sábado, 30 de marzo de 2013

Ehrengard

de Isak Dinesen






Mundialmente conocida por su novela "Memorias de África", donde de verdad encuentra Isak Dinesen la horma de su talento literario es en el cuento. Así lo atestiguan recopilaciones tan brillantes como "Cuentos de Invierno" y "Siete cuentos góticos".

Ehrengard fue publicado póstumamente y en él encontramos el supremo gozo de contar, refrendado inequívocamente por nuestro deleite lector. Como Vargas Llosa señalara, para Dinesen «contar era encantar". 

Desde su mismo comienzo el relato tiende a lo fabuloso. La distancia del narrador con los hechos narrados se expande por momentos y adquiere un ropaje casi ilusorio: "Una vieja dama contó esta historia: Hace ciento veinte años -empezó-, mi historia se contó sola." Así empieza. 

La historia se refiere al príncipe Lothar, heredero de la Gran Casa Ducal de Fugger-Babenhausen que, tras años de holganza, encuentra el amor de su vida. Su pasión por la princesa Ludmilla hace que el heredero se adelante "dos meses largos antes de lo que la ley y la decencia permitían." Menudo escándalo. Herr Cazotte, pintor de la nobleza y confidente de la Gran Duquesa será el muñidor de un plan. Una vez casados, los príncipes se retirarán a Rosenbad, un castillo idílico y remoto. Allí y en secreto nacerá el heredero retrasando su presentación hasta el momento oportuno. En una de sus cartas, Cazotte ve el castillo como un cuadro de Claude Lorrain. En el placentero y bucólico retiro se instala una reducida corte, como dama de honor se ha seleccionado a Ehrengard, joven de aristocrática familia militar y religión luterana; cuya belleza hermética querrá Cazotte seducir.
"Querida, adorada señora:
Llamáis seductor a un artista y no os dais cuenta de que le estáis haciendo el mayor cumplido. La entera actitud del artista hacia el Universo es la de un seductor. (...) Yo he seducido a un viejo puchero de barro y a dos limones hasta hacer que me rindieran su ser más íntimo, fueran míos y, en ese mismo instante, se convirtieran en fenómenos de irresistible hermosura y deleite." pág. 28-29





















Uno de los detalles más embaucadores y sutiles del relato son las cartas que recoge. La vieja dama cuenta la historia en la que participó su bisabuela, amiga y protectora de Herr Cazotte. Ambos mantienen una relación epistolar absolutamente desinhibida que nos introduce en la alcoba más íntima de los personajes. La vieja dama reconoce que "la mayor parte de lo que sé acerca de la historia de Ehrengard la debo a las cartas que él le enviaba."

El cuento tiene varios niveles que contrastan entre sí. Por un lado es un cuento oral, autoconsciente de su façon de raconter.
"Aquí -dijo la vieja dama que contaba la historia- finaliza esta parte segunda de mi historia que he titulado "Rosenbad". Ha ido un poco lenta, lo sé: así, por lo general, van las pastorales. Ahora, para recuperar el tiempo perdido, el último movimiento de mi pequeña sonata será un rondó, que quizá hasta pueda pareceros que termina con furore". pág. 88
Por otro están las circunstancias de la corte y el retiro de los príncipes Lothar y Ludmilla. Entremezclado a todo ello asistimos al ejercicio de seducción de Herr Cazotte. 

Tanto el perfil de Cazotte como el de Ehrengard están dibujados con una finura exquisita. Cazotte es un hombre de mundo, habilidoso y desenvuelto. Su lealtad es incuestionable, pero también actúa como un verdadero fauno. "Para su propia sorpresa, la Gran Duquesa se encontró al instante suspirando por Herr Cazotte. El rabo y la pata hendida del caballero desparecieron del cuadro", requiriendo de nuevo a su consejo. No menos paradójica es la personalidad de Ehrengard. Su estricta moral luterana y su entrenamiento militar poco valen ante las sutilezas mundanas. La pureza de su alma nos regalará una escena final sorprendente y emocionante.

Cazotte afronta la aventura toda como la composición de una obra de arte. Cuida los detalles, traza la filigrana y busca la profundidad allí donde el drama se acentúa. La pieza es todo un mecanismo maravilloso que juega con los modos de los relatos cortesanos y pastoriles para trascenderlos.

El estilo es lento y sinuoso, pero sazonado, nunca superfluo. El idilio nunca es pueril. Como acertadamente señala Javier Marías en el prólogo:
"En esta pastoral concebida a la sombra del Diario de un seductor de su otro compatriota ilustre, Kierkegaard, a la de Goethe, a la de Shakespeare  de The Tempest, está el artificio llevado hasta su último extremo, está la estructura -tan querida por la baronesa- de cajas chinas y de relato epistolar, está la desfachatez del cuentista que sacrifica cualquier regla si le es preciso para la eficacia de la historia, está bien presente, incluso explícito, el lema que Isak Dinesen adoptó durante la última etapa de su vida, "A Dios le gustan las bromas". Y está uno de sus temas preferidos, la relación y entretejimiento de vida y arte."
Leer a Dinesen es saltarse las modas y acudir a una de las más acendradas raíces de la literatura. Según Javier Marías "escribe como si no hubiera habido corrientes, ni escuelas, ni movimientos, ni progresos, ni cambios".
Al recibir el Premio Nobel, Hemingway declaró, "me habría quedado más contento si este premio se hubiese otorgado a una magnífica escritora, Isak Dinesen".

Por su parte Vicente Molina Foix ha escrito que «mientras la Europa de los narradores destruía con estudiado genio los patrones vigentes de la novela en las tres grandes lenguas de la crisis —el francés analítico de Proust, el alemán alegórico de los austrohúngaros, el inglés extraterritorial de Joyce—, una danesa paciente y memoriosa se dedicaba en África a recoger los restos de un logos vapuleado para recomponerlo como mythos (en el último cuento de sus Últimos cuentos resume en una página esa heroica tarea), recuperando también, en la contracorriente de los lenguajes rotos y las vastas empresas novelescas, la unidad del cuento y el repleto escenario de una Europa romántica».

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