lunes, 9 de abril de 2012

Réquiem

de Antonio Tabucchi




El Réquiem como todo el mundo sabe es la oración por un difunto. Más allá de esto, el autor se propone en este libro acudir a un encuentro con su escritor totémico, Fernando Pessoa. 


Subtitula el libro, "una alucinación". Igual valdría un brindis, una convocatoria, una cita. Por supuesto la cita es a medianoche y mientras tanto Antonio Tabucchi nos invita a recorrer una Lisboa onírica, vacía de personas y reverberante por el calor y el ensueño: desde los muelles subimos al café la Brasileira y por el Largo de Camôens, Campo de Ourique (donde vivió Pessoa), llegamos al Largo do Ceméterio dos Prazeres; luego a Terreiro do Paço, Cascais, etc.


La obra fue escrita originalmente en portugués. Tabucchi, escritor italiano absolutamente embebido por la cultura portuguesa, nos avisa en una nota que debía escribir este libro en "una lengua que fuera un lugar de afecto y, a la vez, de reflexión".


El libro es un recorrido, una convocatoria de lugares y personajes que perviven en el recuerdo: su amigo Tadeus, su padre, Isabel, la pensión, el faro, el tren; en el que se acompaña de un Coro de figuras arquetípicas (el Lotero Cojo, el Vendedor de Historias, la Vieja Gitana, el Tocador de Acordeón):
"...aquella parábola imposible que tenía que conseguir en el billar era la misma parábola que estaba llevando a cabo aquella noche, y así hice una apuesta conmigo mismo, aunque no era exactamente una apuesta, sino más bien un conjuro, un exorcismo, una petición al destino, y pensé: si lo consigo, Isabel aparecerá, si no lo consigo, no volveré a verla nunca más". p. 106
Los encuentros se van sucediendo con un cariz fantasmal. Después de ganar la apuesta alguien llama, el Maître acude y le anuncia: "le está esperando un señora, dice que se llama doña Isabel". Asimismo en el Cementerio, ante la lápida de su amigo dice "Hola Tadeus, estoy aquí, he venido a visitarte". Éste le responde "pues entonces entra, ya conoces mi casa". Así de directas son las transiciones entre realidad y sueño.


No menos de conjuro tienen la visita a la Casa del Faro "donde escribió una historia que luego se encarnó y tuvo que volver a vivir"; y la visita al Museo para volver a ver "Las Tentaciones de San Antonio" de El Bosco, allí se encuentra con el Pintor Copista que se dedica a realizar copias ampliadas de algunos detalles del cuadro, aumentando su monstruosidad:
"...creo que el pobre San Antonio nunca habría imaginado cosas de ésas, San Antonio era una persona sencilla. Pero fue tentado, objeté yo, es el diablo el que insinúa esas cosas perversas en su imaginación, el Bosco pintó la tempestad que tiene lugar en la imaginación del santo, pintó un delirio. No en vano este cuadro tenía antiguamente un valor taumatúrgico, dijo el Pintor Copista, los enfermos iban en peregrinación ante el cuadro a la espera de algún acontecimiento milagroso que pusiera fin a su sufrimiento." p. 81


El libro sin duda es una celebración melancólica (no en vano se relata el encuentro entre "Yo" y "mi Invitado") y de ahí la cantidad de escenas gastronómicas que tienen lugar o los brindis que se suceden con champán y Oporto. Pululan por sus páginas recetas detalladas  de sarrabulho, feijoada, papos de anjos, sargalheta, Açorda de mariscos o poejada. La confirmación de que los recuerdos están hechos de palabras y sensaciones. 

Cuando al final de la jornada se produce el encuentro, lo es de dos almas literarias. Afloran Kafka ("su diario tiene un fondo de cobardía, pero qué valor hacía falta para escribir aquel magnífico libro...el libro más valiente de nuestro siglo, donde tiene el valor de afirmar que todos somos culpables".) y la verdad de la literatura.   
"Sépalo de una vez, dijo, yo no soy honesto en el sentido que usted le da a esa palabra, mis emociones las siento sólo a través de la ficción verdadera, considero ese tipo de honestidad del que me habla una forma de pobreza, fingir es la verdad suprema, es una convicción que tuve siempre...lo importante es sentir". p. 130
Tanto al final del encuentro con su padre como al final del encuentro con Pessoa, el autor se reconoce "sosegado". Parece que el conjuro ha resultado. Hemos sido trasladados a un mundo sutil, el del autor del Libro del Desasosiego, donde podemos leer:
"Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela por escribir, que pasa aérea, y deshecha sin haber sido, entre los sueños de quien no supo completarme."

Antonio Tabucchi ha muerto hace unos días. Qué mejor Réquiem que releer este libro mágico y fascinante. Muchos conocimos a Tabucchi a través de ese periodista portugués -Pereira-, cansado y escéptico que un día para su propio asombro se descubrió valiente y ético. Pero Tabucchi ya había tocado el cielo con un puñado de libritos insondables. En "Réquiem", "Nocturno hindú" y "Dama de Porto Pim" se nos cita a una belleza vital y evocadora. 

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