lunes, 5 de diciembre de 2011

El Reino de los Cielos

de Ridley Scott 

 Vuelvo ver esta película y me gusta; pero ¿por qué no tiene la épica de Gladiator? Cuando la vi de estreno me dije que era porque el objeto de la aventura aparecía difuso, sin gancho. Ahora añado también que porque Orlando Bloom no tiene madera de héroe trágico.

 En el primer tercio conocemos a Balian como un herrero taciturno que acaba de perder a su mujer y a la vez se le presenta su verdadero padre para reconocerlo y ofrecerle una vida de caballero. Padre e hijo se embarcan hacia Jerusalén para obtener el perdón de sus pecados. Balian acaba de matar al monje que decapitó a su mujer por suicida; siente que Dios le ha abandonado y por eso emprende el viaje. Pero esa personalidad atormentada y trágica no nos la transmite Orlando Bloom. 


Hasta que no llegan a Oriente la aventura no se sabe bien a dónde se dirige. La expiación de los pecados se mezcla con el aprendizaje de los valores y habilidades caballerescos y con las dudas de su puesto en el mundo; pero todo es muy plano: Balian ya es bondadoso, ya es buen guerrero -no hay evolución - y su enfrentamiento con el cruzado Guy de Lusignan, que a la postre acabará siendo rey de Jerusalén, carece de grosor. No así su relación con un general musulmán, que con dos pinceladas y un caballo de por medio prende en nuestra memoria como uno de esos hermosos momentos de amistad más allá del enfrentamiento de sus respectivos mundos, más allá (¡qué actual!) del choque de civilizaciones.


También resulta muy atractiva la descripción de la vida a pie de calle en la Jerusalén de la Cruzadas con judíos, cristianos y musulmanes conviviendo. Todo ello reflejado en el profundo respeto y majestad que se muestran Balduino, rey cristiano de Jerusalén; y Saladino, general de las huestes musulmanas. Dos personajes por cierto que por sí mismos elevan notablemente el tono épico de la historia.

Lo más valioso sin duda son las escenas de acción, rodadas maravillosamente como ya ocurriera en Gladiator. El asalto final sobre las murallas de Jerusalén es apoteósico y ahí quizá obtiene Orlando su mayor rédito, la coherencia del personaje: un príncipe aniñado que las circunstancias colocan en el puente desde donde dará el salto hacia el mundo adulto. Y en este punto quizás debamos reconocer que entonces el problema no era del pobre Orlando, sino del guión o del montaje. Creo que hubiese estado más acertado comenzar la película ya en Oriente con las vicisitudes de buscar su sitio, de la cercana guerra, etc... mientras nos presentaban flashback sobre la juventud de Balian. No sé. 

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