martes, 27 de diciembre de 2011

La felicidad de los pececillos

de Simon Leys

Es este un delicioso librito donde encontramos aquellas flechas de curiosidad intelectual que señalaba Ortega y Gasset cuando afrontamos el mundo.
Se trata de una recopilación de artículos o pequeños ensayos que destilan sabiduría y habilidad para engarzar citas e historias que indistintamente proceden de Europa, China u Oceanía. Leys estudió en Lovaina y posteriormente lengua y literatura china en Taiwán, para establecerse definitivamente en Australia. De ahí el subtítulo, "cartas desde las antípodas". En estas páginas, el brillo de su inteligencia corre parejo con la claridad de su exposición.

El estilete de su mirada nos conduce al meollo de usos y costumbres sociales, del hombre de letras, del artista, del imperio de lo feo o de la pereza abatiendo a menudo la falacia del lugar común. Para ello el autor concita lecturas, memorias de personajes, observaciones y hasta recortes de prensa que aderezadas con citas de Samuel Johnson, Lu Xun, Conrad, Degas, Hannah Arendt, Zhuang Zi, Claudel o Schopenhauer, nos invita al placer del conocimiento.
"Hannah Arendt ha recordado que la Verdad no es un resultado de la reflexión, sino su condición previa y su punto de partida".
"Con ocasión del caso Dreyfus, el mariscal Lyautey tomó partido por la víctima inocente. Cuando quiso organizarse un comité de dreyfusistas, del que él era miembro, bajo el nombre de Unión por la Justicia, Lyautey sugirió adoptar, más modestamente,el nombre de Unión por la Verdad: "Se puede dudar de lo que es justo, pero no de lo que es verdadero".

Muchos de los artículos se refieren a reflexiones sobre el hecho de escribir y el papel de la literatura.
"Dos malentendidos muy corrientes. El primer error consiste en no darse cuenta de que toda obra literaria es, por definición, una obra de imaginación (y, aunque no lo sea de entrada, puesta en unas buenas manos no tarda en convertirse en tal: el listín de teléfonos era una de las lecturas favoritas de Simenon). La distinciones de géneros -novelas e historia, prosa y poesía, ficción y ensayo- son convencionales y no existen más que para la comodidad de los bibliotecarios. Los novelistas son los historiadores del presente, los historiadores son los novelistas de pasado, y todo escrito que presente cierta calidad literaria aspira esencialmente a ser poema" (pág. 27)
Son constantes la fábulas o anécdotas reveladoras que pululan por el libro. Como la que presta el título al libro o la del príncipe que buscaba un pintor, ambas referidas por Zhuang Zi o la primera salida en yate del autor de la saga "Capitán de Mar y Guerra", Patrick O´brien o el relato de los ritos que realizan los maoríes de Nueva Zelanda antes de talar un árbol.

Pero también encontramos ensayos sobre la sociedad, el medio ambiente, el turismo, la cruzada antitabaco o el gusto.
"La ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no son fruto de simples carencias, sino de otras tantas fuerzas  activas, que se afirman furiosamente a la menor oportunidad, y no toleran ninguna excepción a su tiranía. El talento inspirado siempre es un insulto a la mediocridad. Y si esto es cierto en el orden estético, aún lo es más en el moral. Más que la belleza artística, la belleza moral parece tener el donde exasperar a nuestra triste especie. La necesidad de rebajarlo todo a nuestro miserable nivel, de mancillar, burlarse y degradar todo cuanto nos domina por su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana." (pág. 51)

"Lo que cimenta un grupo social, armado de todos los ritos e instrumentos del poder y de la religión, es menos una necesidad económica que un sentimiento de terror frente al misterio del mundo y la amenaza de las cosas. En el fondo, El señor de las Moscas, W. Golding, es una especie de paráfrasis de la frase de Alain: "La sociedad no es hija del hambre, sino del miedo". (pág. 88)

Finaliza el libro con una conferencia titulada "Mentiras verdaderas", cuyas páginas, como la mayor parte de las del libro, resultan penetrantes y lúcidas. Este texto es una demostración del poder de la ficción basada en que
"Los pintores, los filósofos, los poetas, pero también los novelistas -e incluso los inventores y los sabios- alcanzan todos la verdad por los atajos de la imaginación"

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