domingo, 2 de diciembre de 2012

La vida de Pi

de Ang Lee

Esta película contiene algunas de las imágenes más esplendorosas de los últimos años, con un 3D que por primera vez nos muestra una imponente vena artística; pero en su conjunto se queda a mitad de camino, en tierra de nadie.

Pi es un niño indio cuyo padre es dueño de un zoo. Al surgir dificultades su familia decide embarcarse con todos los animales hacia Canadá. El barco se hunde en medio del Pacífico y Pi logra salvarse en uno de los botes; pero no está sólo. Le acompañará un tigre de Bengala con quien luchará y sobrevivirá durante 227 días. 














La película adapta la famosa novela de Yann Martel, Premio Booker 2002 y elige para ello una plasticidad visual suntuosa que por momentos apabulla por su belleza. 

La secuencia cósmica en que el tigre le cuenta a Pi lo que ve es visualmente prodigiosa. El lance del naufragio del barco es espectacular. El episodio de la isla antropófaga llena de suricatas  es fantástico; pero la película en su conjunto y la entidad de su historia quedan muy por debajo. Las partes son superiores al conjunto.

Todo el primer tercio del metraje dedicado a la infancia de Pi en la India resulta un tanto anodino. Como relato de formación está incompleto y su realismo mágico resulta un tanto cursi.
Asimismo reproducir en cine los esquemas literarios del libro va en su contra. Los intercalados con la entrevista entre el escritor y el superviviente son prosaicos y restan magia al relato.














La historia se pretende épica y el reto con que el tío de Pi fascina al escritor, "una historia que le hará creer en Dios", no es alcanzado. La lucha por la supervivencia y el respeto que alcanzan joven y tigre absorben todas las emociones, que no son pocas; pero no hay mayor trascendencia por mucho que se publicite.

Suraj Sharma responde con solvencia a un reto que por solitario no era fácil. 

Hay dos momentos que me gustan especialmente por la sugerencia que entrañan. Uno ocurre cuando el Pi adulto ya ha contado las dos versiones del naufragio, primero acompañado con animales y luego con personas. En ese momento les pregunta, tanto a los investigadores de la naviera como al escritor (y a nosotros mismos): ¿cuál de las dos historias prefiere?















El otro lo intuyo como una especie de clave. Cuando el tigre está parado en la barca, mirando al infinito mar y el firmamento, lo vemos desde atrás, escorado. El muchacho le exhorta entonces a que le cuente lo que ve y en ese momento explota ante él un número mágico de luces y colores donde se mezclan anhelos y recuerdos. Una serie de imágenes en las que Claudio Miranda -director chileno de fotografía- nos impacta y deslumbra como en un ejercicio de comunicación ultrasensorial sobre el vigor de la vida, la fogosidad del mundo y la vehemencia de nuestros creencias. Pues bien, en el plano final, Pi recuerda el momento en que el tigre huye de él hacia la selva y justo en el límite se para. El plano nos lo presenta igualmente desde atrás, escorado. Pero no se vuelve, como emplazándonos a completar la historia.

P.D. ¿Por qué 227 días exactamente?
Quizás porque si dividimos 22 entre 7 nos acercamos mucho a pi. Quién sabe.

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