viernes, 25 de noviembre de 2011

Las Muertas, de J. Ibargüengoitia

Navegar por la Web, clicando aquí y allá, puede producir una sensación de ingravidez en la que te puedes imaginar saltando de continente en continente, asomándote a su historia y a sus personajes. Está claro que siempre pecaremos del "mal del turista", 10 segundos para apreciar "Las Lanzas" de Velázquez, ¡qué barbaridad!.
Pero en ocasiones, una mirada certera, un aroma insólito hace que te refrenes y acompases a ese pálpito con el que has sintonizado. El gancho puede ser algo nimio, un nombre, una palabra, algo que notas indudablemente dirigido a tí. En este caso fue sin duda, mi admirado Rulfo. Te paras, te sientas, miras sin prisas a tu interlocutor y percibes claramente que lo que diga permanecerá en tí. Una obra o un autor.
Acabo de aterrizar en este artículo que Sergio González Rodríguez publico en Babelia (El País) en mayo de 2009 y pienso que el mensaje y la botella han llegado a su destino.


Ibargüengoitia: la otra cara de Rulfo

Sergio González Rodríguez         
 
 
Los hechos más inverosímiles desatan la capacidad de reinvención del autor de Las muertas, donde la tierra aparece con todo su peso temporal y la ignorancia imposibilita toda modernidad. El libro, que ahora se reedita, es "el reverso imprescindible" de Pedro Páramo, afirma el escritor mexicano Sergio González Rodríguez.
(...)
Si Juan Rulfo elevó la literatura mexicana a una narrativa tan telúrica como trans-temporal, tan inserta en las fatalidades de su historia como en sus relatos de cacicazgos violentos, tan magistral en el reflejo de la pervivencia de los muertos y su nostalgia amorosa, que hablan igual que si estuvieran vivos y al hacerlo construyen un espacio extraordinario de lo que se debe aceptar y valorar como ficción moderna en un rango superior, Las muertas de Jorge Ibargüengoitia elabora una novela en la que la tierra aparece con todo su peso temporal, irónica frente a los determinismos de sus instituciones corruptas (gobierno, ley, religión, trabajo), funérea en su sarcasmo de la ignorancia y la incuria y deslumbrante en su retrato de mujeres explotadas por parte de un par de hermanas lenonas en un confín del centro de México: la degradación de vivos que hablan como si estuvieran muertos.


La novela comienza en tono de comedia negra al reconstruir un caso real de nota roja de 1964, la historia de dos hermanas lenonas que mantuvieron a sus pupilas en un régimen de esclavitud que incluía castigos y asesinatos, y presenta los testimonios de los diversos participantes que explican, o buscan evadir explicaciones y participaciones, en múltiples abusos, faltas y delitos. (...)


 Los hechos que parecían más inverosímiles desataron su capacidad de reinvención. Por ejemplo, el novelista consigue uno de los momentos climáticos al narrar que a una prostituta enferma de hemiplejia se la somete a un intento de "curarla" con planchas calientes. Luego de matarla, sus compañeras quieren revivirla con unos sorbos de Coca-Cola.


Con Las muertas, Jorge Ibargüengoitia escribió su mejor novela, junto con Estas ruinas que ves y Los relámpagos de agosto, y declaraba su deslinde de una provincia que diseccionó a lo largo de sus artículos, obras de teatro y narrativa: el Estado de Guanajuato, "Plan de Abajo" en su imaginación, cuna de la Independencia mexicana, a la vez que de las posturas más retardatarias.

(...)


La puesta en escena de la novela, que incluye por momentos también la táctica de ruptura del movimiento, el acto verbal en presente perfecto, el montaje alterno de los episodios en tanto cuadros plásticos, el lenocinio como escenario, etcétera, permite crear un tejido complejo bajo la sencillez del relato. Así, las vicisitudes de una cotidianidad prostibularia son trascendidas por el registro de lo abyecto y el mal en lo trivial: el dominio, la estupidez, la codicia, el rencor, entrelazados con el afecto y la convivencia en cautiverio. Jorge Ibargüengoitia se disgustaba al oír que alguien le etiquetaba como escritor "humorístico", y también cuando alguien que deseaba elogiarle decía que se había "reído mucho" al leer su obra. Aclaró más de una vez que su tarea era "presentar la realidad como la veo". Una realidad que, en el fondo, como dijo también de la materia de Las muertas, le repugnaba. Al morir en un accidente de aviación cerca del Aeropuerto de Barajas/Madrid a los cincuenta y cinco años de edad, residía en París.
Exorcizados ya desde tiempo atrás los fantasmas de San Juan Rulfo, la postura literaria y la narrativa de Jorge Ibargüengoitia merecen una extensa revaloración"

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