viernes, 10 de agosto de 2012

¿Y ahora adónde vamos?

de Nadine Labaki



Con guión, dirección e interpetación de una deslumbrante Nadine Labaki; esta artista libanesa nos presenta una fábula con toques de realismo mágico. En una aldea de Oriente Medio, separada del mundo, las mujeres se confabulan para sacar a sus maridos e hijos de la espiral de odio y muerte en que viven inmersos  judíos y palestinos.

La secuencia inicial tiene una gran fuerza poética. Los planos que fotografían la aldea son acompañados por una voz en off:
"La historia que voy a contar es para todos aquellos que quieran oír una historia de gente que ayuna, una historia de gente que reza. La historia de un pueblo aislado, rodeado de minas que está solo entre el cielo y la tierra perdido entre dos guerras. Dos clanes con el corazón roto bajo un sol abrasador, con las manos manchadas de sangre en nombre de la cruz o de la media luna, en este solitario lugar que ha escogido la paz y que ha tejido su historia con armas y alambradas. Es una historia de mujeres vestidas de negro, sin estrellas relucientes ni flores hermosas, cuyos ojos están maquillados con ceniza y cuyo destino ha querido hacer de la valentía su virtud "
A continuación un numeroso grupo de mujeres enlutadas de pies a cabeza avanza hacia el cementerio por un camino polvoriento. Una sencilla base rítmica provoca unos pasos de baile contenidos y acompasados.

Esta  estupenda presentación continúa como una comedia italiana llena de matronas, cocinas y dulces; algún otro momento musical y finalmente el ineluctable punto de tragedia. 
Sin duda las intenciones de la realizadora son superiores al conjunto de su película que se muestra irregular y no acaba de conjuntar las partes; aunque el interés no decae y la historia logra completar satisfactoriamente su periplo.

Esta rebelión de las mujeres posee un ingenuo tono de denuncia del sinsentido de la guerra, del horror de la intolerancia. 
Es realmente muy difícil reproducir en clave de comedia una guerra como la que libran palestinos y judíos desde hace décadas; pero no chirría. Los números musicales delatan un interés por abstraer al relato de una muy dura realidad, de buscar asideros para una humanidad doliente. Algunos pensarán que están fuera de lugar, no yo. 

En una entrevista la realizadora subrayaba el hecho de que a veces es necesario reírse de uno mismo o afrontar ingenuamente la realidad para poder explicarla. Por eso es pertinente la música o la contratación de un conjunto de bailarinas para desviar la fogosidad de sus hombres o la fiesta en la que les embriagan con dulces y bebidas para que se despierten en un mundo al revés (la mujer cristiana se transforma en musulmana y viceversa); demostrándoles que las personas son algo más que sus creencias o fanatismos.

Me gusta el hilo de los dos jovenzuelos que con un motocarro mantienen el contacto con el exterior. El puente está roto y ellos acarrean diariamente los alimentos, las medicinas, la ropa o lo que sea. A través de sus servicios se consigue la antena para poder ver mancomunadamente la televisión; pero también será el conducto por donde penetre la tragedia ya que uno de ellos recibirá un disparo accidental en una de las múltiples refriegas.

Muy bien realizada, la película cuenta además con un gran elenco de actores naturales, no profesionales, que acompañan a este grupo de mujeres que, como los coros en las tragedias griegas, claman a los dioses por las penurias humanas y se confabulan para lograr un mundo mejor.  

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