miércoles, 4 de julio de 2012

La piel que habito

de Pedro Almodóvar





Todas las películas de Almodóvar son propensas al tremendismo y a una exageración melodramática  de difícil medida. Cuando el director manchego  logra encauzarlo y hacerlo parte del relato, el resultado es vibrante y la desazón vital del protagonista nos arrastra sin remedio. Volver, Todo sobre mi madre o La ley del Deseo así lo prueban. Películas densas, por momentos duras y que sin duda logran conmovernos. En otras ocasiones, la exacerbación de situaciones melodramáticas hace que el espectador se aleje y enfríe respecto del drama al que asiste.

En La piel que habito pasa un poco esto último. No es una película fallida ni mucho menos. Se trata de un relato bien trenzado, con buen ritmo y unos flashbacks que nos aportan informaciones sorprendentes. Pero el meollo de la película, esto es, la locura de un cirujano plástico obsesionado por la muerte de su mujer por las quemaduras en un accidente de coche, no nos toca.

¿Por qué permanecemos distantes? Este suele ser un asunto complejo, pero creo que la interpretación de Antonio Banderas no ayuda. Su ceño fruncido no nos traslada un alma oscura, no nos participa su desesperación. El flashback donde asistimos al momento en que su cabeza hace clic -otra muerte, en este caso de su hija- parece una impostura, no hay convicción.
La historia asimismo es demasiado truculenta y el morbo del cirujano acostándose con su obra parece un calentón adolescente. Manejando un asunto tan enfermizo no nos perturba.

El drama interesa pero no nos arrastra y eso que está contado a través de una puesta en escena muy elegante y plástica. La pantalla plana en donde el médico observa su obra, como si fuese una sirena en una pecera, es brillante. También el paralelismo entre los movimientos felinos de la prisionera en su lujosa habitación y las imágenes de TV donde vemos a un león atrapando a una gacela. 

Pero a pesar de lo que digan algunos, ese hipnotismo del perseguidor y la gacela, queda muy lejos del logrado por Hitchcock en la inmensa Vértigo. Además cabe decir que la parte de thriller, un matón que irrumpe en la mansión, es la más endeble de la película que esboza un final bastante simplón.

Quien sale ganando en la apuesta es Elena Anaya -hermosísima- que se luce en una interpretación de gran altura. La plasticidad y el morbo la acompañan en todos sus planos. 
También Alberto Iglesias consigue, una vez más, una banda sonora memorable.

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