tangencial en que está narrado. El autor observa desde fuera los inocentes juegos de la niña hasta hacernos percibir el poder espeluznante del muñeco. 

El autor del relato inconcluso El Seguidor nos ofrece las claves del propio Harvey: "lo principal era ser capaz de reflejar adecuadamente la atmósfera, el conocimiento aparente y el miedo desconocido”. (pág. 178)

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