jueves, 19 de enero de 2012

Cavafis

"Murió sin haber publicado la mayor parte de su obra. Fumador empedernido, un cáncer de laringe acabó con él en 1933. Debajo de su vivienda, había un burdel, que cada noche se llenaba de música, voces e improperios. “¿Dónde podría vivir mejor?”, se preguntaba. “El burdel proporciona carne a la carne, la iglesia perdona los pecados y el hospital te ayuda a morir”.

La noche del 28 de abril no pudo superar una violenta congestión pulmonar. Murió antes del alba. El azar dispuso que el día y el mes de su muerte coincidieran con los de su nacimiento. 
En el momento de su muerte sólo había publicado dos pequeñas antologías y algunos poemas dispersos. Esta parvedad (que era el producto de una rigurosa selección, donde –al cabo de un año- apenas sobrevivían seis o siete de cada setenta poemas) no impidió que obtuviera en vida el reconocimiento de escritores tan laureados como Forster o Eliot

Empleado en la Administración inglesa aborrecía su trabajo. Ahorró durante mucho tiempo para comprar su libertad. Escribía a la luz de las velas, pues su apartamento carecía de electricidad. Los informes que se conservan de sus superiores le describen como un empleado concienzudo y eficaz. No es difícil advertir la analogía con Kafka, que también se mostraba escrupuloso en la realización de un trabajo que detestaba. 

No es un secreto que amaba Alejandría. Su desorden, su hibridez, su promiscuidad. Su decadencia no había borrado el esplendor de antaño. Ruinas y escombros evocaban la edad de oro del helenismo. Cavafis no se complace en la desintegración de un modelo cultural. No es el decadentismo, sino el sentimiento de pérdida lo que le empuja una y otra vez hacia el pasado. Sin embargo, no se limita a expresar su nostalgia. Si hubiera procedido así sería uno de los tantos poetas neorrománticos de la época. Cavafis se propone reformar la tradición, pero sin renunciar a ella. Por eso, prescinde del metro, la rima, el epíteto. Su intención es depurar el verso, hasta alcanzar esa palabra sencilla, elemental, desnuda, que caracteriza a la poesía verdaderamente esencial.

Atrapado por una rutina embrutecedora, Cavafis no esperaba nada del rumbo que había tomado la historia. Sus esperanzas se habían depositado en el tiempo de los Ptolomeos y del Templo de las Musas. Su interés por la historia no es casual. Si desinterés por la política, tampoco.

Su poesía se mantiene alejada del compromi-
so. Esa postura procede de su escepticismo ante el progreso material y científico. En su opinión, no era en la utopía, sino en la ucronía donde había que buscar la posibilidad de un mundo diferente. Esa alternati-
va, que cuestiona la concepción lineal del tiempo, sólo podrá realizarse en el dominio de la poesía. 


Cavafis pasó la mayor parte de su vida en Alejandría y sólo visitó Grecia en tres ocasiones. Sus estancias fueron breves y, en cualquier caso, insuficientes para proporcionarle algo más que un conocimiento superficial del país, pero eso no impidió que se sintiera por encima de todo griego. En su epitafio a Antioco, rey de Komagene, no encuentra un epíteto más elevado para cantar las excelencias del monarca muerto. Esta exaltación de Grecia no responde, sin embargo, a un nacionalismo de inspiración romántica ni al orgullo provinciano. Grecia es una cultura, un símbolo o, si se prefiere, una idea y Cavafis sitúa esa idea en un pasado mítico, en una supuesta edad de oro donde reinaba la belleza y la armonía.


La pluralidad de dioses del paganismo expresaba la rica complejidad del ser humano y, lo que es más importante, mantenía la unidad esencial del orden natural y la vida consciente. El mito del pecado original abre una trágica escisión entre el hombre y la naturaleza, que no existía en el mundo antiguo. El monoteísmo cristiano transforma la realidad en un entorno hostil, donde predomina un sentimiento de extrañeza. 
Cavafis cree en la inocencia del hombre y del devenir. La muerte nos aguarda y hasta los inmortales se afligen ante la dura imagen de lo efímero, pero ese destino no menoscaba ni un ápice el valor de la vida.


Nada me retuvo.Me liberé y fui.
Hacia placeres que estaban tanto
en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte, como
sólo los audaces beben el placer


Al igual que la obra de Gide o de Cernuda, la poesía de Cavafis es un canto al amor homosexual. El poeta no oculta su fascinación ante “la imagen de un efebo". Todo parece indicar que Cavafis no consiguió aceptar fácilmente sus tendencias. Nos recuerda a Proust, que se considera miembro de una “raza maldita” o a Genet, atormentado por las ideas de culpa y redención. Su impugnación de la moral cristiana no logró espantar la sombra del pecado.

Lo biográfico y su tendencia a teorizar  sobre el acto de escribir definen una obra plenamente moderna.

La transformación de la poesía en una experiencia subjetiva ha empujado a la mayoría de los poetas hacia el lenguaje coloquial. El prosaísmo de la lengua se ha convertido en el cauce de un mundo marcado por la disgregación y la anomia. Se ha hablado mucho sobre el origen de este fenómeno. Algunos atribuyen este giro a la poesía romántica inglesa. También se ha apuntado que el verdadero precursor de esta tendencia fue el simbolismo francés. 
Su poesía emplea los recursos del lenguaje hablado e incurre deliberadamente en el prosaísmo y el giro coloquial. A veces, incluso es vulgar y descarnada. El encuentro de los amantes suele acaecer en lugares sórdidos y herrumbrosos.

La fascinación por el viaje siempre acompañó a Cavafis. El viaje es una experiencia física, pero lo más esencial no está en los paisajes y ciudades que se atraviesan, sino en los cambios y transformaciones que se operan en nuestro interior, como en Itaca


"Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,
pide que tu camino sea largo,
...
mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino."

El viaje nos enriquece y arroja una luz nueva sobre nuestro mundo interior, pero nunca podrá alejarnos de nosotros mismos. El viaje nos descubre cosas nuevas y hace emerger de lo más profundo aspectos que ni siquiera sospechábamos o que se hallaban adormecidos. Sin embargo, jamás encontraremos lo que nunca habitó en nuestro interior.


Esperando a los bárbaros es acaso el más célebre de los poemas de Cavafis. La historia nos ha enseñado que una cultura en crisis necesita una amenaza para sobrevivir. Los “bárbaros” son algo más que una amenaza. Son una fuerza renovadora destinada a vivificar el viejo mundo.

La noche cae y no llegan los bárbaros.
Y gente venida desde la frontera
afirma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será de nosotros sin bárbaros?”

 Hay cierto eco nietzscheano en esta lamentación. Los bárbaros pueden ser los otros, pero también nosotros mismos o lo que de nosotros mismos desconocemos. 
Dedicó su vida al empeño de encontrar la forma que le expresara. No escribió mucho, pero nunca renunció a ese propósito esencial. Esa tensión se refleja en sus poemas, que, a pesar de su dispersión, recrean las diferentes etapas de su biografía espiritual. Relato, confesión o desahogo, la poesía de Cavafis nos habla de su autor, pero también de nosotros mismos. Tal vez eso sea lo que explique que volvamos a ella una y otra vez."

Yo creo que no se puede decir mejor. 
Por eso he copiado aquí este artículo que Rafael Narbona publica en su blog Into the Wild Union, donde podréis encontrarlo en toda su extensión. 

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