domingo, 30 de enero de 2011

El Científico Curioso


Este recomendable libro del profesor Francisco Mora nos explica desde su introducción que persigue convertir a la ciencia en parte de la cultura ciudadana. Aspira a colocarla en nuestra mente y emociones a la altura del arte y la literatura.
Su exposición es eminente y amena. Las explicaciones sobre divesos aspectos de la evolución humana y más concretamente sobre la ciencia del cerebro es una invitación permanente a participar en el asombro de los datos, las conclusiones a las que nos llevan y en fin, a conformar nuestra mirada de un modo desprejuiciado sobre un asunto de especial transcendencia para nuestra especie y nuestra personalidad.

Hay que reconocer que acercarse y responder de un modo estrictamente científico a preguntas como quién soy yo, cómo sé quien soy, está la estupidez determinada en los genes, tienen un lugar en mi cerebro la maldad y la bondad, es real el mundo que vemos, en qué idioma habló Dios a Adán o cómo se produce el pensamiento es un reto tentador que invita a inmersión.
El libro se compone de pequeños artículos de un par de páginas donde podemos encontrar afirmaciones como:
  • -"Aprender sí ocupa lugar".
  • -"Es nuestro cerebro el que pinta el mundo de color".
  • -"El mundo que vemos, oímos o tocamos es mundo real en tanto sólo que mundo real humano".
  • -El cerebro pesa al nacer alrededor de 350 gr. y en la edad adulta llega a pesar 1.450 gr.: "La naturaleza humana, en su esencia, arranca de ahí, de su desconexión de las férreas cadenas de los genes y en ese abrirse al mundo libre de las interacciones humanas."
  • -"El cerebro es un órgano plástico que responde con cambios rejuvenecedores a los desafíos que se le imponen. (...) Para aprender algo hay que emocionarse antes."
  • -"El placer es un señuelo, un engaño, con el que el cerebro azuza al individuo a conseguir aquello que le falta. (...) La felicidad deviene tras extinguirse el placer, es el logro de la estabilidad. (...) Es en ese estado cuando el individuo, sin necesidades que le acucien, se vuelve más generoso y sabio."
  • -"El ser humano, en su esencia, es lo que aprende y memoriza."
  • -"Todo aquello que signifique aprendizaje, memoria y olvido cambia el cableado cerebral formando y reforzando nuevas conexiones neuronales o debilitando y eliminando las viejas."
Para mí el corolario de la neurociencia se encuentra en este párrafo que me produce vértigo y abre un fascinante horizonte para la reflexión:
"Todos los procesos mentales, incluso los que dan lugar a los más excelsos pensamientos creativos o espirituales, lo que incluye la concepción de la bondad y la belleza, la moralidad y la ética y, desde luego, la religión y la misma concepción de Dios, derivan o son operaciones del cerebro. Y es que es el cerebro humano biológico y nada fuera de él, el que crea y elabora el mundo que vemos y sentimos y hasta nuestro sentimiento y aspiraciones de inmortalidad." (págs. 148 y 149)

miércoles, 26 de enero de 2011

El lector

Dir.: Stephen Daldry



Un adolescente tiene sus primeras relaciones sexuales con una mujer adulta en la Alemania de la postguerra. No hay más que los vaivenes propios del deseo, de la duda, la dificultad de dos vidas muy diferentes. Mas con un punto de unión, ella adora los libros y el joven se dedica a ser su lector empedernido: Homero, Chejov, etc. En la segunda parte aparece el joven ya universitario y en unas prácticas asiste a un juicio. Allí encuentra de nuevo a la mujer pero en este caso, acusada por delitos contra la humanidad al haber colaborado con los nazis.

Y aquí está el quid de la cuestión muy bien representado por el gran Bruno Ganz, profesor que guía a los alumnos hasta la sala del tribunal. ¿Hasta dónde somos culpables? ¿cómo vivir todo un país después de un genocidio como el cometido por los nazis?

El desarrollo de la película ocurre sobre largos flashback en los cuales asistimos al desarrollo de la historia pasional. Finalmente la actualidad y el juicio se impone.

Asistimos a momentos especialmente dramáticos cuando el resto de acusadas se conchaban para delatar a la protagonista. Ella puede librarse fácilmente reconociendo su analfabetismo. Pero ni ella ni su ex-amante lo declaran. Parece que la fiera de la culpabilidad se aquieta con ella en la cárcel, donde finalmente aprende a leer y escribir. No, finalmente se suicida justo cuando iba a salir y por fin su amante, hasta entonces lejano, la iba a ayudar.

¿Cómo actuamos, qué nos mueve, qué nos maniata? Los alumnos de la facultad, compañeros del joven, tienen prejuicios contra ella; pero a la vez son ciudadanos de un país que por entero se entregó a la barbarie. Hasta dónde llega nuestra culpabilidad. La propia mujer explica que cogió el trabajo del campo de concentración porque estaba mejor pagado.

Nunca, ni en el juicio, quiso reconocer su analfabetismo. Lo dicho, ambigüedad, culpa, juicio, prejuicio. La película es una muy buena adaptación del libro homónimo de Bernhard Schlinck, autor asimismo de las novelas con el detective Selb, enternecedor septuagenario también con un pasado abrumador, pero con una filosofía de la vida y unos amigos entrañables. Muy recomendable.

domingo, 16 de enero de 2011

Oh, Brother

de Etan y Joel Coen

Feliz Libertad: eso es lo que pensé al concluir la película. Que tengas un mundo propio, que tengas una forma muy personal de contarlo y que tengas medios y amigos para llevarlo a cabo, ¡qué feliz libertad!.


Cojo la Odisea de Homero, me voy al profundo Sur norteamericano y cuento las aventuras de este moderno Odiseo en su viaje de vuelta a su casa, a su mujer y sus seis hijas...aunque las mujeres del siglo XX no son como la dulce Penélope.


¿Pero se trata de la actualización del mito? Creo que no. Se trata sólo de la estructura, del camino y sus recovecos con sirenas, ciegos haedos y polifemos para al final contar la historia que interesa a los Coen: esos pesonajes desamparados con los que empatizamos gracias a su inocencia aunque no siempre sean honestos y cómo se desenvuelven en un mundo que en ningún momento comprenden y ante cuyo maltrato trampean e intentan escapar. Un puro divertimento.

Finalmente un accidente, una canción en el momento oportuno ante un político oportunista les brinda el momento de salvación. Todo parecía perdido pero la vida sigue.

viernes, 14 de enero de 2011

Leon Tolstoi


"La escritura, en particular la literaria, es francamente nociva para mí desde un punto de vista moral", escribe Tolstói en su (alarmante) diario de vejez. En la misma entrada confiesa haber sucumbido a un deseo de gloria mientras escribía Amo y criado; por suerte, añade enseguida, ya ha "comenzado a despertar moralmente". Era el 18 de marzo de 1895. A Tolstói le quedaban quince largos años de vida durante los cuales siguió despertando moralmente, lo cual equivalía a escribir menos ficción y a despreciarla -y despreciarse- cada vez que la escribía.
Tiene que ser una de las grandes paradojas del arte que en esos años de descreimiento artístico, de total escepticismo sobre el poder de la ficción, saliera de su pluma una de las grandes ficciones de todos los tiempos: Hadjí Murat.

El origen de la novela consta en otra entrada del diario, la del 19 de julio de 1896. Tolstói caminaba por un campo de tierra negra en Pirogovo, más bien lejos de su residencia de Yásnaia Poliana, cuando se topó con una mata de cardo con tres retoños. En la traducción de Selma Ancira: "Uno estaba roto y de él colgaba una sucia flor de color blanco; otro también estaba roto y salpicado de barro, negro, el tallo partido y sucio; el tercer retoño brotaba transversalmente, también estaba negro de polvo, pero todavía vivía, y hacia la mitad tenía un color rojizo. Me hizo pensar en Hadjí Murat. Me gustaría escribir al respecto. Defiende su vida hasta el final y, solo, en medio del vasto campo, como puede, logra defenderla victoriosamente".

Hadjí Murat, esa extraordinaria metáfora de la resistencia, fue el último relato de envergadura que escribió Tolstói. Sus ciento cincuenta páginas le tomaron ocho años; supongo que es lícito preguntarse por qué un hombre capaz de escribir las mil páginas de Guerra y Paz en seis años necesita dos más para escribir ochocientas cincuenta menos. La respuesta es: si ser novelista es difícil, es más difícil ser santo. Y eso era Tolstói, un santo en la Tierra, una iglesia de un solo hombre. Como toda iglesia, había llegado a detestar el sexo, que le parecía un obstáculo para el amor; como toda iglesia, había llegado a la conclusión de que no hay vida posible fuera de la fe ("sin la conciencia de Dios", escribe en su diario, "no puede haber una concepción razonable del mundo"); como toda iglesia, había llegado a considerar la desgracia personal como una bendición. Las páginas que siguen a la muerte de su hijo Vaniéchka son espeluznantes: "Enterramos a Vaniéchka. Terrible. No, terrible no, un gran acontecimiento espiritual. Te doy las gracias, padre. Te doy las gracias". Finalmente: como toda iglesia, había llegado a desconfiar de la literatura de ficción.

La duda es la provincia del novelista. El 19 de diciembre de 1900 Tolstói escribe: "El artista, para poder influir en los demás, debe buscar; su obra ha de ser una búsqueda. Si ya lo ha encontrado todo, si lo sabe todo y adoctrina o se divierte deliberadamente, no ejerce ninguna influencia. Sólo si busca, el espectador, el oyente, el lector se unirán a él en su búsqueda".

Tenía razón. Aquí estamos nosotros, más de cien años después, buscando con Tolstói. Algunas cosas hemos encontrado, muchas felicidades nos ha dado el hecho mismo de buscar. Y cuando nos sentimos confundidos, desorientados, sacamos Guerra y paz, sacamos Ana Karenina, sacamos La muerte de Iván Ilych, sacamos Hadjí Murat, y esas ficciones son lo más cerca que estamos, o que estoy yo, del sentimiento que otros llaman religioso, porque siguen enriqueciendo mi noción de la humanidad y mi respeto por esta vida inmensamente varia que nos ha tocado en suerte, esta vida tan múltiple y compleja que no la podríamos entender sin la ayuda de quienes la han contado.

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ "Un novelista sin fe en la ficción" EL PAIS 20/11/2010

Doce Monos

Dir.: Terry Gilliam






He vuelto ha ver “Doce monos”. Lo que daría por un título así ¡qué hallazgo! Es como una enorme caja de resonancia esotérica. Posee una incalculable capacidad de sugestión.
Resume la película muy bien el jefe de la psiquiatra interpretada por Madeleine Stowe, cuando le expone que ella misma puede estar sufriendo el síndrome de Casandra: condenada a conocer el futuro y a no ser creída cuando lo contase. Pero esta explicación la he escuchado en esta segunda visión de la película. La primera vez que la vi me subyugaba el recurrente recuerdo infantil y cómo al final este recuerdo infantil se convierte a la vez en destino, en fatum: volverás a vivir otra vez este momento, primero como niño observador, posteriormente como actor principal observado.

Adulto tempoviajero que sucumbe bajo el peso de salvar al mundo. En el momento supremo en que Madeleine Stowe sostiene entre sus brazos el cuerpo inerte de Cole adulto y se vuelve buscando la mirada del Cole niño que también está allí mismo, me parece que busca su alma, la persistencia de la misma, la irresistible esperanza de que el destino no es inexorable. Esto fue en la primera visión.

En esta segunda ha llegado la racionalidad, de pronto he visto a quien no vi anteriormente en la película diciendo algo que antes no había oído: el síndrome de Casandra. Creo que es un hilo conductor extraordinario, pero es que encima se queda pequeño ante el hallazgo de que sea la misma persona la que de pequeño ve una escena y luego de mayor la protagoniza en un mismo espacio-tiempo.

La película es un maravilloso puzzle en el desarrollo y en su plasmación visual: el anagrama de los doce monos, la primeras imágenes con las fieras por la ciudad desierta, la pintada que realiza la psiquiatra.

Todo el metraje se beneficia de un tono opresivo que golpea por oleadas al protagonista, de la amenaza de lo incongruente, del cansancio vital ante el fatalismo.

Metrópolis de Lang, Blade Runner de Scott y ahora Doce Monos. Ya tenemos un triunvirato de películas magistrales sobre la representación de los miedos más ancestrales que sobre el futuro acechan al ser humano.

También la lluvia

Dir.: Iciar Bollaín








Hay que agradecer a la directora su valentía para buscar proyectos honestos y emotivos donde podemos ver a personas de verdad, en situaciones vitales reconocibles.

Esta película derrocha emoción e intensidad a raudales. El guión enhebra con facilidad los hilos paralelos de dos historias, la de la colonización, el abuso de los indios, las voces clamando por la justicia de los frailes Montesinos y de las Casas; con la historia del rodaje de una película sobre esos hechos en medio de un país que todavía en el comienzo del siglo XXI pretender seguir abusando de los más desfavorecidos quitándoles el agua elemental para después cobrársela a precio de oro.

Entra en materia con una escena donde están presentes las dos historias: un espléndido Karra Elejalde ensayando su papel de Colón desembarca en el césped de la piscina del hotel y con la sombrilla en ristre toma posesión "de estas tierras en nombre del Rey y de Jesucristo ante la mirada atónita de los camareros uruguayos.

Este punto nos da el tono de la película: la ficción enfrentada a la realidad y cómo los seres humanos nos debatimos en esta peripecia.

El otro elemento clave es la evolución del productor Costa, personaje interpretado por Luis Tosar, que de cínico capitalista ("por dos dólares por cabeza puedes tener todos los indios que quieras a tu disposición") únicamente centrado en sacar adelante la película, pasa a sopesar dónde está el verdadero valor de las cosas y cuando la esposa del indio taino Daniel viene a buscarle para que la ayude a salvar a su hija, abandona el rodaje, deja todo al margen y cruza todas las barricadas jugándose el físico y yendo a salvar a la niña.

Finalmente el director de la película (Gael García Bernal) que soñaba con rodar la otra cara, la verdad de la colonización acaba abandonando estos ideales ("esta guerra se olvidará, pero mi película quedará para siempre") mientras que el productor Costa toma conciencia y partido por los desfavorecidos.

Dos subrayados. Uno el gran acierto de contar con Juan Carlos Aduviri para interpretar al líder indigenista. Otro el gran juego entre verdad y ficción que queda patente en muchas escenas como la señalada de Karra Elejalde o la de las mujeres indias que han de representar el ahogamiento de niños, de lo cual se muestran incapaces.

En la senda del gran Costa-Gavras o de su mentor Ken Loach, Iciar Bollaín nos regala una cinta honesta, con un desarrollo dramático in crescendo, buscando las motivaciones de las personas y colocándolas en situación crítica para conocer su verdad. Enhorabuena. Sales del cine volviendo a creer que el mundo puede cambiar y sobretodo que las personas pueden albergar esperanzas y anhelos que guíen sus fuerzas en su busca de un mundo mejor.

domingo, 9 de enero de 2011

Historia del Universo



HIERRO

"La mejor preparada de las expediciones para la observación de tránsitos (observar a Venus pasando delante del Sol y poder realizar mediciones) organizada por la Royal Society, partió a bordo del barco de Su Majestad Endeavour de Plymouth el 26 de Agosto de 1768. Estaba equipado con cajones llenos de relojes, telescopios y material meteorológico, y de un barril de clavos para comerciar con los tahitianos, que tenían pasión por los objetos metálicos. Estaba al mando el capitán James Cook, experto navegante, inspector de barcos y matemático. Empirista tanto en las ciencias sociales como en las físicas, Cook descubrió experimentando con la dieta que podía evitar el escorbuto alimentando a sus hombres con col fermentada, que astutamente popularizó entre los marineros restringiéndola al principio a la comida de los oficiales. Cook dictó órdenes estrictas a sus hombres prohibiendo el comercio no autorizado de objetos metálicos con mujeres de Tahití, que adornaban sus muslos con intrincados tatuajes de flechas y estrellas y no veían nada de malo en negociar favores sexuales por uno o dos clavos. Cook recordó con preocupación que la tripulación de un barco que había llegado anteriormente a Tahití, el Dolphin, en su entusiasmo por las muchachas tahitianas, extrajo tantos clavos del barco que casi lo desarmó.

Cuanto más se sabía sobre las estrellas distantes, tanto más familiares parecían, a medida que se identificaban relaciones que vinculaban la Tierra con las estrellas. Una de tales relaciones habría interesado al capitán Cook.
Cuando los astrofísicos del siglo XX empezaron a descifrar la química nuclear que da energía a las estrellas, se reveló que el hierro desempeña un papel fundamental en la evolución de las estrellas. Éstas arden fusionando los núcleos de los ligeros átomos de hidrógeno, núcleos que consisten en un solo protón, y los del helio, que consisten en dos protones y dos neutrones. Al hacerlo, las estrellas liberan energía, que las hace brillar, pero también construyen átomos más pesados a partir de los más ligeros. A medida que continúa el proceso, cada estrella forma átomos de carbono, oxígeno, neón, sodio, magnesio y silicio, y luego de níquel, cobalto y, finalmente, hierro. Al llegar al hierro se detiene la formación de nuevos tipos de átomos; una estrella normal de primera generación carece de la energía requerida para crear nuevos núcleos más pesados. El nombre sumerio del hierro, que significa “metal del cielo”, es literalmente verdadero. El hierro es el producto más elaborado de una estrella activa.

Cuando una estrella se queda sin combustible, se vuelve inestable y explota, vomitando mucho de su substancia, ahora rica en hierro y otros elementos pesados, al espacio. A medida que pasa el tiempo, esta burbuja de gas en expansión se mezcla con nubes interestelares que pasan. El Sol y los planetas se formaron de una de tales nubes. Pasó el tiempo, aparecieron los seres humanos, los mineros del norte de Inglaterra excavaron el hierro de la Tierra y los quincalleros lo convirtieron en los clavos que los estibadores cargaron en barriles en las bodegas del barco de Su Majestad Endevour. Los clavos fueron a Tahití, continuando un viaje que había empezado en las entrañas de las estrellas que murieron antes de que el Sol naciera. Los clavos que los hombres del Capitán Cook negociaron con las bailarinas tahitianas, en el curso de una expedición para medir la distancia del Sol, eran a su vez los restos de antiguos soles. "

Timothy Ferris “Historia del Universo” Pág. 154

jueves, 6 de enero de 2011

La sinagoga de los iconoclastas

La Sinagoga de los Iconoclastas

de J. Rodolfo Wilcock


Imaginación desbordante y lógica. Establecida la premisa de cada uno de estos treinta y seis personajes, Wilcock la desarrolla con precisión.

Sólo apuntaré que la imaginación -siendo riquísima- no bastaría. La escritura está llena de ironía y humor; todo lo cual produce un conjunto de relatos sobresalientes. No son raros comienzos como: "A la edad de 59 años, el belga Henry Bucher sólo tenía 42." O bien: "André Lebran es recordado, modestamente recordado o mejor dicho no recordado en absoluto, como inventor de la pentacicleta". O bien: "Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, a torturarle, incinerarle,.."
Para no provocar más entropía en el universo simplemente reproduciré la contrasolapa de la edición en Anagrama que es clara, precisa y en ningún punto exagerada.


"Wilcok nos presenta una singular galería de retratos: las vidas imaginarias de treinta y seis personajes, teóricos, utopistas, sabios, inventores, todos ellos abnegados héroes del absurdo. Seres que, apoyándose en las sólidas bases de la ciencia o de alguna disciplina presentada como rigurosa, o, por lo menos impulsados por una ineludible intuición, llevan sus consecuencias hasta el final y se encaminan tranquilamente y, tal vez, con argumentos convincentes hacia la demencia... a menudo, se dice, limítrofe con el genio. Estas vidas monstruosas, que la historia intenta en vano, por pudor, olvidar, son rescatadas por un enciclopedista que registra inexorablemente, Plutarco de lo incongruente, impasible como Buster Keaton, sus más memorables peculiaridades. Saltando a través de disciplinas, épocas y continentes, encontramos entre otros a: Juan Valdés y Prom, filipino, famoso por sus extraordinarias facultades telepáticas y por la crisis de glosolalia que provocó en los ilustres personajes reunidos en un congreso en la Sorbona; por lo demás, «se parecía demasiado a un santo como para no asociarle inconscientemente a la idea de burdel». Aaron Rosemblum, quien preconizaba, en 1940, el retorno a la época elisabethiana, mediante la abolición de toda novedad aparecida en el mundo desde 1580; confiaba en el apoyo de Hitler, ya que ambos perseguían el mismo objetivo: la felicidad del género humano. Yves de Lalande, primer productor de novelas a escala realmente industrial. Sócrates Scholfield, inventor de un artilugio que demostraba la existencia de Dios. Llorenç Riber, catalán, aclamado director de teatro, quien, entre otras conspicuas performances, realizó en Oxford un montaje de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein. Etc., etc. "La sinagoga de los iconoclastas" evoca los retratos imaginarios de Marcel Schwob y los libros inventados de Borges, pero la profusión de los temas, el ingenio siempre renovado de Wilcock, y su inagotable arsenal de humor, casi siempre homicida, acaban por conducir a un resultado a menudo escalofriante. Estos «iconoclastas» cada uno de los cuales resquebraja un tanto la imagen que nos hacemos del universo nos proponen un contrauniverso al cual podemos oponer bien pocas certidumbres. Ya que, y éste es uno de los méritos principales de este libro de locura maravillosa casi todas estas teorías son plausibles, o en todo caso poco menos que aquellas que se ponderan gravemente en las cátedras universitarias."

Además de Valdés y Prom y Aaron Rosemblum entre mis favoritos cuenta Alfred Attendu, doctor que dirigía un Sanatorio de Reeducación. Postulaba la abolición de la inteligencia para volver al primigenio estadio de imbecilidad o lo que él denomina les enfants du bon Dieu.

Es curiosa la historia de este autor nacido argentino donde tenía reconocimiento y donde cultivaba la amistad de Borges y Bioy. En 1958 se trasladó a Italia. Allí se reinventó como autor italiano en todos los géneros incluyendo una amplia y refinada labor como traductor.