jueves, 13 de octubre de 2011

LAS ESTACIONES - de Maurice Pons









El autor nos traslada al territorio de la alucinación, unas montañas fuera del tiempo donde una aldea sobrevive en unas condiciones de precariedad absoluta. Infravivienda, vestidos harapientos, calles que son barrizales, sin posibilidad de cultivos, incomunicados del resto del mundo, sometidos a la barbarie.

Simeón, el protagonista, llega "hacia el decimosexto mes del otoño que allí solía llamarse la estación muerta". En esa estación llueve torrencialmente todos los días. Simeón viene del desierto, de una estación también muerta, pero por seca. Ha perdido a su hermana y viene buscando la humedad, algo que lo reavive.
El libro está divido en tres partes. La primera ocurre durante la estación lluviosa y vemos la aclimatación de Simeón, sus accidentes y mutilaciones. La segunda ocurre en la estación de invierno, la helada azul, que durante cuarenta meses convierte todo el agua anterior en hielo bajo una permanente helada.
La tercera parte es la de la esperanza. Dos jinetes llegan a la aldea, rubios, hermosos, abrigados con piezas tejidas en lana, montando lustrosos caballos. Muestran granos de arroz, hablan de campos, de viviendas, de una vida más humana al otro lado de las montañas.  La esperanza prende en todos, pero el final es devastador.

La obra refleja una humanidad vejada. La escena del aborto de una vaca lo simboliza perfectamente: el ternero es expulsado y todos pueden comprobar cómo el feto está siendo devorado -desde el propio vientre materno- por larvas. El curandero, en un frenesí exaltado, declara el reino de La Podre y hace pasear al ternero en lo alto de un carromato, como un rey.

Las condiciones de vida son extremas, sometidas al finísimo hilo de una supervivencia casi animal. Hay unas escenas espeluznantes cuando visitan a el Croll, el curandero veterinario.
Es una novela fantástica pero contada con el pormenor del realismo. Descarnada, llegando incluso a la escatología: la gorda posadera y su nauseabunda comida o el Croll haciendo que su asno mordisquee el pie gangrenado de Simeón.
Un forastero llega a una aldea maldita, quizás como el propio hombre a la tierra. El escenario es tan cerrado, tan agobiante y enfermizo que parece el experimento de un demiurgo depravado.

Alex Freyle en su blog señala:
"Estoy seguro que si Goya estuviera vivo, llevaría este libro bajo el brazo. Cuando salió a la luz en Francia se volvió un libro de culto, tanto que las ilustraciones fueron prohibidas y nunca se supo de ellas, cuando se le preguntó al autor qué le inspiró esta pesadilla  su respuesta fue curiosa: “Pensé en Paris”

Uno de los pocos artículos que hay en la web sobre este perturbador libro, aquí.

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