domingo, 25 de noviembre de 2012

MELANCOLÍA - de Lars von Trier



La película tiene tres partes bien diferenciadas. La introducción es fascinante, resume toda la película y constituye una pequeña obra maestra llena de imágenes maravillosas cuya ralentización no hace sino hipnotizarnos.

La primera parte está dedicada a Justine, interpretada espléndidamente por Kirsten Dunst. Esta parte del metraje lo ocupa el día de su boda y Justine se lo pasa enfundada en el traje blanco. 
Esta celebración reproduce todo un ecosistema, el de familia, amigos y jefe, que nos muestra lo peor de la especie. El padre infantiloide y gracioso (Justine lo persigue, necesita hablar con él, pero siempre logra escaquearse), madre resabiada, jefe abusón que pretende exprimirla incluso ante el altar, etc. Este ecosistema se ubica en un mundo cerrado, la fastuosa finca que la hermana ha cedido para la ceremonia. Encerrados y asfixiados en su convencionalismo e hipocresía nos hacen recordar a El ángel exterminador del maestro Buñuel.

La segunda parte es como el espejo negro de la primera. Del fiasco de su boda, Justine ha salido con depresión, sólo quiere abandonarse y dormir. El drama de su hermana, burguesa propietaria de la mansión, toma el relevo. La amenaza del planeta Melancolía, que se acerca peligrosamente a la Tierra, se coloca en primer plano y la angustia se apodera de esta familia. Justine simplemente espera, sólo quiere ser espectadora. 

Melancolía se convierte en un foco que alumbra el firmamento, pero también el alma de estos seres. Justine no teme la destrucción (su nombre no parece elegido al azar). De hecho, en una poética imagen, se tumba desnuda sobre el césped, ofreciéndose a una gozosa inmolación. Mientras tanto su hermana Claire desespera y Justine trata de tranquilizarla. Ella ha aprendido que la vida es sufrimiento y desolación. La destrucción del mundo se constituye en metáfora de la depresión de Justine.

Las heroínas con que Lars von Trier ha sembrado su filmografía tienen aquí dos representaciones antitéticas. Ambas son el anverso y el reverso de cómo afrontar la existencia.  Justine no comparte la vileza y cinismo de la sociedad en que vive. Su hermana Claire en cambio es absolutamente convencional. 



En general cabe  decir que la película tiene un poderío visual al alcance de muy  pocos autores;  pero creo que en su conjunto está desequilibrada y su tesis tiende a la vacuidad. La introducción es poesía visual, el final es apoteósico; pero entremedias hay pocas novedades. Hay muchas escenas que no aportan nada. Mostrar los males de la sociedad a través del artificio de una boda tropieza con numerosos lugares comunes y carentes de interés.


Me interesa más la niebla gris, la depresión. Y la metáfora. Hay un punto de inflexión, una clavija que nos da la clave de este mundo cerrado que tiende a la implosión.  En cada ocasión que Justine intenta huir de la mansión algo lo impide. El puentecito de madera que en varias ocasiones intenta cruzar sin conseguirlo emerge como una fatalidad. Claire logra huir en primera instancia, con el coche eléctrico de golf, pero a la postre vuelve a la mansión.


Melancolía es sobre todo una creación visual, inundada de imágenes bellísimas, como esa interpretación de la Ofelia de Millais o el plano final con las dos hermanas y el niño esperando el fin. 

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