martes, 19 de marzo de 2013

El LIBRO de MONELLE - de Marcel Schwob







Desgarradoras en primer término, las palabras de Monelle son también mórbidas y sensuales. Predican un juego profético y aúnan belleza y dolor en su hálito decadente.  













"Monelle me halló en el páramo en donde yo erraba y me tomó de la mano.
   -No debes sorprenderte -dijo-, soy yo y no soy yo;
   Volverás a encontrarme y me perderás;
  Regresaré una vez más entre los tuyos; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido;
   Y me olvidarás, y me reconocerás, y me olvidarás.

Y Monelle dijo: Te hablaré de las pequeñas prostitutas, y conocerás el comienzo.

A los dieciocho años, Bonaparte el asesino se encontró a una pequeña prostituta bajo las puertas de hierro del Palais Royal. tenía el semblante pálido y temblaba de frío. Pero "había que vivir", dijo. ni tú ni yo conocemos el nombre de aquella pequeña que Bonaparte llevó a su cuarto del hotel de Cherbourg, en una noche de noviembre. Ella era de Nantes, en Bretaña  Estaba débil y cansada, su amante la había abandonado. Era simple y buena; un sonido muy dulce tenía su voz: de todo eso se acordó Bonaparte. y pienso que después el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas, y que la buscó largo tiempo en las noches de invierno, pero no volvió a verla jamás.
El libro de Monelle en Demipage
Pues tienes que saber que las pequeñas prostitutas no salen más que una vez de la muchedumbre nocturna por una tarea de bondad. La pobre Anne se acercó a Thomas de Quincey,el comedor de opio, que desfallecía en Oxford Street bajo las grandes lámparas de aceite. Húmedos sus ojos, ella le acercó a los labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y lo mimó. Después de sumió otra vez en la noche. Quizá murió al poco tiempo. Tosía, dice de Quincey, la última noche que la vi. Tal vez vagaba todavía por las calles  no obstante la pasión de su búsqueda, y por mucho que soportó las risas de aquellos a quienes se dirigía, Anne se había perdido para siempre. Cuando tuvo más tarde una casa caliente,a menudo pensó, entre lágrimas, que la pobre Anne habría podido vivir allí a su lado; en lugar de ello se la representaba enferma, o moribunda, o desamparada, en la insondable negrura de un burdel londinense, y se había llevado consigo toda la amorosa piedad de su corazón.

Mira, ellas profieren un grito de compasión por ustedes, y les acarician la mano con su mano descarnada. no los comprenden a menos que sean muy desdichados  lloran con ustedes y los consuelan  La pequeña Nelly vino hacia el convicto Dostoievski desde su casa abyecta; desahuciada de fiebre, lo miró largo rato con sus grandes y negros ojos trémulos. La pequeña Sonia (existió, como todas las otras) abrazó al asesino Rodión después de la confesión de su crimen: "¡Usted está perdido!", dijo con un acento desesperado. y de pronto se alzó para arrojarse a su cuello y abrazarlo..."¡No, no hay ahora mismo sobre la tierra un hombre más desgraciado que tú!", gimió en un arranque de piedad, y estalló de repente en sollozos.

Como Anne y como aquella que carece de nombre y se acercó al joven y triste Bonaparte, la pequeña Nelly se hundió en la niebla. Qué fue de la pequeña Sonia, pálida y descarnada, Dostoievski no lo ha dicho. ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a Raskolnikov hasta el final en su expiación. yo no lo creo. Se fue muy dulcemente entre sus brazos, tras demasiado sufrir y demasiado amar.
Ninguna de ellas, debes saberlo, puede quedarse con ustedes. Estarían demasiado tristes y les de vergüenza quedarse. cuando ustedes ya no lloran, ellas no se atreven a mirarlos. Le enseñan la lección que han de enseñarles  y se van. Vienen a través del frío y la lluvia a besarlos en la frente y enjugar sus ojos y las horribles tinieblas vuelven a atraparlas. Pues deben tal vez irse a otra parte.
Ustedes no las conocen sino mientras ellas los compadecen. No hay que pensar otra cosa. No hay que pensar en lo que ellas han podido hacer en las tinieblas. Nelly en la horrible casa, Sonia borracha en un banco del bulevar, Anne devolviendo el vaso vacío al tabernero en una calleja oscura tal vez fueran crueles, obscenas. Son criaturas de carne. Han salido de un sombrío callejón para dar un beso bajo la lámpara encendida de la calle. En ese momento eran divinas.
Todo lo demás hay que olvidarlo.

Monelle guardó silencio y me miró:
Yo he salido de la noche, dijo, y a ella regresaré. Porque yo también soy una pequeña prostituta."


Este es el comienzo de Las palabras de Monelle, primera sección de El Libro de Monelle, de Marcel Schowb.









Ariel Dilon,  en el Prólogo al "Libro de Monelle" en LONGSELLER, Buenos Aires 2005, escribe:

 "Marcel Schwob fue un lector de una curiosidad y de una erudición inmensas; periodista y cronista de talento, traductor ambicioso, maestro de la prosa simbolista, alcanzó renombre gracias a sus colecciones de cuentos (Corazón doble, El rey de la máscara de oro, La cruzada de los niños). Su vena fantástica se mezcla con una preferencia por los marginales de la historia, en una escritura límpida, elegante y precisa cargada de un fino humor y de una esencial compasión. Poco antes de 1891, conoció a la joven Louise, una trabajadora de espíritu infantil, que vivía de manera más que humilde y que, en ocasiones, había practicado la prostitución. (...)
Louise estaba minada por la tuberculosis.  Schwob cuidó de ella con devoción, pero la muchacha murió el 7 de diciembre de 1893. Tenía veinticinco años, es decir, apenas era más joven que el propio escritor: el definirla como una niña responde más a una apreciación del carácter que a la condición real de la joven. La muerte de Louise lo había arrasado. (...)

En el verano de 1894, se publica por primera vez El libro de Monelle, texto inclasificable, suerte de evangelio de inocencia y de piedad, al mismo tiempo que manifiesto de un nihilismo absoluto, que combina cuentos ("Las hermanas de Monelle"), aforismos y poemas en prosa. El libro es un reflejo del clima anarquista de la época —que tuvo otro alto exponente literario en la obra de Alfred Jarry, discípulo confeso de Schwob—pero, sobre todo, del genio del escritor para convertir en sustancia estética los materiales del dolor, de la marginalidad y del desamparo. Muchas premisas concurren en la redacción de El libro de Monelle. Aun cuando la impronta del dolor real por la pérdida de Louise estuviese todavía grabada en su conciencia, Schwob se despega de su caso y lo sublima a través de Monelle, alma del libro, de quien hace el autor una auténtica niña de no más de doce años. Su desamparo y su lucidez extienden un manto de fraternidad infantil sobre las "pequeñas prostitutas", como Louise misma y como los personajes de la literatura que invoca en sus primeras páginas: las heroínas "deshonradas" de Dostoievski, la figura femenina de Anne en las Confesiones de Thomas de Quincey, la prostituta de una página del diario de juventud de Napoleón Bonaparte. Pero ni Monelle ni sus hermanas —que protagonizan los cuentos de la segunda sección— ejercen la prostitución. Son, sí, niñas de una marginalidad social o espiritual patente, que no se amoldan a los designios de una sociedad en la que el trabajo y la pérdida de la inocencia son de alguna manera sinónimos. Estos niños se resisten a ser expulsados del Edén infantil en el que el trabajo no existe, en el que el tiempo no pasa, en el que el misterio de la existencia está todavía intacto, visible, y es lo que domina sus vidas. La primera sección, "Palabras de Monelle", es un verdadero manual de anarquismo, escrito en el estilo aforístico de los textos sapienciales.

Mucho de lo que dice Monelle allí podría leerse como un credo estético, un manifiesto del arte del caos que anticiparon el propio Schwob y Jarry, y que tiene sus antecedentes en Arthur Rimbaud, Henry de Lautréamont, Charles Baudelaire, y mucho antes, Francois Rabelais y Francois Villon, a quien tanto admiró Schwob. Monelle celebra el culto del instante, enseña a destruir lo pasado, instrucción que podría corresponder al budismo o al taoísmo, pero que al mismo tiempo sirve como invitación a quemar las formas anquilosadas de un arte perimido. La sección final del libro retoma ese tono profético y desgarrado que mezcla hedonismo, crueldad y piedad. Allí una secta de niños alucinados, como la de La cruzada de los niños —obra que Schwob escribió en 1896—guiados por una Monelle resurrecta, deambula por la tierra preconizando el olvido y la inocencia perpetua. El narrador terminará por apartarse, en el último párrafo, de ese mandato terrible, al comprender, tal vez, que en lo efímero de la niñez está su mismo encanto. La sección media del libro está ocupada por once cuentos protagonizados por niñas, donde Schwob, liberado del tañido de la voz profética de Monelle, hace gala de toda su sensibilidad, de su humor y de la sutileza de su prosa para retratar justamente lo efímero de esas niñas en las que toda la riqueza y la contradicción de lo humano están ya presentes. (...)

Schwob, ya célebre, pero enfermo desde la juventud a consecuencia del uso de drogas como el opio y el éter, en el final de su vida emprendió un viaje por mar, siguiendo la ruta de su admirado Robert Louis Stevenson. De regreso en París, trabajó en un ambicioso proyecto sobre Francois Villon, cuando lo sorprende la muerte en 1905 (sólo dos años antes que Jarry), a la edad de treinta y siete años. Su influencia literaria es enorme y mal conocida. Es la inspiración indiscutible del genio de Guillaume Apollinaire, es reconocible en André Bretón y los surrealistas, en Antonin Artaud (Heliogábalo), en Michel Leiris (Aurora). Pero el más ilustre de sus discípulos es argentino: lector de Schwob a los veinte años, Borges reconoció tardíamente su deuda decisiva hacia los modos de creación, de reflexión estética y filosófica del escritor francés, que están difundidos en toda su obra. Y todo esto, muy claramente en Historia Universal de la Infamia, que debe mucho a Vidas imaginarias. Antes de morir en Ginebra en 1986, Borges se hizo leer nuevamente el ensayo de Rémy de Gourmont consagrado a Schowb. La brevedad de la vida de Schowb pudo haberle inspirado al escritor argentino esta frase: "La vida es demasiado pobre par no ser, también, inmortal". 

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